miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO VIII

“Madrid…póngase de pie.
Madrid… quítese el sombrero.”
(11)


El año había comenzado mal. El 27 de enero de 1974, en la intersección de las calles Martín Rodríguez y España, de Tandil, el matrimonio Caccia tuvo un accidente automovilístico de cierta importancia. Viajaba con ellos Diego Antonio, el hijo menor, que fue el más perjudicado de los tres. Todos tenían heridas cortantes y golpes, pero Dieguito fue hospitalizado con pronóstico reservado. Sin embargo, luego de recibir las primeras atenciones y pasados los primeros sustos, el incidente quedó controlado y, afortunadamente, no derivó en consecuencias mayores.
Fue un año particular en la carrera artística de Lolita ya que, luego de un tiempo de meditarlo, consideró que era el momento oportuno para plantearse una propuesta fuerte que venía postergando por diferentes razones. Primero, emprender una gira por la ex Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, que la tendría un tiempo prolongado alejada de su hogar. Segundo, una presentación personal en España, donde aún no la conocían, porque ese era el sueño acunado durante mucho tiempo en su corazón: cantar en la tierra a la que había dedicado la mayor parte de su trayectoria y medir, además, si en esa ´lidia´ su `faena´ sería tan exitosa como lo había sido en su propio país. Lolita revisaba así, para la revista Antena, este aspecto de su vida artística: “Existe culpa de mi parte por haber descuidado un poco mi carrera últimamente, incluso la repetida postergación de este viaje es una pauta de ello…. Pero por suerte he reaccionado a tiempo…”
Así fue que el 26 de julio de 1974 partió hacia la ex Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, en compañía de su gran amiga Aurora Delmar y el músico Lalo Benítez. Una vez allí, se acoplarían músicos del lugar para acompañarla en el amplio repertorio que llevaba preparado y que incluía canciones españolas, conocidas por los rusos a través de sus películas, canciones argentinas y, en homenaje a ese público que tanto la admiraba, tres temas de su propio folklore: Grullas, Noches de Moscú y Ojos negros. Era el tercer viaje de Lolita a esa región, pero el primero en calidad de gira. Los recitales se sucedieron sin tregua, a partir del 1º de agosto, a lo largo de once ciudades: Moscú, Leningrado, Vilna, Riga, Minsk, Jerson, Kiev, Odesa, Erevan, Tbilisi, capital de Georgia, y la República Oriental de Bakú. Sus presentaciones generaban tal expectativa que las entradas se agotaban con mucho tiempo de antelación. En sus actuaciones las salas, de gran capacidad, estaban completamente colmadas y las miradas y los gestos del público eran de total adoración, esto último avalado por el testimonio de testigos directos y centenar de fotografías que así lo reflejan. En el Teatro Octubre, de Leningrado, cantó ante cinco mil personas, y en la sala de conciertos Rossia, de Moscú, fue acompañada por la Orquesta Sinfónica. Lolita diría poco después: “El recibimiento del público soviético ha sido maravilloso. Esto superó todos mis cálculos. Tanto, que podría decir que es el éxito más importante de toda mi carrera”.
En Moscú, el Embajador argentino de entonces, Torcuato Sozio, ofreció una cálida y amena recepción para Lolita y sus acompañantes. Una de ellos, Aurora Delmar, tiene un recuerdo muy particular de aquella velada con el embajador: “En aquel viaje, yo llevaba en la valija la estampita de la Virgen de Fátima, que en una de sus apariciones dijo que llegaría el día en que Rusia se convertiría al catolicismo y que el comunismo iba a desaparecer. Con otras palabras, pero eso es lo que dijo. Cuando supe que viajaría a Rusia con Lolita, fui a ver a un sacerdote amigo y le dije `me voy a Rusia y quiero llevar estampitas de la Virgen’. El cura me dio un montón. También me dio una imagen importante, muy grande, para ver si podía ubicarla allá. En cada hotel que estábamos, yo dejaba una estampita debajo de la almohada. Era pleno comunismo. Lolita me decía `Ay, Aurora, nos van a mandar a Siberia´, `No, no, quedate tranquila, la Virgen nos va a ayudar´ le decía yo. Y así hicimos toda la gira, dejando estampitas en cada hotel en que nos hospedábamos. Nos habían advertido también que llegaría un momento en que la comida no nos iba a gustar, porque es muy diferente a la nuestra. Entonces, por las dudas, yo me había llevado adentro de la valija dos kilos de tallarines Terrabusi. Y, efectivamente, tal como nos habían vaticinado, a los dos meses extrañábamos como locas nuestra comida. Cuando estaba por terminar aquel periplo, vino a visitarnos el Embajador de Argentina en Rusia. Vino a ver el concierto de Lolita y luego, cuando se presentó para saludarla, nos invitó a cenar en la Embajada, preguntándonos qué deseábamos comer. Las dos nos miramos pensando que era nuestra oportunidad, y yo me animé a decirle que nos moríamos por comer unos buenos tallarines. Nos miró con pena y nos dijo: `Ay, señoras, no las vamos a poder complacer, porque aquí no existen los tallarines. Créanme que también yo quisiera comerlos´. Fue entonces que, en total complicidad con Lolita, le dije al Embajador que tenía en la valija dos kilos de tallarines. El hombre no lo podía creer y tuvo una expresión de inmensa felicidad. El siguiente problema era quién los prepararía porque el personal de cocina no sabía hacer tallarines ni la salsa. La cuestión fue que, como verdadera hija de tanos, me ofrecí para prepararlos. Acordamos que durante una de las últimas funciones de Lolita, cuando promediara la segunda parte del recital, el Embajador me mandaría a buscar para que yo preparara la salsa y luego, con más tranquilidad, llegarían Lolita y los músicos. `No se olvide los tallarines, señora´ me dijo el Embajador antes de irse. En el Teatro Rossia, de Moscú, yo estaba escuchando cantar a Lolita, vestida de largo y con los fideos en la cartera. Me mandaron a buscar en limusina y yo, que iba sola, sentada atrás, portando mis paquetes de pasta, sentía que todo aquello era una imagen surrealista. En la Embajada Argentina me recibieron el Embajador y su hermana. Me llevaron a la cocina, grandísima, donde estaban las cocineras, todas de blanco impecable, sentadas en un banco larguísimo, esperándome y, supongo yo, preguntándose que iría a cocinar esta argentina vestida tan particularmente. Yo hablaba español, ellas ruso, bueno, no importa, pensé, ya nos vamos a arreglar. Me habían preguntado con anterioridad qué necesitaba y ese día tenía todo a mi disposición, cebollas, pimientos, tomates, todo…Todo el personal colaboró con mucho entusiasmo. Eran treinta personas a comer, todos argentinos. Hubo que servir las pastas en platitos pequeños para que alcanzaran para todos. En medio de un menú especialmente preparado para la velada, aquellos tallarines fueron la exquisitez de la noche. El Embajador me había dejado como anfitriona del encuentro y Lolita se reía mucho con todo aquello. Cuando terminamos de comer, el Embajador me dijo que pidiera lo que quisiera, que me sería concedido. Entonces le dije que tenía una imagen grande de la Virgen de Fátima y que había prometido a un sacerdote argentino que en algún lugar de Rusia la iba a dejar. `Estoy pensando que, si la Virgen estuviera en la Embajada, nadie podría decir nada´…Por supuesto, aceptó. Así que, en plena etapa comunista, la imagen de la Virgen se instaló en la Embajada de la República Argentina, en Rusia”.
Una vez de regreso en su país, Lolita le puso palabras a las emociones vividas a través de una nota que le hizo la revista Radiolandia: “En Leningrado el escenario estaba iluminado por novecientos setenta focos que se programaron mediante computadora, las comodidades en el camarín eran increíbles, alfombrado, baño, piano, etc. Podría contar mil anécdotas, pero temo que me crean exagerada, algunas del público, otras de los funcionarios. El director del Teatro Vilnus, en Lituania, me dijo que nunca vio al público emocionarse así. La gente escucha el final del recital de pie y llena el escenario de flores, gritando `viva Lolita, viva Argentina´ cuando me despiden. También gritan “spasiva” que significa gracias. En Leningrado tuve que salir del teatro con custodia policial debido al entusiasmo de la gente. Ya estando en el coche un señor, con toda ternura, me entregó un pequeño paquete. Cuando lo abrí en el hotel no lo podía creer: me había regalado sus condecoraciones de la Segunda Guerra Mundial y en una notita me decía que era lo más valioso de su vida. Esa misma noche una señora, a punto de dar a luz, no quiso perderse mi actuación pero empezó el alumbramiento durante el recital. En Leningrado, durante una función del Music Hall de la ciudad tuve el inmenso honor de que los actores rusos me invitaran a subir al escenario, pues deseaban saludarme ante la platea. Esta última ciudad es la que más me ha impactado, podría decir que es la Florencia de la Unión Soviética por los tesoros artísticos que guarda y por su arquitectura en general”. Lolita se sentía exultante al revivir aquellos momentos de fuerte impacto en sus emociones, y agregaba: “Siento el orgullo y la satisfacción de hacer conocer el nombre de Argentina que, modestia aparte, más de una vez fue coreado por la concurrencia.”

Al concluir su periplo por territorio soviético, Lolita, Aurora Delmar y Lalo Benítez, se dirigieron a España, donde se reunieron además con Lole y Diego, el menor de los hijos, quienes compartirían con la artista unos de los momentos más soñados de su vida profesional. Hasta entonces, Lolita había llegado artísticamente a España sólo a través de alguna de sus películas: “La mejor del colegio”,Novia para dos”, estrenadas allí bajo los nombres de “Noche de evasión” y “Así canta una española”, respectivamente, “Ritmo, sal y pimienta”, “La hermosa mentira” y “Cuarenta años de novios”. Pero en esta ocasión, había sido contratada para llevar a cabo una presentación personal en el Teatro Marquina, de Madrid. Sin embargo, una serie de circunstancias poco propicias para su presentación, produjeron un cambio en los planes, y el sueño dorado de cantar en España, se concretó sobre el escenario del Teatro de la Comedia, el día 2 de octubre. “Inicié mi recital haciendo un viaje musical por Argentina, que es mi país. Nuestro folklore es una gran paleta que pinta fielmente la idiosincrasia de nuestro pueblo. Como quien no quiere la cosa en la primera parte tomé un mantón que estaba sobre el piano y canté un tema español ante el asombro de la platea, que ignoraba en su gran mayoría mi carrera en Argentina. La sorpresa de la gente fue mayúscula. Me pidieron más canciones pero los dejé con las ganas y seguí haciendo lo nuestro. En la segunda parte completé las canciones argentinas y recién al final me despaché con un `chotis´ de ley. Me aplaudieron a rabiar… Sentí que las piernas se me aflojaban… me sentía feliz, feliz plenamente. Cuando salimos, me decían `oye, tú, ¿estás segura de que eres argentina? ¿Por qué no has venido antes por aquí?”
Los dichos de Aurora Delmar ratifican todo lo vivido en aquella oportunidad: “Cuando llegamos lo primero que hice fue revisar las circunstancias que rodeaban al recital de Lolita, cuya fecha ya teníamos encima, y no me gustó nada el tema de la publicidad, o mejor dicho, la falta de publicidad. Paralelamente, me enteré de que estaba ahí Héctor Sturman, conocido en Argentina como Pandeleche, y que había sido compañero mío. Supimos que vivía en Madrid junto a su esposa, Bilma Ledesma, que era la `relaciones públicas´ más importante que había en España en ese momento, amiga de todo el ambiente artístico y social de Madrid. Fui a verla, le dije que estábamos con Lolita, que había llegado para cantar en Madrid pero que no estábamos conformes con la difusión que se había dado a su presentación. La mujer fue a conocer a Lolita y a partir de ahí hizo todo lo que había que hacer. Se paró la actuación prevista de común acuerdo con la gente de la sala, y en la semana que quedaba por delante, Bilma hizo toda la promoción que debía hacerse, y así fue que en la noche del debut se notó su impecable trabajo, estuvieron presentes destacadas personalidades del ambiente artístico, de la alta sociedad y hasta la hermana de Franco. Estuvo toda la elite existente en Madrid en ese momento. Cuando Lolita cantó el chotis, tomando y envolviéndose en un mantón que estaba sobre el piano, el público no dejaba de exclamar. Cuando terminó de cantar, el teatro se vino abajo.”

El crítico y escritor José Baró Quesada, en una edición del ABC, prestigioso diario madrileño, expresó “Cuántas ovaciones a Lolita Torres en una noche inolvidable… y pensar que esta mujer, toda una artista, viene a España por vez primera… Qué hondo se siente a nuestra patria en América del Sur”. Y también Pilar Trenas, reconocida periodista de entonces, se sumó a los elogios: “Fue una noche feliz para los argentinos que viven en España y para los que pudimos escuchar, y desde ahora admirar, a Lolita Torres”.
En Buenos Aires, el diario Clarín del 4 de octubre, publicaba la crónica de su enviado especial, Rómulo Berruti: “(…) En un momento se oyó gritar desde la platea: ‘Sigue con lo español, Lolita’. Y es que los madrileños, ante la estampa y el ‘salero’ de la Torres, exigen repertorio español. Que es, por otra parte, el que Lolita conoce, el que se ajusta totalmente a su figura y estilo. Consciente de esta circunstancia, nuestra artista modificó la segunda parte del recital. Y donde, de acuerdo a los títulos impresos en el programa, no había casi temas populares de esa tierra, ella –astutamente- incorporó abundantes ‘verónicas’, ‘pases cortos y largos de muleta’, ‘molinetes’, ‘pases de pecho’ y ‘chicuelinas’… Es decir (robando la terminología taurina) que entró por la variante justa, y a la hora de matar (o sea en el bis) incendió la comedia con otro chotis, hecho a la perfección, en tono, gesto e intención. Culminó así, entre aplausos y congratulaciones, un ‘día argentino’ que nos permitirá caminar por la Gran Vía sacando pecho y debiéndonos a pleno pulmón este hermoso sol otoñal que se nos brinda como despedida”. En el diario La Razón del mismo día, se leía:“(…) En ésta, su única presentación ante el público madrileño, logró conquistarlo a tal punto que varias de sus interpretaciones fueron interrumpidas con aplausos.” La revista TV Guía, también se hacía eco de aquella presentación: “Si algún eslabón le faltaba a la carrera de Lolita Torres, ya lo ha conquistado y sobradamente. Si, nos referimos al clamoroso éxito que logró aquí en España con su presentación en el Teatro de La Comedia donde fue aplaudida por los centenares de asistentes haciendo “venir abajo la sala” como se dice cotidianamente en la jerga del espectáculo”.
Terminado su recital, Juan José Rosón, director general de Radio y Televisión Española, la convocó para presentarse como figura principal en el programa “Señoras y señores” y para grabar un espectacular que sería emitido en todo el país. Dentro de aquel contexto de aprobación y de afecto en el que se desencadenaron los hechos, también fue homenajeada por la Dirección General de Teatros y Espectáculos, que organizó en su honor un cóctel al que concurrieron prestigiosas figuras del momento. Por otro lado, se programaron diferentes actos con motivo de ser condecorada por el gobierno español con la Medalla de la Inmigración, que le había otorgado el Ministerio de Trabajo dos años atrás y que, en esta oportunidad, recibió directamente de manos de Alfonso de Borbón, Duque de Cádiz quien, entre otras cosas, expresó: “Es a la segunda Lola que se la entregamos. La otra fue Lola Membrives. Y la suya es la quinta en toda el mundo.” El acontecimiento se llevó a cabo en el Teatro de la Zarzuela y asistieron miembros del cuerpo diplomático, del gobierno y destacados artistas españoles y argentinos.
Lolita se sentía eufórica con su paso por tierra hispana y la experiencia vivida la noche de su actuación. Quedarían para siempre grabadas en su memoria y en su corazón las frases llegadas a sus oídos desde la platea después de cada canción, las críticas especializadas en los diarios más importantes, las invitaciones para quedarse definitivamente en España. Para la revista semanal del diario Clarín, una vez en Buenos Aires, Lolita expresaba: “Lo de España significaba un desafío y es lo que más me atraía. En Madrid tuve el broche que le faltaba a mi carrera. Yo empecé cantando canciones españolas que no abandoné en toda mi trayectoria. Eso me creaba expectativas: ¿cómo reaccionaría el público al escuchar sus propias canciones entonadas por una argentina? El resultado fue una ovación y aunque mi repertorio incluía temas del folklore argentino, las que más gustaron fueron las de su propia tierra…Me gritaron “canta más español” y eso para mi significó el triunfo. España era un toro bravo y tenía que ganar”.
A poco de su regreso a Argentina, precisamente el domingo 15 de diciembre, realizó un recital en el ex Centro Lucense, hoy Centro de Galicia de Buenos Aires, en el que desplegó un repertorio básicamente español.
Entre los tantos galardones que permanentemente sumaba a su trayectoria, recibió ese año el Premio Música Internacional de Intérpretes que otorgaba SADAIC.

Apenas comenzado 1975 Lolita viaja a España, acompañada por toda su familia, para concretar un proyecto que en su estadía anterior delineó junto a su gran amigo Waldo de los Ríos y a Rafael Trabucchelli, director artístico y productor del Sello Hispavox. A su llegada al aeropuerto de Barajas, le esperaban el entonces Agregado Cultural de la Embajada Argentina Dr. Gregorio Recondo, la Presidente de la Asociación Amigos de la Sala Argentina del Museo de América, Teresa Uriburu de Lavalle Cobos, el rector del Colegio Mayor Argentino de Nuestra Señora de Luján, Fernando Cuevillas, varios ejecutivos de Hispavox y el mismo Waldo de los Ríos, en lo que significó una cálida bienvenida para la artista argentina. Las distintas reuniones a las que asistía, sea en calidad de homenajeada o de invitada, le permitieron reencontrarse con grandes amigos como eran Alberto de Mendoza, Zully Moreno y Luis César Amadori.
La placa discográfica conllevó un arduo trabajo de preparación y ejecución y fue un amplio recorrido musical por casi todas las regiones de España, labor que no guardaba ningún secreto para la intérprete. Todas las piezas musicales escogidas tuvieron arreglos instrumentales de Waldo de los Ríos y su dirección orquestal. Waldo insistió, con su experimentada opinión, sobre las posibilidades laborales de Lolita en el continente europeo. `Tienes que quedarte, afianzar aquí tu carrera y proyectarla luego a los demás países. De otro modo, no será posible consolidar tu triunfo´. Pero, una vez más, Lolita sabía y sentía con íntima convicción que su verdadero lugar estaba en Buenos Aires, junto a los suyos, aún a costa de ver abortada su proyección internacional. Vale resaltar que, en diversas ocasiones, la propia artista manifestó que nunca vivió esta elección como una situación frustrante o de sacrificio ni le generó, más tarde, sombras de arrepentimiento.
Se le brindó también la oportunidad de hacer un espectacular para televisión, que ella misma describía así: “Todo lo que hace al especial para la Televisión Española se ha convertido en una constante sorpresa. Me han entregado vestidos de los mejores modistos de España para lucir en el mismo. Han puesto a mi disposición un equipo de maquilladoras que son realmente excelentes y me acompañará, en todo el desarrollo del programa, el ballet estable de Televisión Española, que es espectacular. Incluye los doce temas del long-play que grabé con Waldo de los Ríos y serán seguidos con efectos especiales y a todo color por las cámaras que dirige Valerio Lazarov, un realizador que es capaz de trucos tan especiales que parecen milagros”. La experiencia de la grabación de aquel programa dejó asombrada a Lolita cuando supo que disponía de cuatro días para su realización, en los que ningún detalle se dejó librado al azar, luego de estar acostumbrada, en Argentina, a grabar el capítulo íntegro de un teleteatro, con canciones incluidas, en un solo día.
Lola Flores `la faraona´, una de las figuras de mayor preponderancia en el país hispano, la presentaba en televisión con una frase más que contundente: “Yo, soy Lola de España, y ella, Lolita de Argentina”. La colosal artista devolvía así la gentileza a su amiga argentina que, en 1967, también la había presentado en Radio Splendid, en ocasión en que Lola Flores cumplía con una actuación.
Luego de un mes de permanencia en la península ibérica, y mientras Lolita continuó en ella para terminar las grabaciones del disco, asistir a reuniones o dar entrevistas, la familia regresó a Buenos Aires para cumplir cada uno con sus obligaciones habituales. Sólo Marcelo, su hijo, se quedó acompañando a la mamá. “Nunca olvidaré todo lo vivido en aquel viaje –cuenta Marcelo-. Mamá tuvo una gran oportunidad entonces. Lola Flores, que la invitó a su programa, la escuchaba cantar a mamá y se moría… A todos les pasaba igual. Mamá se conectó con gente muy importante en España, como Lalo Schifrin o Narciso Ibáñez Menta, y todos la escuchaban cantar y se quedaban con la boca abierta. Waldo no se cansaba de decirle `Quedate, Lolita, quedate. Mandá todo al diablo y venite a vivir a Madrid, afianzá acá tu carrera ´. Pero vino el planteo familiar y, claro, era una jugada muy difícil porque papá tenía su trabajo en Argentina y no quería saber nada de irse a vivir a España. Finalmente, papá volvió a Buenos Aires con toda la familia menos conmigo, que me quedé con mamá. Los dos solos, casi dos meses. Fue fantástico aquello. Andábamos para un lado y para el otro los dos juntos, todo el tiempo. Vivíamos en un departamento de la calle Alcocer. Solos. Y paseábamos mucho, recorríamos castillos, museos y parques. Nos levantábamos a la mañana, mamá iba a trabajar, asistía a reuniones, la recibían los personajes más encumbrados, la vieja empezaba a conectarse bien. Tenía una representante allá que fue Bilma Ledesma, que manejó todo muy bien. Cuando grabó el disco con Waldo, yo la acompañé y pude presenciar cómo era todo ese misterioso mundo de las grabaciones en Hispavox, el sello grabador, un lugar muy lindo en el Parque Conde de Orgaz, donde también estaban los canales de televisión. Cuando mamá terminaba con sus obligaciones venía lo mejor, decíamos `Vamos al Prado?´, y nos íbamos al Museo del Prado. `¿Vamos a comer unos pescaditos?´, entonces íbamos al Paseo de la Castellana y comíamos. Y, por sobre todas las cosas, hablábamos. Hablábamos durante horas de los cuadros, porque yo me sentía como metido en un cuento. Me acuerdo que conocí un Castillo, el Alcázar de Segovia, que es como el Castillo de Disney, y entrar ahí, ver las armaduras, las salas de cacería, me había deslumbrado. Entonces, con mamá no dejábamos de hablar y hablar sobre las cruzadas, sobre Carlos III, ella sabía mucho de todo eso porque le gustaba la historia. Incluso sabía mucho de historia religiosa, de Santa Teresa, de San Miguel, de San Francisco. Había cuatro o cinco santos que ella admiraba mucho pero no desde un lugar religioso, sino desde lo espiritual, a los que había tomado como escuela. Entonces íbamos a Ávila, por ejemplo, a visitar el lugar de donde era Santa Teresa, y lo cierto es que fue muy fuerte ir allí con mamá porque ella se emocionaba mucho. Para mi también todo aquello fue un mensaje constante, vivencias muy intensas todas, e imborrables. También teníamos momentos divertidos en la intimidad del piso en que vivíamos. Recuerdo una vez que estábamos desesperados por ver nevar y no nevaba. Yo nunca había visto nevar en ciudad y mamá decía `¡Ay, Dios mío, quiero que nieve, quiero ver Madrid cubierta de nieve!´. Y nada. Me había comprado un rifle con el que jugaba por la casa apuntando para todos lados y disparando. Mamá, recuerdo, estaba con chinelas y una bata que se ponía para estar de entrecasa, y me decía `Marcelo, va a nevar, va a nevar´, entonces salíamos al balcón y nada, no nevaba. Esperábamos la nieve con ansiedad, yo jugaba, mamá cantaba por ahí. De pronto me dijo `¿y si nos hacemos un huevo frito?´, `bueno, dale, hagamos huevos fritos!´. Mamá, en realidad, los hacía al agua, o sea poché. La cuestión fue que hizo unos huevos fritos y nos los comimos. Entonces comenzó a mentir, a entablar un juego cómplice conmigo,´ya nieva, ya nieva´. Empezamos a reírnos `y si comemos otro huevito?´, `y bueno, dale´. Nos reíamos como locos `está nevando, está nevando´ y por supuesto no nevaba nada. `Otro huevito?´. Mamá me miraba asomando la cabeza por la puerta de la cocina y yo levantaba el dedo índice, como si le estuviera pidiendo a un mozo `¡Marche otro huevito!´… Al final nos comimos ocho huevos cada uno!!!. Y me acuerdo que nos reíamos como locos, no podíamos parar. En un momento mamá salió al balcón y me dijo, `¡Un copo!!! ...¡un copo de nieve!!!´ Cuando fui a ver, era uno de esos panaderos que flotan en el aire. Nos divertimos mucho y nos conformamos jugando a que ese panadero era el copo de nieve que tanto esperábamos y que, por supuesto, nunca llegó. Jamás nevó. Aquello era compartir el día a día de una manera muy espontánea, de reírnos por las mismas cosas y por las mismas cosas emocionarnos. Esa vivencia es un recuerdo muy intenso y feliz que guardo en el alma”.

Finalizado el compromiso laboral, Lolita emprendió el regreso a su país junto a su hijo. Se sentía feliz, complacida. El sueño cumplido disipó la antigua incógnita que hasta entonces rondaba los intersticios de su pensamiento. Ahora sabía que, de proponérselo, la conquista del público español no era tarea imposible ni la penetración en continente europeo una idea descabellada.
En el transcurso del mismo año, regresó a Madrid para promocionar el disco grabado con Waldo, y lo hizo acompañada por su padre y su hijo Marcelo, cumpliendo además un largo sueño de que Pedro Torres conociera ese país. Como parte de la promoción, realizó un programa de televisión, grabó en Radio Nacional de España un especial en el que interpretó temas del disco y otros de su repertorio argentino, acompañada por el músico Martín Ochoa y, además, participó como artista invitada en el programa de TV hispánica, que se emitió la noche de fin de año. Vivió un momento de honda emoción cuando, en ocasión de asistir al debut del famoso bailarín Antonio, en el Teatro de la Zarzuela, quien estrenaba el ballet “Estampa Castellana”, de Manuel Moreno Buendía, al concluir la función, bailarín y autor, en medio de merecidos y atronadores aplausos, hicieron una pausa para dedicar esas muestras del público a “Lolita Torres, magnífica embajadora del arte español”, según sus propias palabras.
Bilma Ledesma fue la representante artística de Lolita en España. En mayo de 2007, cuando se produce esta entrevista, y a tantos años de aquellos hechos, guarda de la intérprete el mejor de los recuerdos y evoca gustosamente aquella experiencia compartida: “Cuando se va a presentar una figura casi desconocida en un medio, y esa figura es una artista como Lolita, hay que llevar gente que forme opinión, y eso es lo que hice. Aquella noche había artistas, empresarios, escritores, periodistas. Ella tuvo un éxito clamoroso simplemente porque era una gran artista. Esa es la labor de un agente que introduce a un artista en el mercado. No fue difícil. El teatro estaba a rebozar y fue un éxito extraordinario porque ella fue una artista extraordinaria, y nada más. No hay otra explicación. Solo esa. Yo guardo las cartas que me escribieron personas importantes, tengo muchos recuerdos, y justamente hace poquito encontré una de Betty, Lolita, una carta preciosa. La situación más bonita e intensa fue cuando grabó el disco con Waldo, circunstancias en las que Isabel Pisano, la mujer de Waldo, tomó activa participación para cristalizar el proyecto, porque hay que saber que grabar un disco es un emprendimiento más difícil, más complicado que otro tipo de expresiones artísticas. Entonces, Isabel trabajó mucho e hizo lo imposible por concretarlo. Aquello fue como una conjura, si es que se puede decir así, de gente importante dentro del medio discográfico, que logramos que aquella idea se convirtiera en realidad. Y a Waldo se le ocurrió una idea magnífica. Le dijo a Lolita `Tú vas a internacionalizar la música española´. Los arreglos que hizo a las canciones le dieron esa internacionalidad que él siempre ponía a su obra. Es decir, Waldo hacía una cosa y eso se convertía en éxito en el mundo entero. Pero luego, a ese trabajo hay que apoyarlo con muchas otras cosas. Lamentablemente no fue el caso de Lolita. Pero todo lo vivido en torno a aquella labor discográfica fue realmente maravilloso. Después, Lolita no afianzó su posición. Además hubo un hecho relevante que determinó su regreso a Argentina y que su tarea quedara inconclusa. Era 1975. Éramos un grupo importante de gente que estábamos pendientes de la presentación del disco que, según como la habíamos planeado, iba a ser una maravilla, pero ocurrió que Franco se estaba muriendo, y esa muerte se demoró muchos días. Históricamente pasaron muchas cosas, había muchos problemas. Lolita estaba cansada de esperar, añoraba a su marido, su familia. Ella era una artista acostumbrada a estar rodeada de sus seres queridos. Para que un artista logre conquistar un mercado nuevo hay que hacer mucho sacrificio. Recuerdo que un día me dijo, `Bilma, no aguanto más, me voy´. Esa misma noche fuimos a llevarla al aeropuerto y le dije ` mirá, Lolita, tenés razón, si para vos lo más importante es tu familia, volvé a tu país´. A veces en el artista se produce un debate interno y esto es razonable. Ella me dijo `no aguanto más, me voy hoy´. Con Elder Barber, que ya murió, y su marido que era director de orquesta, la arropamos mucho, pero ella estaba ansiosa, era muy familiera. Cuando volvíamos del aeropuerto, vimos un revuelo en la calle: acababa de morir Franco. Increíble. Justo ese día. Luego de eso se produjo una gran conmoción, la transición. Nosotros teníamos todo preparado para lanzar el disco pero hubo que suspender y demorar. Aquellos acontecimientos fueron los que impulsaron a Lolita a apurar su regreso al hogar. Ella adivinaba que, si Franco moría, pasaría mucho tiempo entre funerales, movidas políticas y cambios y, por supuesto, tuvo razón. El disco salió a la venta pero no se pudo hacer de la manera que estaba planeado que era lanzarlo con una presentación personal en el Teatro de la Zarzuela porque las condiciones políticas y sociales no estaban dadas, y porque cuando hay un acontecimiento así, cuando va a morir un dictador que lleva cuarenta años en el poder, pero que no se muere nunca porque no lo dejaban morir hasta arreglar todos los papeles, todos los planes se trastocan, todo gira alrededor de ese acontecimiento. Fue realmente una pena porque conformábamos un grupo grande de gente que trabajamos mucho y con mucha ilusión. De todos modos, pienso que la familia es muy importante. Ella, a pesar de la fuerza impresionante que tenía sobre el escenario, era una mujer débil, en el sentido de que estaba muy aferrada a su familia, quería mucho a sus hijos, y además quería ‘estar’ con sus hijos. Una situación distinta a la de otras actrices o cantantes que dicen `bueno, los dejo con alguien y yo hago lo mío.´ Pero ella no era así. Lejos de ellos, se volvía débil. Hace unos años fui a Buenos Aires, iba caminando por una avenida céntrica y escuché por altavoces esa canción que dice `Si tú eres mi hombre y yo tu mujer…´ Una voz impresionante… No me contuve y entré a la disquería a preguntar quién cantaba. Lolita Torres, me dijeron“.
Aquella placa discográfica junto a Waldo de los Ríos, bajo el nombre de `Canta Lolita Torres´, que incluía un repertorio de sentido homenaje a las regiones de Galicia, Salamanca, Cataluña, Extremadura, Madrid, Aragón, Andalucía, Asturias, Castilla la Nueva y las provincias vascas, no alcanzó jamás la notoriedad que merecía en relación a la calidad del trabajo realizado por sus intérpretes. En España se promocionó y vendió, aunque no en la medida de lo esperado, pero peor suerte corrió en Argentina donde pasó tan desapercibido, sin ningún apoyo publicitario por parte del sello discográfico, que prácticamente nadie supo de su existencia. Un hecho muy particular, da testimonio de esta circunstancia. Lolita había asistido al programa “Almorzando con Mirtha Legrand”, en el que además de conversar con todos los invitados, Mirtha leía mensajes que los telespectadores hacían llegar telefónicamente. En momentos de relatar sus viajes a España, Lolita comentó visiblemente dolida que “Grabé un disco hace muchos meses ya, que se está vendiendo en España, pero del que en nuestro país no hay ni noticias. Hispavox no me ha comentado cuando saldrá a la venta y yo lo espero ansiosamente. No sé por qué no se lo difunde”. Momentos después, el llamado de una señora del público le anunciaba: `Lolita, su disco ya está a la venta. Ayer lo he comprado. Se lo hago saber y le digo que es maravilloso´. Lolita se enteraba así de la salida de su disco en Argentina. Fue la muestra cabal de cómo se manejó el lanzamiento de aquella placa por parte de Hispavox: en el silencio, en las sombras y sin la más mínima publicidad.

Por entonces, y desde hacía tiempo, Lolita soñaba con hacer la gran comedia musical en teatro, una posibilidad que le fue realmente esquiva o a la que, quizás, no dedicó el empeño que hubiera debido. Refiriéndose a este tema, decía “Hace falta una gran inversión y cierto amor quijotesco al teatro… Eso es lo que me haría falta: un quijote del teatro. Pero soy optimista, espero cristalizar mi sueño.”
En lo personal, vivía con intensidad todos los avatares de su vida hogareña. Santiago, su hijo mayor, ingresó a la Facultad de Medicina, algo que llenaba de orgullo a sus padres. Y es él quien relata una anécdota relacionada a la elección de su carrera universitaria que es, en verdad, una muestra de cómo era Lolita mamá. Una anécdota que es una ventana abierta por la que puede espiarse el interior de Beatriz Mariana Torres, una mujer que había adquirido cierta sabiduría sobre cómo conducirse con sus hijos, cómo guiarlos y cómo tratarlos partiendo de la premisa de que eran cinco personas diferentes por lo cual había que dirigirse a ellos de distinto modo. Esa sabiduría también le enseñó que lo más apropiado a la hora de dar un consejo era, justamente, no dar un consejo, sino solamente verter una opinión. Nada creía mejor que llevar a sus hijos hacia una decisión conveniente por medio de sus propias conclusiones. Este es el relato de Santiago: “Mamá no nos daba órdenes, salvo en casos concretos como `no metas los dedos en el enchufe´. Sólo en esos casos era directiva. En lo demás, tenia la sabiduría necesaria para llevarnos a que nosotros solos nos diéramos cuenta de que `esa´ era la alternativa mejor. Siempre cuento el caso de la elección de mi profesión. Nosotros, los cinco, nos criamos en el mundo del arte como algo natural. Yo crecí en las tiendas, en los camarines, en los canales de televisión y en los teatros. Incluso, por el living de casa, en la Avda. Santa Fe, pasaron todos los artistas que uno pueda imaginar, porque mamá usaba mucho el living para sus ensayos. Ahí había un piano de cola y, debajo de él, un par de guitarras y una batería. Había distintos instrumentos. O sea que la música fue parte de nuestra vida. Hacer la primaria y la secundaria era un tema sin discusión. La idea era `estudiás primaria, secundaria y después vemos si trabajás, si estudiás más o qué haces, pero el secundario hay que hacerlo´. Así que cuando terminé el secundario, al día siguiente de recibirme de bachiller, me le planté a mamá en su habitación, esperando a que se despierte, para decirle que yo era artista. Entonces mamá se despierta, me ve que estoy ahí, esperándola, se sobresalta y enseguida dice:
- ¿Hijo, qué pasa?
- No, nada, ma. Estaba esperando a que te despiertes porque quería hablar con vos.
- Si. ¿Qué pasa? –me dice.
- Bueno… yo quiero empezar a trabajar, porque ya me recibí.
- Ah… vas a trabajar. ¿Y de qué vas a trabajar?
- De artista –le digo.
- Ah… vos sos artista.
- Sí, sí, yo soy artista,
- Y qué querés hacer? –me pregunta
- Y… a mí me gustaría mucho actuar, me gusta el cine, me gusta el teatro, pero me gusta cantar también, me gusta escribir, me gustaría dirigir una película.
Mi mama escuchaba atentamente todo lo que yo pensaba hacer, entonces me dijo:
- Mirá, hijo, si vos `sos´ artista, como vos decís que `sos´, no te preocupes. Porque el artista nace y se muere siéndolo. El artista no se hace, nace. Pero vos te has criado en la familia de una artista y sabés lo irregular y difícil que es esta profesión. Hoy te ofrecen un millón de pesos y mañana te ofrecen diez. Primero te llaman todos los días, después no te llama nadie. Es muy irregular. Ahora vos tenés diecisiete años. En estos momentos, salís de una mecánica que ya tenés adquirida, o sea, te levantás todas las mañanas a las siete, vas al colegio a las ocho, salís a las doce, venís a almorzar, estudiás un par de horas. Eso lo venís haciendo desde hace muchos años, o sea que continuar cuatro, cinco o seis años más en una carrera universitaria, no te implicaría ningún esfuerzo nuevo. Y después, si vos querés ser artista como decís, tenés toda la vida para serlo, pero habrás ganado otra seguridad para tu vida.
Entonces me resultó tan sencillo, tan claro y tan preciso todo, que me dije `claro, voy a hacer eso´. Fui a mi dormitorio, busqué en el boletín en qué materias estaba mejor, y decidí que estudiaría medicina. En la familia no había médicos, pero a mamá le hubiera gustado serlo. Ella siempre decía que fue artista por un don, pero que si hubiera tenido que elegir una profesión hubiese sido la de médica. Del mismo modo me hablaba cuando le consultaba sobre un noviazgo, sobre una novia, algún amor que tenía. También recuerdo cuando le consulté porque quería dejar el rugby pero mis amigos me presionaban para que no lo hiciera. Ella me llevaba al pensamiento y a la deducción, a que no me quedara otra alternativa: `te rompiste el dedo ¿vos querés ser cirujano? ¿te parece que con el dedo roto podés hacer cirugía?´ Y no, claro, con el dedo roto, no. Si me rompí uno, me puedo romper dos, entonces mejor dejo. Era una conclusión obvia. Mamá no me decía `no juegues más al rugby porque si querés ser cirujano no podés´. Jamás. Ella me decía dulcemente ‘¿a vos qué te parece? mirá, te rompiste un dedo´. Entonces yo iba solo hacia la respuesta.
En aquel momento, entendí su mensaje, y el arte quedo reducido a cantar en casa, con ella o con mis hermanos de vez en cuando. Yo sabía música, porque entre los seis y los diez años, había estudiado guitarra primero y piano después. Me acuerdo que en piano tuve un profesor ruso, muy bueno pero muy exigente, que me pegaba con una varilla en los dedos. Para colmo, mamá me lo había puesto los sábados a las nueve de la mañana porque en la semana iba al colegio. Y yo, los sábados a las nueve de la mañana, no sabía ni cómo me llamaba, así que iba medio dormido al piano. Una cosa importante en ese instrumento, básica y elemental, es la posición de las manos, hay que colocar bien los brazos. A mí, más dormido que despierto, se me caía la muñeca a cada rato. Era entonces cuando el ruso me daba con la varilla. Hasta que un día me cansé, me planté y le dije: ‘Mamá, me pega con una vara en la mano este tipo’. Entonces lo sacó a patadas en el culo y en mi vida se acabó el piano”.
Para Diego, el menor de los cinco hijos de Lolita, el primer recuerdo de su niñez guarda una huella de fuerte impacto: “Yo era muy mamero quizás por ser el más chiquito de una familia numerosa y con hermanos grandes. Mis viejos no me tenían ni pensado siquiera y fui algo así como un accidente. El benjamín. Por suerte recibí mucho cariño de todos. Cuando era chiquito tenía una relación muy dependiente de la vieja y fui muy mamero. Mi recuerdo más fuerte es el de cuando nos reuníamos a ver televisión en la habitación de los viejos. Ella se sentaba en la cama, con las piernas estiradas, y yo me sentaba en el medio de sus piernas, apoyando el cuerpo y la cabeza en su pecho. Podía ponerme ahí, sintiendo esa contención inmensa de la vieja. Y eso era algo así como “el sillón”, el sillón con mayúsculas. Y era mío. Después venían mis hermanos, mi viejo, y todos ahí, en la cama, mirando televisión. Es la experiencia más fuerte de mi infancia a nivel carnal. También tengo el recuerdo de cuando me cantaba alguna canción de cuna para dormirme. En realidad, era una persona que cantaba no sólo en el escenario sino también en casa, donde se ensayaba mucho. El living era grande, había piano, entonces venían los músicos y se instalaban ahí para ensayar. Venían otros artistas y también cantaban. Pero en la intimidad, mamá siempre entonaba su cancioncita, por ejemplo en las navidades, que era cuando le gustaba cantar villancicos. Cuando yo nací, inventaron una con mis hermanos, que incluía el nombre de los cinco. Siempre me la cantaban. Dicen que fui el más mimado, pero creo que todos fuimos muy mimados, porque crecimos en una familia donde hubo mucho afecto. Lo que pasa es que siempre el más chico agarra la cosa más aceitada, el viejo ya estaba cansado de retar tanto a los demás entonces me retó menos a mí, mis hermanos ya lo habían ablandado. Gracias a Dios fui criado con mucho cariño no sólo de mis viejos sino también de mis hermanos. Y muy libre. Pero muy libre con límites y con contención. Antes, ésta era una Argentina donde se podía salir a pasear, andar en la calle, hacer diferentes cosas, y esto es algo que se ha perdido bastante por la inseguridad que hay. Entonces era diferente y, en ese aspecto, me criaron con libertad. Era una libertad con los límites exactos, con mis viejos siempre pendientes de cuándo llegaba a la noche, dónde iba, con quién estaba, pero dentro de esas consignas, todo fue con libertad”.

En 1976 la dinámica de su trabajo fue más limitada. En septiembre, viajó a Uruguay y ofreció allí tres recitales, en el Teatro Nuevo Stella D’Italia, sobre los que el diario El Día, de Montevideo, afirmaba: “Ahora podemos estar tranquilos respecto a Lolita Torres. Ha tenido la habilidad de evolucionar, conservando lo mejor de sí misma. De esta manera mantiene intacto el prestigio del que gozaba ante su público y conquista otro más. Nuevo”. En diciembre, realizó un recital para Canal 11, que llevó por título “Siempre…Lolita”, con libro de Rodolfo M. Taboada, y la presencia de varias figuras invitadas entre las que se incluía el músico y compositor Ariel Ramírez. Justamente, a raíz de esta unión, los dos artistas concibieron un proyecto que, al momento de concretarse, sería largamente aplaudido por la crítica y el público. Enrique Dumas y José María Langlais también participaron del especial, jugando un paso de comedia con Lolita, que se cerraba con “Patio de la morocha”, entonado por el primero de ellos. Unos meses más tarde, y antes de poner en escena el espectáculo ideado por la cantante y Ariel Ramírez, Lolita llevó a cabo una gira por los Estados Unidos, para lo cual emprendió viaje el 13 de abril de 1977. Contratada por el empresario Aníbal Valenti, realizó su primera actuación el día 16 y se constituyó entonces en la primera artista argentina que se presentaba en el Salón de Gala de la Casa de España, en Los Ángeles. Tres fueron los recitales cumplidos y, en consecuencia del éxito obtenido, debió agregar una presentación en el Club Argentino. El diario “La Opinión”, de Los Ángeles, volcaba en sus páginas la fuerte impresión que la artista había causado: “Solamente con su presencia dominante, Lolita Torres llena el escenario con su personalidad, que va en crescendo tan pronto comienza a cantar con su voz dulcísima y educada y que se remonta a todos los géneros. ¡Y qué dominio Señor! Qué dominio escénico, por el cual ella se desplaza como quiere con su voz que arrulla, enternece y arrebata.”
Regresó a Buenos Aires el 29 de abril para meterse de lleno en los ensayos de su próximo espectáculo, para cuyo debut restaban sólo unos pocos días.

Mariana Beatriz es la cuarta hija de Lolita. Es, de los cinco hermanos, quien más acompañó a su madre en sus actuaciones en canales de televisión, teatros y giras. La esperaba en los camarines para ayudarla a cambiarse y siente por su mamá una profunda admiración como profesional, aunque pone el acento sobretodo en la calidad humana de Lolita. Más allá de esto, igual que sus hermanos, tiene un puñado de recuerdos que se remontan a la niñez, con alguna travesura, y otros que recalan en las diferentes etapas de su vida: “Cuando tenía nueve años mamá me pescó fumando y aquello fue terrible. Sucedió una tarde en que me había encerrado en mi habitación con una amiga que era la piel de Judas, contestadora y revoltosa. Diego quería entrar y no lo dejábamos, le habíamos trabado la puerta. El balcón de mi cuarto daba a la calle Paraná y se comunicaba con el balcón de la habitación de mamá y papá. Diego se fue por ahí a espiarnos y vio el paquete de Marlboro, los fósforos Fragata y a las dos pitando. No tardó nada en ir a contárselo a mamá. La vieja vino embalada y yo salí disparando. Me empezó a correr por el living, donde había una mesa grande con muchas sillas. Yo no me dejaba alcanzar, por lo que ella más se calentaba. Le iba retirando las sillas, trabándole el paso y más se enfurecía, hasta que en una se tropezó y fue algo así como la gota que colmó el vaso. Me acuerdo que yo tenía una ampolla en la boca. Cuando me agarró, me encajó un tortazo tan fuerte que me reventó la ampolla. Mi amiga desde la otra punta me decía ‘dale Mariana, corré, corré, dale’ y la vieja, recaliente, la llamó a la madre y le mandó a la hija en un taxi. Esa vez me dio un bife impresionante, me dejó los cinco dedos marcados en la cara. De esa no me olvido más. Mamá corriéndome por toda la casa, living, escritorio, pasillo, baño y yo tirándole las sillas hasta que me agarró y me acomodó por una semana más o menos.
En una ocasión, varios años después, le pedí una campera y unos zapatos, y como no me los compraba, le armé un escándalo. Me enojé y le dije de todo. La sorpresa fue cuando llegué a mi casa, entré a mi cuarto y vi que estaba la campera sobre la cama y los zuequitos de corcho que eran mis primeros zuequitos, y ahí comprendí que ella se había adelantado a comprarlos para sorprenderme. No sabía cómo volver atrás ni como borrar todo lo que ya le había dicho. Me acuerdo de su mirada que me fulminó y hoy, que soy mamá, la entiendo. Me quedó esa imagen grabada, cuando bajamos del taxi y yo le decía cosas muy duras porque no me compraba lo que le pedía. Después le pedí perdón de todas las maneras. Y ella me dijo ‘¿Viste como me lastimaste gratuitamente? Vos preocupada por tus tacos y tu cartera y no por lo que me estabas diciendo.’ O sea, una mamá dura, una mamá exigente, pero nada histérica. Manejaba la situación sin que hubiera gritos, no era una persona de mal carácter. Ella ponía el límite con la mirada y con palabras muy precisas ‘no mirá, esto no va, esto no es así’. Y cuando era no, era no, no había vuelta atrás.”

Índice