miércoles, 26 de mayo de 2010

PARÉNTESIS IV

”Ya siento llegar
del cerro su voz:
pañuelo ha de ser
y lo he de prender
sobre el corazón.”
(15)


Llegar a una artista en ningún caso es tarea sencilla. En el camino se disparan muchas alegrías y emociones, pero también angustias y lágrimas que sólo otro fan podría comprender. La cuestión era que yo ya estaba ahí, y eso era algo para agradecer. A lo largo de los años, y muy gradualmente, aprendí a conocer la personalidad de mi admirada artista. Sabía que, el hecho de que fuera simpática y cariñosa en su trato hacia mí, no era razón para tironear de la situación. Había un límite invisible, sutil, que marcaba una especie de “hasta aquí” que, de cualquier modo, yo no pensaba traspasar. Lolita lo sabía, porque ella también me iba conociendo a mí. Jamás he sido una “confianzuda”, ni con ella ni con nadie; muy por el contrario era, y soy, lo suficientemente tímida como para no caer en ningún tipo de desbordamientos. O sea que, sin habérnoslo dicho nunca, nos manejábamos con las mismas pautas de cariño y respeto. Claro que, en mi caso, había que agregar deslumbramiento.

Luego de permanecer dos o tres años, no lo recuerdo exactamente, en el Club de Admiradores, me aparté de él y conduje mis inquietudes otra vez por los solitarios caminos del ayer. Y aunque siempre, en los recitales de Lolita, me encontraba con la gente del Club e intercambiábamos algunos comentarios, yo ya no pertenecía a él.

Como los diferentes trazos de un dibujo, los distintos episodios, breves o largos, sencillos o importantes, que ambas partes íbamos compartiendo en el transcurso de tantos años, delineaban y fortificaban nuestra relación de artista y admiradora que se querían mutuamente. De tanto en tanto la llamaba por teléfono y pasábamos largo rato conversando de las cuestiones más diversas. Cierta vez, en oportunidad de una gira suya me envió una tarjeta desde Leningrado actitud que, por inesperada, me llevó de la alegría a las lágrimas sin que mediara transición. Lole Caccia solía llamarme y avisarme de algún próximo recital y, en esos casos, generalmente me regalaba la entrada. Además, durante muchos años, cada vez que Lolita presentaba un espectáculo, Lole reservaba un lugar para mi novio y para mí, en la función exclusiva para prensa e invitados especiales. Por supuesto, sin que yo se lo pidiera. Eran épocas felices, vividas a puro golpe de emoción. Recuerdo el día en que me invitó a su casa, a tomar el té y conversar. El corazón se me escapaba por la boca. Por segunda vez me vi entrando a su casa, compartiendo su espacio más íntimo, y esta vez yo no formaba parte de un grupo. Esta vez era Nora y nadie más. Toda una distinción de su parte, un gesto de confianza que yo captaba en su real magnitud y atesoraba en mi corazón como algo sagrado. Esa tarde me mostró toda la casa, sus premios, sus fotos, el lugar donde conservaba los libretos de casi todos sus trabajos, “Hace poco le presté uno a Abel (Santa Cruz) porque lo necesitaba”, me dijo. Inmediatamente pensé que ese mueble guardaba un pedazo muy grande de la historia del espectáculo nacional. Y fue también la oportunidad de conocer el famoso medio grano de arroz sobre el que había leído en diarios y revistas. Cuando lo tuve en las manos, casi no daba crédito a lo que veía. Lo había hecho un ruso que sobresalía por sus trabajos en miniatura, especialmente para ella. En el frente del medio grano de arroz (ni siquiera uno entero) el hombre talló el rostro de Lolita, con la leyenda “Para la querida Lolita de Armenia” en castellano, y en el reverso, la fachada del teatro donde cantó, con la misma leyenda, esta vez en ruso. Todo ello podía apreciarse a través de una lente de aumento. Sin la lente, se veía claramente que sólo era la mitad de un grano de arroz. Me quedé sin habla. Era una obra de arte realmente impactante. Nunca más, hasta el día de hoy, volví a ver algo semejante, tan pequeño y, a la vez, tan colosal.
Cuando en 1981 hizo “Mundo de Candilejas” en Mar del Plata, allá me fui de vacaciones. Estuve en el Re-Fa-Si cada una de las noches mientras duró mi estadía en la ciudad de la costa. Durante el día, playa. Por la noche, me enfrascaba en el inmenso placer de reencontrar a Lolita actriz, además de escucharla cantar nuevamente. En mi memoria quedó grabada para siempre la escena del espejo imaginario que jugaban Lolita y Luis Medina Castro. Desde la platea se tenía la sensación de que el espejo estaba ahí de verdad. Esas cosas de Lolita, que a mí no se me escapaban por nada del mundo, renovaban permanentemente mi admiración por su arte. A eso hay que sumarle que su conducta privada en nada empalidecía aquella admiración.
Luego de la función, solíamos quedarnos un buen rato conversando, a veces las dos solas, otras en compañía de Lole, y en ocasiones con alguna persona que ocasionalmente estuviera allí. Eran momentos fantásticos, distendidos, a veces propicios para las bromas que generalmente surgían de Lole.

Mi historia junto a Lolita estaba hecha de canciones, de fotografías pegadas en las hojas de un álbum, de tardes de frío y lluvia para sacar una entrada, de noches de teatros, luces, autógrafos y flores, palabras y gestos… pedacitos prestados, pedacitos ganados, que todos juntos formaban una extensa y amada colección de emociones. Por eso, a cada momento compartido yo le asignaba una importancia extraordinaria que, quizás, otras personas no podrían entender.

Los momentos de magia se sucedían con cierta asiduidad. Por ejemplo, cuando Lole me llamó para decirme que contaba con veinte entradas para presenciar la grabación de un recital en ATC, que utilizamos con amigas, compañeras de trabajo y familiares de ellas y míos. O las charlas con Lolita, cuando completamente relajada, me confesaba cosas tales como “me tuvieron loca los zapatos” y se echaba a reír con una risa espléndida que lo llenaba todo. O aquella vez que cantó “La hermanita perdida” ante doce mil personas, en el Luna Park, en un encuentro que convocó a casi todos nuestros artistas. Lolita me conmovía profundamente, y en su red de canciones, mi corazón continuaba apretado desde siempre y para siempre.


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