miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO III



“A ti te canto con el corazón…”
(4)


En 1950 Lolita continuaba cantando en Goyescas. Pero el destino, ese permanente ir y venir de las circunstancias, le daría revancha sobre una vieja ilusión que había sido postergada, una deuda pendiente consigo misma y con su íntima esencia de artista que necesitaba manifestarse, ya no sólo como cantante, sino también como actriz. Enrique Carreras fue quien le dio la gran oportunidad de volver al cine, ahora como protagonista, para su Productora General Belgrano. En su libro autobiográfico, el reconocido director, relata aquel primer encuentro con Lolita de la siguiente manera: “Con mis amigos, la barra del Pasaje La Piedad (…) habíamos ido a ver el espectáculo que ofrecía Goyescas (sala destinada al music-hall de mucho éxito en aquellos años). Lo pasamos tan bien y yo disfruté tanto, que al finalizar la función decidí contratar a todo el elenco. ¡Y qué elenco!: Lolita Torres, Alfredo Barbieri, Gogó Andreu y Tito Climent. El contrato de Lolita fue por tres películas, igual que el de Alfredo Barbieri”. Por suerte, esta vez Pedro Torres, luego de analizar la propuesta y tener la certeza de que Lolita sería protagonista del largometraje, aceptó el ofrecimiento. Su compañero de rubro fue Ricardo Passano y en el elenco se destacaba María Esther Gamas. `Ritmo, sal y pimienta´, con argumento de Ricardo Lorenzo (Borocotó), no llevó demasiado tiempo de filmación y fue estrenada en febrero de 1951.
Mercedes Carreras, en junio de 2007, recuerda: “Al casarme con Enrique en 1958 me contaba de esta maravillosa aventura, iniciada junto a sus hermanos, cuando habían decidido fundar la Productora General Belgrano, en 1949, y que al contratar a Lolita tuvo la seguridad de que se transformaría no sólo en una gran estrella de la canción sino también en figura relevante del cine argentino. Enrique, con sólo veinticinco años y tal vez influido por las comedias que llegaban de Estados Unidos, decide encarar ese género. Lolita hizo tres películas para la productora y considero que las mismas cimentaron la continuidad de trabajo en los inicios de la General Belgrano. En su libro, `Carreras por Carreras´, Enrique cuenta que cuando filmaron `El protegido´, en 1956, protagonizada por Rosa Rossen y dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, `el film no tuvo la suerte que merecía y a pesar de los grandes elogios de los críticos, el público no concurrió dejándonos tambaleando, al borde de la quiebra´, situación que afortunadamente pudo superarse. También quisiera acotar, para las nuevas generaciones, que en aquellos años no se contaba con apoyo de ninguna índole ni subsidios especiales para filmar. Los productores arriesgaban su propio dinero”.

“Ritmo, sal y pimienta” tuvo una particularidad que no fue sólo la de ser el primer trabajo cinematográfico de Lolita como protagonista, sino también la de ser el único en el que su galán la besó en la boca. Esta anécdota es por demás conocida, ya que el periodismo siempre la destacó y hasta cuarenta y tantos años más tarde, se le continuaba preguntando por lo mismo. Aún así, y por tratarse justamente de su biografía, no puede soslayarse en esta oportunidad aquel hecho, por muy reiterativo que parezca. Lo cierto es que según la misma Lolita contó alguna vez “cuando llegó el momento de filmar aquella escena del beso que, si la comparamos con los besos del cine o de la televisión de hoy, resulta ser un beso inocente y angelical, el director me llamó aparte y me habló. Me explicó: `Lolita… mirá… es una escena muy tierna. El libro lo indica y tenés que hacerlo… No tiene nada de malo… es apenas un beso en los labios, un beso delicado. Todo estará bien.´ Yo en un principio titubeaba porque sabía perfectamente que mi padre se enojaría mucho. Pero finalmente acepté hacerlo porque me dije `para eso soy actriz´. Para poder filmar la escena sin inconvenientes, algunos de los productores invitaron a mi padre a tomar un café y una vez que estuvieron fuera del ámbito de filmación, y a pesar de los nervios que tenía, la toma se pudo lograr satisfactoriamente. Pero el verdadero drama vino después…”
Cuando al día siguiente Pedro Torres, junto a todo el equipo, vio las filmaciones de la jornada anterior, una tormenta de ira pareció desatarse en los estudios de la General Belgrano. El hombre se sintió moralmente estafado, se enojó y hasta se ofendió, porque él no quería que su hija se besara en cine. No podía aceptar esa idea bajo ningún punto de vista.
-¿Por qué me hiciste esto?– le diría luego a solas.
-Pero papá…soy actriz. No tiene nada de malo.
Pero para don Pedro sí lo tenía, no quería que besaran a su hija y ponía en esta cuestión un firme e indiscutible punto y aparte. Sostenía que no era necesario y que el beso podía sugerirse de muchas maneras sin necesidad de que realmente sucediera.
-El día de mañana -le decía a su hija- a quien sea tu marido no le gustará verte besándote con otros.
Y así fue que Ricardo Passano se convirtió en el único actor que besó los labios de Lolita Torres. Algo que él también tuvo que contar muchas más veces de las que seguramente ha deseado. “Me han conocido más por esta particularidad que por haber hecho `Juvenilia´, en cine, o `La muerte de un viajante´, en teatro”, solía comentar no sin cierto malestar.
Ahora también en el cine, podía reafirmarse que Lolita Torres había nacido para ser artista, y si bien este film no tuvo más pretensiones que la de ser una simpática comedia, la actriz supo desenvolverse con gracia y naturalidad. Lolita tenía ángel y eso era incuestionable, aunque no faltaran aquellos que criticaban. Hay alguna anécdota dando vueltas por ahí que afirma que cuando un cronista se atrevía a criticar alguna de sus actuaciones, don Pedro Torres salía a defender el trabajo de su hija con toda energía, con educación pero con firmeza, proceder que alguna vez le acarreó ciertos inconvenientes con la prensa.
Ritmo, sal y pimienta”, con su mezcla de equívocos, situaciones risueñas, canciones y romance, hizo estallar las taquillas y el éxito la acompañó mucho más de lo esperado. Enrique Carreras supo entonces que no se había equivocado al contratar a la joven cantante aquella noche del “Goyescas”. Para Lolita, cuestionarse ahora si había valido la pena no aceptar el contrato de la Lumiton siete años atrás, parecía carecer de sentido, era parte del pasado. Lo real, lo tangible en ese momento, fue que su primer protagónico permaneció veintiocho semanas en cartel superando ampliamente las expectativas de los propios productores.
El compromiso firmado con la General Belgrano fue por tres películas y la segunda no se hizo esperar: se trató de “El mucamo de la niña”, otra divertida comedia, y no más que eso, que aprovecharía las virtudes de Lolita como cantante y, ahora también, como desenvuelta actriz. El actor cómico que debutó en la película anterior, fue su compañero de rubro: Alfredo Barbieri, y nuevamente serían de la partida Gogó Andreu, Marcos Zucker y Tito Climent. Este film, con libro de Lamarque y Medero, significó el debut de Enrique Carreras como director de cine, labor que compartió con Juan Sires.
Su estreno fue para el 24 de octubre de 1951 y, en general, no cosechó buenas críticas, haciéndose hincapié en la falta de articulación del libro y sus desordenadas situaciones. Sólo se llevaron elogios las actuaciones de los componentes del elenco. Aún así, superó todos los borderaux de películas argentinas y extranjeras exhibidas en el Normandie, sala en la que se produjo el estreno, llegando incluso a batir el récord de un solo día, el del 28 de octubre, con la concurrencia de cinco mil quinientos sesenta y tres espectadores. Es decir que, una vez más, el público brindó su apoyo y concurrió masivamente a las salas cinematográficas, que no eran otra cosa que el preciado vehículo para acercarse a una de sus figuras más queridas. Gogó Andreu, compañero en ambos filmes, aporta su recuerdo: “Conocí a Lolita en Goyescas, donde yo trabajaba con Tito Climent, formando un dúo cómico. Una noche la vi llegar, muy jovencita, acompañada por su padre, y a partir de entonces actuábamos en la misma sala. Nunca fuimos grandes amigos porque ella mantenía cierta distancia con sus compañeros, hacía lo suyo y nada más. Después vino el contrato para las dos películas en la General Belgrano, hasta que más tarde ella pasó a Argentina Sono Film. Nosotros, Zucker, Climent, Barbieri y yo, preferimos en cambio quedarnos en la de los Carreras. Si tuviera que definir a Lolita como cantante, diría que fue de las mejores que dio nuestro país. Yo he visto al público ponerse de pie para aplaudirla, no la dejaban terminar, siempre tenía que hacer uno y otro bis, porque el público se entusiasmaba muchísimo. Una gran comediante y una buena compañera de trabajo, algo distante, pero muy buena compañera de trabajo”.(julio 2006)

En aquellos años, aproximarse a un artista no era tan sencillo como puede serlo hoy. Sólo se los escuchaba en radio: a los cantantes, con sus audiciones en vivo, como durante tanto tiempo fue el caso de Lolita; y a los actores, en los famosos radioteatros que eran minuciosamente seguidos, casi con devoción, por los radioescuchas, quienes paralizaban todo tipo de tareas en los horarios en que éstos se transmitían. Para aquellos a quienes las posibilidades económicas y geográficas se los permitían, existía el teatro con la tremenda imponencia del artista en escena. Las figuras de moda eran “buscadas” en las revistas y muchas personas coleccionaban fotografías y notas, y se agrupaban en clubes de admiradores. Cuando no existía la televisión con su aporte cotidiano, o mientras no fue un medio masivo, concurrir al cine era un acto ceremonioso que permitía al público asombrarse y emocionarse con las historias de sus artistas predilectos.
En la década del setenta, la autora de este libro formó parte de un club de admiradores de Lolita, y en ocasión de una reunión organizada por este, fue invitado el actor Ricardo Passano quien refirió a los presentes una anécdota que guarda relación con el tema. Passano decía “Antes todo era muy distinto…era muy difícil que la gente pudiera llegar a estar cerca de su artista. Se lo veía como un imposible, muy lejano, como envuelto en un manto de fantasía. Una vez, iba yo caminando por una calle céntrica y frente a mí venía un grupo de chicas que, al reconocerme, no pudieron evitar una expresión de asombro que jamás olvidaré. Una de ellas se detuvo y, señalándome, dijo a sus amigas:
-Huy, miren… Ricardo Passano… ¡y está suelto!!!”
La carcajada fue general. Esa anécdota, tierna y divertida es una muestra cabal de cómo los admiradores pensaban o sentían que los artistas pertenecían a un mundo tan lejano como inalcanzable. Tal vez, hasta irreal. O, como el mismo Passano dijo “que estábamos guardados vaya uno a saber dónde”.

A finales de septiembre de 1951, en el Teatro Grand Splendid, Juan Carlos Thorry dirigió la obra “Petit Café”, de Tristán Bernard, de la que él mismo era protagonista junto a Diana Maggi y Analía Gadé. A pesar de los esfuerzos y el entusiasmo puestos en ella, la comedia no tuvo la respuesta esperada por parte del público, por lo que se pensó en buscar un `refuerzo´ que levantara las recaudaciones. Para tal cometido, el mismo Thorry convocó a Lolita, y ni bien fue anunciada su presencia se sucedieron llenos en el teatro todos los días de la semana. Visto el resultado de la actuación de su hija sobre la venta de entradas, Pedro Torres supo negociar con el empresario teatral que, para que Lolita continuara, sería razonable pensar en que encabezara el espectáculo del año siguiente. Así fue que el 15 de marzo de 1952 se estrenaba, en el mismo teatro, la comedia musical “Ladroncito de mi alma”, en la que Lolita era primera protagonista, junto al actor uruguayo Juan Carlos Mareco. El argumento fue escrito por Abel Santa Cruz y Julio Porter, y permitía durante su desarrollo varios números musicales entre los que se destacaban dos canciones interpretadas a dúo por la pareja central. Trabajaron a sala llena durante cuatro meses, más exactamente hasta la noche del fallecimiento de Eva Perón. El mismísimo Mareco contaba: “Teníamos un éxito colosal. El público nos ovacionaba de pie cada noche. Pero luego de la muerte de Evita Perón, en julio de ese año, la gente dejó de asistir a los teatros”. El dolor, el duelo por la desaparición física de una mujer amada por su pueblo, como lo fue Eva Perón, no dejaba ánimo para el esparcimiento.
Por entonces, aconteció un hecho que nada tendría que ver con lo artístico, sino con el plano personal, con el del corazón y los sentimientos que a veces, o generalmente, asaltan a las personas sin previo aviso. En los años transcurridos, luego del supuesto y fallido romance con el integrante del trío Calavera, Lolita pareció no encontrar espacio para el amor. Si lo hubo, no tomó estado público porque siempre protegió su intimidad de la mirada curiosa del periodismo. Sin embargo, en esta ocasión, una sospecha sobre un sentimiento que parecía querer anidar en su corazón, transcendió las fronteras que lo resguardaban en calidad de rumor. Según las crónicas periodísticas de la época, entre Lolita y Juan Carlos Mareco habría nacido un romance que encontraba una infranqueable barrera en la condición de casado de Mareco. Si nos remitimos a los escritos de aquellos días nos encontramos con que “el actor uruguayo no es capaz de abandonar a su familia”. Pero si leemos las expresiones del propio involucrado, a poco de fallecer Lolita, su confesión es bien distinta, ya que en la revista Caras manifestó con emoción y sin tapujos “Yo estuve enamorado de Lolita Torres y por ella lo dejé todo: mi mujer y mis hijos”. Sin embargo, en aquel lejano 1952, alguien tomaría cartas en el asunto para impedir este romance "descabellado y poco digno de una chica como ella". Y ese fue Pedro Torres, que se ocupó de poner las cosas en su lugar, los puntos sobre las íes, y no permitió de ninguna manera que este sentimiento prosperara, en caso de que Lolita lo correspondiera. Consideraba que su hija, soltera, dueña de una imagen pura y decente, no podía ni debía relacionarse con un señor casado, independientemente de que éste se separara o no de su esposa. Su padre había cuidado el buen nombre de su hija hasta en los más mínimos detalles y no podía permitir que aquella relación sin futuro hiciera añicos la reputación de la que ella era dueña. Obviamente, los mejores sentimientos guiaban al hombre, quien además era su representante artístico casi desde siempre ya que solo al comienzo de su carrera Lolita había tenido otro representante. Pedro Torres fue un hombre noble, de honesta conducta, para quien la palabra empeñada valía mucho más que un documento firmado. Amaba demasiado a su hija como para permitir que una situación, cualquiera fuera, la dañara o perjudicara. No quería verla herida. Por tal razón, aquel romance con su compañero de teatro, rumor o verdad, merecía un punto final. Una vez puestas las cosas en su sitio, se dio por terminada aquella historia y nunca más se habló del tema. O al menos, no se lo mencionó por muchos años.
Lolita continuaba con sus presentaciones radiales, pero a partir de 1951 lo hizo en el auditórium de Radio Belgrano, en lo que significó un pase radial muy comentado, que le reportó fuertes dividendos. Era acompañada por la orquesta de Ramón Zarzoso, la Rondalla Gastón y la guitarra de José María ‘Niño’ Posadas. Justamente el hijo de este último, Juan Manuel Posadas, manifiesta: “Recuerdo muy bien a Lolita cuando ensayaba junto a mi padre. Yo era chico y no estaba muy metido en las cosas de mi padre, pero siempre los escuchaba ensayar. Tampoco se me olvidan sus permanentes comentarios sobre las estupendas condiciones de Lolita, incluso cuando filmaron ‘Ritmo, sal y pimienta.’ Ellos trabajaron mucho tiempo juntos, y también con Ramón Zarzoso. Pero al separarse de éste, también se separó de mi padre y comenzó a trabajar con otros guitarristas. Recuerdo muy particularmente la interpretación que hacían de “La niña de fuego”, era impresionante. Mi padre siempre decía que los dos mejores artistas que había acompañado a lo largo de su extensa carrera fueron Lolita Torres y Angelillo. En 1966 se radicó en España, donde falleció unos años después”. (Agosto de 2006)

Respecto a sus grabaciones para el sello Odeón, cabe aclarar que Lolita grabó para la citada discográfica en el año 1944 y, luego de una pausa, volvió a hacerlo desde 1947 hasta 1957, ininterrumpidamente. Durante la década siguiente, el sello Odeón editó en discos de vinilo LP (long play), de 33 revoluciones por minuto, innumerables recopilaciones de los temas grabados en el período mencionado.
Retomando el transcurrir del año 1952, a Atilio Mentasti, que tanto sabía de cine, no le pasó desapercibido que Lolita Torres era un imán que convocaba multitudes. Dispuesto a ofrecerle libros y producciones superiores a los que había tenido hasta el momento, y sin ignorar que daría muy buenos dividendos a su productora, la tentó con un contrato para Argentina Sono Film. Pero Lolita aún debía realizar una película más para la General Belgrano, a efectos de dar por cumplido su contrato. Así fue que filmó “La Niña de Fuego”, con libro de María Antinea y Carmelo Santiago, adaptado por Miguel de Calasanz. Sobre la elección de este libro, el periodista Roberto Quirno, para su sección “El baúl de la nostalgia”, publicado en el suplemento “Última Hora”, del diario Crónica, del 22 de octubre de 1998, relataba: “Al año y siete meses del estreno de ‘Ritmo, sal y pimienta’, Lolita Torres se liberaba del compromiso contractual con los Carreras estrenando ‘La niña de fuego’, que completó la trilogía. Para el filme de su despedida de la General Belgrano, el producto fue mucho más cuidado. Nicolás Carreras desempolvó una sinopsis que le había rechazado a María Antinea, quien buscaba continuidad cinematográfica luego de ‘La doctora Castañuelas’, su única experiencia en el sello independiente Cosmos Film. Antinea había ideado para sí la historia de la inmigrante española que se hacía pasar por varón, pero los Carreras la encontraron pasada de edad. La misión de Nicolás fue convencerla de resignar el protagonismo y de que les vendiera la historia, que ya había comenzado a diagramar junto a Carmelo Santiago (Taurosi en sus documentos). Con su consentimiento, el guión fue completado por don Miguel de Calasanz”. Nuevamente, el compañero de Lolita fue Ricardo Passano, y formaron parte del elenco Mario Baroffio, Helena Cortesina y Noemí Laserre. El Heraldo del Cinematografista da cuenta de que “La niña de fuego” permaneció cinco semanas en cartel en los cines de capital y algunas más en los cines del interior, y también acerca de que fue un libro apenas bueno, aunque “la continua sucesión de equívocos le brinda un compás ágil en la acción. Las notables limitaciones de presupuesto restaron atractivo visual a la película.”
Ricardo Passano destaca: “Trabajar junto a Lolita fue una gran alegría y lo cierto es que me hubiera gustado compartir más trabajos con ella, como por ejemplo hacer teatro. El tema del beso en `Ritmo, sal y pimienta´ fue tan trascendental como la famosa cachetada de `Gilda´. Más de una vez renegué de ello porque parecía que yo no hubiera hecho otra cosa más que besar a Lolita Torres. Pero más allá de eso fue una anécdota muy linda. La carrera de Lolita fue brillante, supo mantener su calidad de cantante y actriz, cosa que en el cine argentino no es muy común. Es el mismo caso de Libertad Lamarque, fueron actrices y cantantes al mismo tiempo. Luego vino `La niña de fuego´, una película que se desarrolló tranquilamente. La escena del ring particularmente me trajo mucha algarabía porque era y soy un fanático del boxeo. Me acuerdo que Lolita me preguntaba si era verdad lo de la “piña”. De la primera película destaco la actuación de María Esther Gamas, una gran artista y gran compañera. Y de `La niña de fuego´, la presencia de Noemí Laserre, una persona estupenda, con la que ya habíamos trabajado en teatro”. (Julio 2006)

Una vez cumplidas sus obligaciones con la General Belgrano, Lolita firmó contrato con Argentina Sono Film por una importantísima cifra, constituyéndose éste en uno de los pases más comentados del momento. Por aquel entonces, era la estrella mejor cotizada de la época y lo fue por mucho tiempo. También, la que aportaba fantásticas ganancias. Luego de aquel episodio del beso en su primera película, los libros que le ofrecían eran minuciosamente leídos por su padre antes de aceptarlos. Mucho se dijo sobre la existencia de una cláusula en los contratos por la cual no podía ser besada en la boca por sus galanes, sin embargo esto siempre fue negado por la actriz y cantante quien, en cambio, sí aceptaba reconocer que era un tema conversado entre las partes, hasta llegar al acuerdo de sugerir el beso con un ramo de flores que se interponía entre la pareja y la cámara, un primer plano de sus pies poniéndose en puntillas, los novios corriendo, tomados de la mano, para esconderse detrás de un árbol o cualquier otro recurso que al autor o al director pudiera ocurrírsele.
En Argentina Sono Film tuvo oportunidad de filmar las más tiernas y románticas historias de amor, y no son pocos aquellos que cuentan que muchas de las jovencitas que iban a ver sus filmes, se sentían ampliamente identificadas con la protagonista de esas historias. La primera película que Lolita filmó para esa productora fue “La mejor del colegio”, con libro de Insausti y Malfatti y adaptación de Abel Santa Cruz. La dirigió por primera vez Julio Saraceni, quien pasaría a ser luego uno de sus preferidos y también uno de sus amigos dentro del mundo del espectáculo. Un joven actor, cuya imagen daba a la perfección con el perfil buscado para ser su compañero de rubro, es contratado por la productora: Alberto Dalbes. Juntos formaron una pareja querible, aceptada inmediatamente por el público. Es Roberto Quirno, quien relata como se produjo aquella elección: “Del casting para la película se ocupó personalmente el director Julio Saraceni. Su colega Mario Sóffici le solucionó el principal problema: encontrarle galán a Lolita. Debía ser joven, buen mozo, pero dar suficientemente mayor como para que fuera creíble interpretando a un profesor del internado. Le recomendó calurosamente a un muchacho rosarino, entrecano, pese a estar pisando la tercera década, a quien él acababa de darle una oportunidad en ‘Ellos nos hicieron así’, junto a otros jóvenes con experiencia: Alberto de Mendoza, Mirta Torres, Elena Cruz, Luis Medina Castro, etc. En cambio Dalbes (Francisco Eiras en sus documentos) tenía como mayor antecedente su paso por la revista ‘El Nacional’ en calidad de ‘boy’… Sóffici invitó a Saraceni a ver algunas secuencias de su película aún sin compaginar y el personaje fue para Dalbes, que hizo otros dos filmes como pareja de Lolita: ‘La edad del amor’ –donde conoció a una actriz debutante que se convertiría en su esposa, Monique Bond, hija del dueño de la cafetería ‘A los Mandarines’- y ‘Más pobre que una laucha’. En el ’55 la productora lo despegó de Lolita para unirlo a Elder Barber, que no respondió a las expectativas en su único filme, ‘Canario rojo’. (…) Los Mentasti habían ofrecido al padre de Lolita Torres una suma récord para arrebatársela a los Carreras, pero recuperaron con creces la inversión”. El elenco de “La mejor del colegio” se enriquecía con Francisco Álvarez como el encantador abuelo, Ramón Garay en el rol del inimitable Saporiti, con su latiguillo “Saporiti nunca se equivoca”, José Comellas, Nelly Láinez y Egle Martin. La película se convirtió en un gran éxito de taquilla. La historia de la alumna, la mejor del colegio, enamorada de un profesor al que creía casado pero que, en realidad, no lo era, ganó el corazón de la gente que por ocho semanas consecutivas asistió a las salas cinematográficas para verlos.
Era Junio de 1953 cuando se produjo su estreno en el cine Monumental. Abel Santa Cruz recibió por este filme el Premio a la Mejor Adaptación, otorgado por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina. Por otro lado, los compañeros de filmación, al terminar el trabajo, le regalaron a Lolita una medalla por sus condiciones de gran compañera, un hecho que la emocionó profundamente y que siempre recordó con gran cariño. Durante el rodaje, un acontecimiento singular, que en principio no tuvo la gran magnitud que adquirió más tarde, fue que entablara amistad con Aurora Delmar, una de las actrices que conformaban el elenco. “De ella podés ser amiga” habría dicho don Pedro. Sin embargo, a pesar de que se manifestó inmediatamente un atisbo de afinidad y compañerismo entre ambas, las diferentes circunstancias de la vida de cada una, hizo que no se frecuentaran tanto como podría haber sido entonces o como llegó a serlo años después. Justamente Aurora, tiene estos recuerdos de aquella filmación: “En la película Lolita era campeona de todo y para ello, por supuesto, tenía una doble. La campeona de básquet era una chica de La Plata, campeona de verdad, que apuntaba, la embocaba, y Lolita ponía la cara. Lo mismo sucedió con la escena de esgrima. Ella se reía mucho luego contándolo. En aquel grupo hubo chicas que luego fueron vedettes, como por ejemplo Egle Martin Una cosa que recuerdo de la querida Egle, que hacía el personaje de ‘la mala’, es que filmaba de morocha, y un día que teníamos que filmar una escena con continuidad, se apareció con un mechón rubio, como una luna. Saraceni, el director, se quería morir: `Pero ¿qué hiciste? ¿ y ahora qué hacemos?´, le decía, agarrándose la cabeza. Tuvo que ir `volando´ a teñirse otra vez de morocha antes de filmar la escena…La verdad es que nos divertíamos mucho, éramos muy compinches todas, como todas las jovencitas. Lolita era muy amable con todas, no tenía problemas con las chicas, era muy simpática. Fue una época hermosa”. (Marzo 2005)

Era notablemente llamativo que el verdadero amor, el gran amor, no llegara a su vida. No eran pocos los que soñaban ganar su corazón, sin embargo, ninguno lo lograba. Lolita, a los veintitrés años de edad, estaba sola. Décadas después, en una nota periodística, Lolita admitía que: “Seguramente, la forma en que fui educada me hizo ser un poco retraída cuando era jovencita, pero no puedo negar que algún cumplido galante, alguna tarjeta o un ramo de flores que por entonces recibía, me hicieron sentir muy halagada”.
Mientras tanto, su carrera profesional se afianzaba cada vez más y cosechaba los frutos de una siembra que comenzó siendo muy niña. Fue de las figuras mejor cotizadas en la radiofonía argentina. El auditorio de Radio Belgrano resultaba demasiado pequeño para dar cabida a los cientos de admiradores que acudían a verla y escucharla, formando interminables filas y agotando las entradas en el mismo momento en que la emisora las ponía a disposición del público. Existen testimonios de personas que tuvieron oportunidad de asistir a estas audiciones y cuentan anécdotas verdaderamente interesantes acerca de cómo pugnaban por entrar y robarse los lugares, con el propósito de conseguir una entrada. Matilde de los Santos se confiesa “fanática admiradora de Lolita desde que tengo memoria”. Su recuerdo vívido, fresco, emotivo, le permite transmitir aquellas vivencias suyas como si hubieran acontecido ayer: “Entre los años ‘52 y ‘53, cuando Lolita estaba en Radio Belgrano, que por esos tiempos se ubicaba en Ayacucho y Posadas, yo comencé a trabajar. Tenía entonces trece años. El problema que se me presentó a partir de ese hecho es que la radio entregaba las entradas para asistir a las audiciones, exclusivamente por la mañana. Y sin las entradas, a la noche no entraba nadie. La cantidad de gente que iba a la emisora era muy grande. Muchos con su correspondiente entrada pero muchísimos más iban sin ella, a emprender la aventura de lograr pasar al interior, ya sea burlando al portero o rogando su caridad. Eso era un caos. La gente pugnaba por entrar, se formaban avalanchas. Yo misma participaba de esas avalanchas si era necesario. Después, el que conseguía entrar tenía que esconderse o poner cara de inocente porque el portero entraba a buscarlo y, si lo encontraba, lo sacaba afuera. Yo estaba desesperada porque no sabía cómo hacer para tener la entrada y ahorrarme problemas. Por entonces, Juan José de Soiza Reilly tenía un micro en la radio, en el que hablaba de diferentes temas, todo tipo de historias. Era periodista, escritor, una persona inteligentísima y muy buena gente. Cuando lo conocí me parecía mentira que, esa voz tan dulce y amable que yo escuchaba en radio, se correspondiera con esa persona tan enorme, tan grandota, como él era. Me impresionó su tamaño. Entonces tuve una idea. Yo era alta, pero flaquita. Un día me acerqué a él, no sé de dónde saqué coraje, y le dije: `Soiza Reilly, disculpe…yo no puedo venir a buscar entradas para ver a Lolita porque trabajo… ¿puedo entrar detrás suyo?´. Primero se desconcertó. Entonces le aclaré: `Usted entra y yo me pongo atrás suyo´. Lo esperaba en la puerta antes de que entrara para realizar su micro, que precedía al programa de Lolita. Yo era muy tímida, nada caradura, pero mis deseos de verla podían más que todo eso. Soiza Reilly entraba medio de costado, saludando al portero, y yo atrás de él. Me acompañaba hasta el auditorio donde luego cantaba Lolita y él se iba al otro estudio a hacer lo suyo. Otra vez, le pedí ayuda a un violinista de la orquesta de Zarzoso. Me acerqué, me presenté y le expliqué lo que me sucedía. `¿Me permite llevarle el violín, así puedo entrar?´. Y el hombre aceptó. Entraba pegadita a él, con su violín en la mano, muerta de miedo cuando pasábamos frente al portero de la radio, que era muy estricto a la hora de determinar quién entraba y quién no. Tenía mal genio. Pero yo nunca tuve problemas. Después, el músico ya me conocía y, ni bien me veía, me decía: `Sí. Ya sé. Me vas a entrar el violín´. Me dejaba en una puerta y él entraba por la otra, la de los artistas. Así que a veces entraba con Soiza Reilly y otras con el violinista. A veces me pregunto cómo me animaba a hacer aquellas cosas, pero era mi cariño por Lolita lo que me hacía superar tantos escollos. Yo no me perdí ni uno solo de aquellos programas radiales. O sí. Uno sólo. No lo olvidaré jamás. Fue mucho después, en Radio Splendid. El portero se encaprichó en no dejarme pasar. Por más que dije de todo, supliqué, fingí ir al baño, fui a las oficinas y busqué a un jefe, la realidad fue que el portero, empecinado e intransigente, me hizo salir y no me permitió pasar de ninguna manera. Me fui de ahí corriendo, tres cuadras hasta Callao, llorando desconsoladamente, a tomar el 124 para volver a casa. Cuando llegué, fui apuradísima a encender la radio porque el programa estaba recién empezado. Yo seguía llorando como una loca y mi mamá me miraba sin entender nada. Fue horrible porque, para mí, no entrar a ver a Lolita era lo peor que podía pasarme. Parecerá mentira pero, de tantas veces que fui a verla, sólo unas pocas me atreví a hablarle, porque para mí era `lo máximo´. Le pedía a don Pedro que me enviara fotografías y él me las enviaba a casa, firmadas por ella. Aún las conservo, por supuesto. Me acuerdo de una chica en especial que se desvivía por la canción `Martirio de amor´, siempre se la pedía y cada vez que Lolita la cantaba, ella, en agradecimiento, aparecía con una caja de bombones bellísima, gigante. Cuando Lolita salía a la calle se producía un tumulto impresionante…Era tanta la gente que la rodeaba y que se empujaba entre sí para poder verla de cerca, besarla, pedir autógrafos, que casi no le dejaban pisar el suelo”.
Una vez más, en su sección “El baúl de la nostalgia”, Roberto Quirno repasaba, a finales de los años noventa, el éxito de Lolita en la radio y el cine: “(…) Lolita Torres era entonces la figura local de la canción mejor cotizada por los auspiciantes de ciclos exclusivos, por encima de la imbatible Virginia Luque, ‘la estrella de Buenos Aires’, y las ‘disputadas’ Mercedes Simone y Nelly Omar. Tita Merello, con su suculento cachet, quedaba fuera de comparación porque jamás tuvo contrato radial como ‘cancionista’. A lo sumo, en sus ciclos en Radio El Mundo (que no excedían los cinco meses, donde Mario Luis Moretti la hacía vivir a la acaudalada diseñadora de modas ‘Mademoiselle Elise’ y a ‘la Santusa de su infancia’, explotada por un tío), se despedía cantando unas estrofas de ‘Arrabalera’. (…) En 1953 la estrella más cara de la radiofonía pudo trasladar al cine su cotización, concretando el pase a Argentina Sono Film. Ya no rodaría películas de bajo presupuesto y en tiempo récord. (…)Otro gran éxito radiofónico concretaba ese año su salto al cine: Nicola Paone. El acceso de Paone a la pantalla fue el inverso de Lolita que saltó de una productora pequeña al gran sello nacional. ‘Slas Films’ se interesó en él. Paone coqueteó con el sello independiente y le dio su palabra, pero terminó firmando con los Mentasti por menos de la mitad. Había elegido el camino más corto al estrellato: el respaldo de una gran productora, su publicidad y su distribución. Fue un camino que terminó al empezar. Pese al gran aparato montado, ‘Ue…paisano’, no salió de la medianía de recaudación del resto de los filmes musicales del año, entre los que ‘La mejor del colegio’ se había cortado sola como récord de taquilla. ‘La voz de mi ciudad’, estelarizada por Mariano Mores, ‘Por cuatro días locos’, de Alberto Castillo, y ‘Me casé con una estrella’, donde el mismísimo Luis Sandrini era ‘soporte’ de Conchita Piquer (con ‘No me quieras tanto’ a la cabeza) no lograron hacerle sombra a ‘La mejor del colegio’. Castillo, Mores y Piquer no llevaron tanta gente al cine como Lolita”.
Los primeros pasos de la televisión en nuestro país acontecen en los albores de la década del cincuenta. En julio de 1951, Jaime Yankelevich, pionero en el medio, propietario y director de LR3 Radio Belgrano, viaja junto a su hijo Samuel a los Estados Unidos, para traer desde allí, y en barco, los primeros equipos: cámaras, transmisores, cables, luces, repuestos y todo lo necesario para poner en marcha la televisión en Argentina. Unos años atrás, en uno de sus viajes a aquel país, quedó fascinado frente a esa nueva tecnología cuyo potencial, como medio de comunicación, no le pasó desapercibido a su infalible y futurista olfato. “A mí no me interesa todo el dinero que haya que invertir en este proyecto, cualquier cantidad de millones sería poca”, habría dicho Yankelevich quien, entusiasmado con la idea, la expone al Gobierno de la Nación, alcanzando ambas partes un acuerdo, a raíz del cual, en el mes de septiembre comenzaron las primeras transmisiones de prueba. La inauguración oficial se efectivizó con la transmisión en vivo de un acto político: fue el 17 de octubre de 1951, día en que Eva Perón, visiblemente enferma, ofrecía su primer discurso luego del renunciamiento a la vicepresidencia de la Nación. De tal manera quedó inaugurado el viejo Canal 7, conocido en aquella época como LR3 Radio Belgrano Televisión, único canal estatal que fue cuna para la formación de artistas, técnicos, camarógrafos, escenógrafos, directores, todos ellos provenientes del teatro y el cine, medios que por entonces atravesaban su época de esplendor. Serían los propios locutores radiales las primeras figuras en asomar al nuevo medio: Guillermo Brizuela Méndez, Nelly Trenti, Nelly Prince, Adolfo Salinas, Pinky y Antonio Carrizo.
En 1953, llegaba a Buenos Aires Carmen Amaya, con su compañía compuesta por gitanos, constituyendo un gran éxito en su presentación televisiva. Antonio Prieto, anunciado como “la juventud hecha canción”, y Lautaro Murúa, llegaban desde Chile para tentar fortuna en nuestro país, cumpliendo también actuaciones en televisión. Julio Korn editó la primera revista dedicada exclusivamente a ese medio, aunque sólo duraría dos números, llamada “Teleastros”. Y Nené Cascallar, indiscutida autora de radio, escribía por entonces su primer teleteatro: “Silvia Villar, doctora”, con la actuación de Sergio Malbrán, Fernanda Mistral y Juan José Miguez. Figuras del cine y la radio, tales como Alberto Castillo, Miguel de Molina, Alberto Anchart, Leonor Rinaldi, Tita Merello, Diana Maggi, Amelia Bence y Elisa Christian Galvé, también se incorporaban a Canal 7. A estas alturas, la radiofonía comienza a inquietarse respecto al nuevo medio de comunicación. Las estadísticas, en 1953, dan cuenta de un notable avance en las ventas de aparatos de TV.
Lolita también fue de las primeras artistas cuya imagen difundía la televisión, en ocasión de que sus audiciones radiales fueran transmitidas de manera simultánea por Canal 7, primero tímidamente en 1951, sólo en algunas ocasiones en 1952, y más habitualmente a partir de 1953, La revista Radiolandia confirma estos hechos: “Ante una multitud abigarrada que colmaba el salón auditorio de la emisora –hubo que colocar altavoces en los pasillos, desbordados por los admiradores de la estrella- hizo su reaparición la gran intérprete de las canciones de la Madre Patria. Lolita Torres, la joven estrella argentina, está cumpliendo otra temporada brillantísima en Radio Belgrano, cuyas cámaras de televisión también captan sus audiciones”.
Por entonces recibía, de manera permanente, distinciones por su labor y, en ese año en particular, fueron las Medalla de Oro del Centro Región Leonesa y la Medalla de Oro del Campo Lameiro-Catoira y Catovad.

Lolita era una muchacha alegre, de buen carácter y gran seguridad en sí misma. Como ella misma relatara muchos años después, ciertas características de su personalidad se las debió a las enseñanzas de su padre, a quien siempre señaló no sólo como su gran compañero sino también como su gran maestro. Fue él quien le enseñó a cuidar detalles sobre cómo hablar, cómo caminar y hasta cómo reír. Y estas normas que pueden parecer excesivas para otro, fueron siempre valoradas por Lolita por considerar que le aportaban la feminidad que tanto apreciaba en otras mujeres y que quería lograr para sí. El excesivo control que su padre ejercía sobre su entorno tuvo también su costado perjudicial, debido a que llevó a creer a alguna de sus compañeras o compañeros de trabajo que estaban frente una estrella con ínfulas de diva. Sólo después que la trataban comprobaban que esto no era así y que la simpatía, la cordialidad y un carácter alegre eran características inmanentes de su personalidad. Desde el inicio de su carrera, su padre le inculcó el cuidado de todos los detalles. Le enseñó que el escenario había que pisarlo con seguridad y decisión, diciendo “aquí estoy yo” y le infundió la importancia de controlarse y manejar las emociones. “Una artista debe controlar sus emociones para que éstas no la quiebren”, solía decirle. Y ella, como una esponja que embebía toda el agua, absorbía aquellas enseñanzas que moldearon su temperamento y la acompañaron durante toda su existencia. También Pedro Torres, con su sabiduría de hombre que había vivido ya bastante, la preparó para las situaciones difíciles, esas en las que se amasan ambiciosos proyectos, poniendo en juego todas las ilusiones, pero en las que las cosas, por una razón o por otra, no resultan o no pueden concretarse. Entonces, él le aconsejaba “cuando esto sucede, no hay que impacientarse. Todo llega en la vida. Sólo debés saber esperar”. Lolita hizo suyas, con auténtico convencimiento, todas esas pautas y fueron ellas los rasgos más sobresalientes de su carácter. Por todo ello, fue una persona muy segura, de gran serenidad, que en la mayoría de los casos, ante proyectos o sueños abortados, supo echar mano a aquellas máximas, y mantener la calma en aguardo del momento más oportuno, que tantas veces llegaría y tantas otras no.
En sus horas de ocio gustaba de leer o de escuchar música de todo tipo, porque si bien se dedicaba al género español, amaba la música en general. El tango y el folklore le encantaban y, en especial, la voz de Carlos Gardel le llegaba profundamente. Ella misma, a la hora de explicar o explicarse por qué se dedicaba a la música española, no lo sabía precisar pues, a pesar de que sus abuelos eran gallegos, jamás se la habían inculcado. Mucho menos sus padres que eran argentinos. Esa inclinación estaba en ella, involuntariamente, como una célula más de su anatomía. Admiraba a Imperio Argentina como cantante y actriz, como artista en general. También a Miguel de Molina, a Concha Piquer y a Carmen Amaya. En su corazón había un sitio especial para la música de Galicia por el inmenso amor que tenía por sus abuelos, pero por ser argentina pudo hacer algo que los mismos españoles no hacían ni harían jamás: cantar, con amor, a cada una de las regiones de España. Por su voz privilegiada pasaron jotas, schottis, pasodobles, farrucas, sardanas, rumbas y todos los géneros de la península ibérica, con profundo sentimiento, con indudable respeto y en un constante homenaje a esa tierra que tanto amó mucho antes de conocerla.
El maestro Ramón Zarzoso, quien fuera inspiradísimo compositor, continuaba dirigiéndola y mucho de lo que Lolita había aprendido se lo debía a él. Grandes obras, junto a Salvador Valverde en las letras, fueron compuestas especialmente para ella, que las convirtió con su interpretación en éxitos inolvidables. Otras, aunque fueron creadas para otros cantantes, solo en su voz adquirieron popularidad. Algunos ejemplos de ambos casos son No me mires más, El gitano Jesús, España de risa y de llanto, Cantando soy española, De rompe y rasga, Los cuatro pañuelos y Coimbra divina. Otro autor de las letras que popularizó Lolita por aquel entonces y que sería injusto olvidar, fue Gerardo González, con quien Zarzoso compuso Charra de Salamanca, Dulce Cataluña, Chulona, Tacita de Plata y tantas más. Algunas de esas canciones, Lolita debió cantarlas hasta en sus últimos recitales, porque el público continuaba pidiéndoselas.
Todo se iba dando en su vida como en el sueño más ansiado por cualquier chica que deseara ser artista: radio, cine, teatro, centros españoles, eventos, colmaos, discos, prácticamente todo se abría ante ella como un par de brazos enamorados. A veces solía coquetearle al éxito cuando en medio de un reportaje periodístico declaraba: “Cuando me enamore, no dudaré en dejar mi carrera si esto hiciera falta” y, a pesar de la provocación, él éxito no la abandonaba.
En 1953 filmó una película que le abriría puertas insospechadas en ese momento. El título previsto en primera instancia fue “Siempreviva”, pero pronto fue cambiado por el que sería definitivo: “La edad del amor”. Su argumento narra la historia de Soledad Reales, `la Chispera´, una cantante a punto de comprometerse y casarse con Alberto Méndez Tejada, abogado de reconocido prestigio social y considerable fortuna. Sin embargo, el padre de éste interviene momentos previos al compromiso, instando a Soledad a dar un paso al costado para liberar a su hijo de lo que, a su criterio, es un matrimonio desigual debido a las diferentes clases sociales de ambos. Tiempo después, Soledad, se casará con un compañero de teatro, de cuya unión nacerá Ana María. También Méndez Tejada contrae enlace con la mujer que su familia tenía elegida para él y ambos tendrán un hijo que, por tradición familiar, llevará su mismo nombre y que, también por tradición, igual que su abuelo y su padre, deberá ser abogado. Sin embargo, el muchacho, es un pésimo estudiante y tiene, en cambio, una marcada vocación hacia la música, igual que Ana María, quien desea triunfar cantando. Juntos lograrán imponer sus condiciones artísticas y el sueño de amor que, años atrás, no pudieron cristalizar sus padres.
Los dos personajes femeninos estuvieron encarnados por Lolita. Alberto Dalbes y Floren Delbene tuvieron a su cargo los roles masculinos.
La edad del amor” fue estrenada el 29 de enero de 1954 y recogió excelentes críticas. “Muy buen libro y dirección. Diálogos naturales y fluidos. Lolita Torres supera sus trabajos anteriores, excelente en ambos aspectos de su labor, tanto como cantante como actriz, donde manifiesta con la desenvoltura y simpatía que ya se le conocen, excelentes cualidades interpretativas tanto en la comprensión de sus dos personajes como en los recursos con que les da vida”. Una canción en particular, interpretada en esta película, pasaría a convertirse en uno de sus más grandes sucesos, “No me mires más”, que junto a “Chulona”, también interpretada en la oportunidad, fueron grabadas el 18 de marzo de 1954 para el sello Odeón, convirtiéndose en un éxito colosal. La interpretación de “Coimbra divina” fue otro de los grandes momentos musicales del film. Alguien dijo alguna vez que Lolita Torres salvó al cine nacional del derrumbe económico. Cabe señalar que, sin embargo, no siempre le fue suficientemente reconocido.
Lolita Torres significó muchas cosas a la vez. Para algunos fue la hermana, para otros la hija, para muchos la novia que hubieran querido tener. Para las chicas, era el compendio de lo que ansiaban para sí, un espejo en el que gustaban mirarse, en una época en que la mujer luchaba por sus ideales de independencia, oportunidades e igualdades sociales.
Además de realizar presentaciones personales en diferentes escenarios, Radio Belgrano continuaba contándola entre sus más destacadas figuras. Realizó ese año, un ciclo que fue desde el 4 de octubre al 29 de diciembre, con dos audiciones semanales. La dirección musical era del maestro Ramón Zarzoso, con participación de la Rondalla Gastón y de Gerónimo Fernández en la guitarra. Los recitados estaban a cargo de Julián Pérez Ávila.
En el transcurso del mismo año filma “Más pobre que una laucha”, una comedia del autor húngaro Ladislao Fodor, adaptada por Abel Santa Cruz y dirigida por Julio Saraceni, en la que contó como compañeros de rubro a George Rigaud y Alberto Dalbes, y en la que la actuación de Ramón Garay descolló nuevamente dentro del inefable personaje de Saporiti. El estreno se produjo en enero de 1955 y permaneció diez semanas en cartel. La publicidad de entonces rezaba “aplaudida por los críticos, consagrada por el público”. La crítica la apoyaba. “como cantante y actriz saca amplio partido de su personaje aportándole encanto y simpatía. Muy buenas actuaciones. Buen manejo de la dirección”.

Horace Lannes, modisto de Lolita en tantas oportunidades, hizo su primer trabajo para ella en este film. Con gran pasión, sumergiéndose en recuerdos y rescatando detalles, relata: “En 1954 yo era exclusivo de Zully Moreno y Luis César Amadori, pero ellos me dieron permiso y pude aceptar el contrato para hacer `Más pobre que una laucha´, que fue mi tercera película de las ciento siete que hice. Luego la vestí en ‘Joven viuda y estanciera’ y ‘Allá en el norte’. En teatro, ‘Según pasan los años’, ‘Cantares y jaleo’, ‘Mundo de candilejas’ y para las giras de Rusia. Volviendo a mi primer trabajo con Lolita, me contrataron porque querían cambiarle el look que era ingenuo y que, siendo aún muy ingenuo el personaje de la película, porque encarnaba a una chica pobre que luego va a Paris, querían producirle un cambio. Analicé el libro, la historia, y fue por primera vez que le puse los vestidos sin hombros, los llamados `strapless´, que tan bien lució. A don Pedro, su padre, no le gustaba mucho la idea, él no quería que llevara los hombros descubiertos ni rellenitos en el escote y el busto, porque ella era muy chatita y había que realzar sus formas. El hombre estaba un poco reticente pero al final lo convencimos, comprendió, y ella salió muy elegante en la película. Lolita tenía cincuenta y tres centímetros de cintura. Le hice cortar el pelo, busqué un estilo diferente. Ahí muestra las piernas, en un número en el que sale de apache francesa, con un traje cortito de raso, con un tajo en la pollera. En cambio, en el cuadro que hace de laucha, ahí sí tuve que dar marcha atrás. Yo quería un traje de raso blanco, con una mallita, pero el padre dijo `no ¿cómo va a salir así?´. Entonces terminamos haciendo una laucha gris, en un jersey, y además con medias. Yo hubiera querido de blanco y de raso, que era más sensual, y ella no hubiera tenido problemas en vestirse así, no le hubiera importado, porque sabía que la imagen se habría logrado mejor y que no tenía nada de malo, pero fue el papá”. (Abril 2007)
Fue justamente durante la filmación de esta película cuando se mudó a Eduardo Acevedo 502, esquina Aranguren, en el barrio capitalino de Caballito, a una casa que costó “medio millón de pesos, y amueblarla casi doscientos mil más” aseguraban las publicaciones del momento, “la suma de nuestros ahorros está en esa casa” decía Lolita. Su padre, gran administrador del dinero de su hija, invirtió en esa vivienda, que anteriormente había sido un petit hotel, lo reformó y dotó de las mejores comodidades.
Los filmes de Lolita, lo mismo que los de las más notables estrellas del cine nacional, se vendían muy bien en Latinoamérica. Aquel año, un grupo de empresarios rusos ligados a la industria de la cinematografía, viajó a Argentina con el propósito de comprar un paquete de películas que se ajustaran a ciertas características, como que estuvieran exentas de escenas de sexo y de violencia. Entre las películas elegidas estaba “La edad del amor”. Y éste hecho, que podría haber significado una mera transacción comercial, se convertiría en cambio en la piedra basal para una relación de amor incondicional entre todo un pueblo y una artista, de países sumamente lejanos y de culturas muy diferentes, construidas exclusivamente sobre los sólidos cimientos de la admiración, por parte de unos, y el respeto, por parte de la otra.
Mientras tanto, y en esta ocasión para Artistas Argentinos Asociados, comienza la filmación de “Un novio para Laura”, que también tuvo libro de Abel Santa Cruz y dirección de Julio Saraceni. En ella, en la última escena, en la cual Lolita cantó “Desperta meu amor”, se hicieron las primeras pruebas en color para el cine de nuestro país. Su compañero de rubro fue Alberto Berco y su estreno se concretó en mayo de 1955, a menos de cuatro meses de “Más pobre que una laucha”. La crítica diría entonces “el TEAM Lolita-Saraceni-Santa Cruz por cuarta vez hace impacto. Un tema liviano pero simpático da firme sostén a director e intérpretes para obtener una comedia ágil y llena de simpatía que se ve con agrado. Lolita Torres confirma excelentes dotes que ya le hemos aplaudido para el género”.

Liria Marín fue quien encarnó el personaje de la hermana del medio. Al momento de esta entrevista, abril de 2007, tiene setenta y seis años, está llena de recuerdos y le produce gran alegría y mucha emoción poder rescatarlos de su memoria y compartirlos con quien desee escuchar: “Yo tenía todo un enamoramiento desde chica con Lolita, apenas comenzó su carrera. Mi mamá me llevaba a todos los colmaos donde cantaba porque yo tenía fascinación con ella. Y si hubo algo que nunca soñé cuando empecé mi carrera de actriz, es que llegaría a trabajar con ella. Nunca, nunca, se me ocurrió. En Artistas Argentinos Asociados yo tenía un contrato por tres películas y tuve la suerte de que una era la de Lolita. Para mí fue fascinante. No pude filmar las otras dos porque tuve un accidente muy grande, que me ocasionó fracturas en la cabeza, estuve muy grave, me quedó una marca importante en la frente y, a raíz de eso, yo misma decidí rescindir mi contrato. Trabajar junto a Lolita fue una experiencia maravillosa. Era una persona muy reservada y muy educada también. Cuando llegaba al estudio saludaba a todo el mundo con mucho cariño, con mucha amabilidad. Se preocupaba no sólo por ella sino por todos los actores. Me acuerdo que un día estábamos Lolita, Rolando Dumas y yo en una confitería, realizando la toma de una escena. Estábamos filmando y ella, de pronto, dijo `corten´. No sabíamos por qué había pedido el corte si el diálogo estaba bien. Entonces llamó a la maquilladora, y sin que los demás escuchen, sin levantar la voz para nada, le dijo `mirá, acá a todos los actores, desde el último hasta el primero, se les tiene que corregir cualquier defecto que tengan en el maquillaje, no solamente a mí. Liria tiene sobre la mejilla derecha un manchón, sacáselo y seguimos´. Tenía una profesionalidad y un respeto hacia sus compañeros casi increíbles. Además, ella y yo éramos muy cómplices. Lolita transmitía con los ojos una bondad tan grande que contagiaba serenidad al compañero con el que trabajaba y generaba una corriente de confianza muy importante. A mí, por ejemplo, me agarraba las manos, me las apretaba, antes de comenzar un diálogo, y me miraba guiñándome un ojo, como diciendo `èsto va a salir bien´. Porque, claro, ella tenía experiencia pero yo no. Teníamos una conexión maravillosa. Nunca me faltaron sus palabras de aliento para seguir adelante con esta carrera. Yo no tuve hermanos pero el sueño mío, de haber tenido una hermana, era que hubiese sido Lolita. Y en la película el sueño se cumplió. Yo había ido a verla a El Tronío, a Goyescas, al Grand Splendid, y por eso trabajar a su lado para mí fue muy emocionante. Cuando terminamos la filmación, nos dimos un abrazo muy grande, muy fuerte. Alcanzamos una gran comunicación que, lamentablemente, por razones de trabajo de ambas y también de mi accidente, no pudimos plasmar en una amistad. Yo tuve que empezar todo desde abajo otra vez, fue muy duro. Nuestras carreras fueron por caminos separados”. Liria Marín no oculta la tristeza que le produce el olvido y la falta de reconocimiento hacia figuras de la escena nacional. Un hecho en particular parece escaparse de toda lógica, y es cuando cuenta que “Fui la primera cara que salió en televisión y nunca me hicieron un reportaje. Cuando don Jaime Yankelevich trajo la televisión a Radio Belgrano, salían solamente locutores. Primero sólo era la imagen y los locutores estaban en cabina. Después de un tiempo, los locutores comenzaron a aparecer en cámara. Cuando don Jaime, que ya estaba muy enfermo, contrata a José Iturbi, un pianista que trabajaba en Hollywood, y al que trae de Estados Unidos como primer número importante, decide que sea anunciado por Jaime Mas, presentador de Radio Belgrano y el mejor locutor de la emisora. Pero también pensó en una figura femenina que saldría de entre el elenco de actrices que trabajaban en la radio. Entre todas, don Jaime me eligió a mí. Yo tenía que decir `Y con ustedes…´, entonces Jaime Mas completaba la frase diciendo el nombre del pianista `José Iturbi´. Lo presentábamos entre los dos. Y esa actuación fue televisada. Me acuerdo como estaba vestida, me acuerdo que me temblaban las piernas, me acuerdo de todo porque fue muy importante para mí. Cuando fui a hacer `un toro´ con Alberto Closas, en el Teatro Avenida, en la obra `Simplemente un burgués´, un productor me trajo ese recuerdo. Me dijo que tenía ese primer libro guardado y que yo estaba ahí. Él me confirmó que fui la primera mujer que salió al aire. Sin embargo es algo que nunca nadie me ha reconocido.” (Abril 2007)

Fuera del set de filmación y en el terreno personal, Lolita parecía no encontrar a ese hombre soñado, para el cual reservaba sus mejores sentimientos. Era una muchacha alegre pero algo tímida que, en general, no asistía a fiestas del ambiente. La revista Radiolandia analizaba su personalidad: “No corren parejos, ciertamente, su enorme popularidad y su creciente prestigio como estrella, que tiene la virtud poco común de batir verdaderos récords cada vez que se estrena alguna de sus películas con ese, su casi permanente retraimiento, su amor por el hogar y la familia, y su constante preocupación por el trabajo y las obligaciones que de él surgen. Así, se da en Lolita Torres la existencia de dos personalidades: la de la artista que se revela chispeante, desenfadada cuando hace falta, vivaz siempre y singularmente eficaz para sacarle partido a sus personajes. Y la de la mujer, que más de una vez ha confesado que rehúye casi siempre de las fiestas, que se siente atacada de timidez cuando se haya en reuniones con colegas y que se ruboriza como una niña cuando le dirigen un piropo.” Y agregaba luego, sosteniendo la teoría de que la reciente compra de su nueva casa estaba emparentada con las ansias de sentirse libre: “este paso tiene un valor que va más allá del dinero y de la posesión material. Significa que la estrella se siente dueña de su destino.” En 1955, Lolita tuvo su propio auto, ya que hasta entonces compartía con su padre el mismo vehículo. Horace Lannes aporta un dato al respecto: “Su papá manejaba y ella iba sentada atrás. Jamás a su lado. Es que así eran las cosas en aquellos tiempos, la idea de la época. Las estrellas iban sentadas en la parte de atrás”.

Un mes más tarde del estreno de “Un novio para Laura”, el día 11 de junio de 1955, a muchísimos kilómetros de la República Argentina, y sin que su protagonista imaginara siquiera la trascendencia descomunal que ese hecho tendría en su trayectoria artística, se estrenaba en Moscú “La edad del amor” y desde ese mismo momento nacía un sentimiento que ya jamás podría detenerse sino que, por el contrario, iría en constante crecimiento. El pueblo ruso se enamoró profundamente de aquella `Soledad Reales, la chispera´, nombre de su personaje, que los cautivó irremediablemente desde una pantalla de cine. Lolita Torres les transmitió con su mirada, con sus expresiones y fundamentalmente con su voz, una emoción nunca antes experimentada para con otro artista. Ya nunca más dejarían de admirarla y amarla. Y aunque pasarían varios años antes de que los visitara personalmente y pudieran tenerla cerca, ellos comenzaron a sentirla como suya.
La edad del amor” se proyectó en veintinueve salas cinematográficas y veintiséis clubes, todos ellos en Moscú. Aún así, los espectadores hacían interminables filas para verla, algunos en repetidas ocasiones. Un relato de Olga Fomichiova, admiradora rusa de Lolita, da una idea real de cómo eran las cosas en aquel lejano país, con respecto a esta figura que los estaba conquistando: “Aquello que yo presencié, es una muestra cabal del “amor a lo ruso”. Yo era una nena de apenas diez años e iba con mis amigas a ver cada función de ‘La edad del amor’. Cada vez tenía que hacer unas colas inmensas, las taquillas de venta estaban atestadas de gente gritando y empujándose con viva pasión por miedo de no conseguir las entradas. Esas taquillas se hallaban trasponiendo unas puertas que la gente forzaba con ímpetu para poder pasar. Yo hacía la fila una y otra vez, todas las que hiciera falta para volver a ver la película. Entonces vi a una muchacha de unos dieciocho o diecinueve años, apretada de todos lados, empujando, y abordando la taquilla, cuando de pronto su brazo se quedó atrapado entre las puertas. El griterío fue tremendo, pero a pesar de todo la chica no se retiró, ni se desmayó, ni corrió al médico. Ató un pañuelo a su cuello y con el brazo colgado en él, siguió adelante, atacando con más entusiasmo aún. Finalmente logró comprar su tan ansiada entrada e ingresó a ver la película. Después supimos que tuvo una fractura muy seria y, obviamente, tuvo que ser asistida por los médicos, pero eso fue después...Lo primero y principal para ella fue ver a su actriz adorada ¿El brazo? ¡Qué importaban todos los brazos si cantaba Lolita Torres! Y esta historia es sólo un ejemplo, entre muchos otros, de cómo es el “alma rusa” porque cuando un ruso ama, olvida sus dolores, se olvida de sí mismo y se entrega totalmente. Así se ponía la gente por Lolita. Y no es porque padeciéramos de falta de películas o porque después de la guerra sólo ansiáramos ver algo hermoso y divertido, como hemos leído por ahí ¡que no, señor! Hubo muchas películas soviéticas y extranjeras (italianas, francesas, españolas, norteamericanas) que también eran musicales, alegres y lindas, pero el secreto estuvo en la misma personalidad de Lolita, en su atracción irresistible, en su encanto sobrenatural. Sólo una actriz y cantante provocó este amor gigante en todo este inmenso país y vive hasta hoy en los corazones de la gente que la vio alguna vez: Lolita. Ella es el milagro. No es sólo un éxito, es mucho más”. (Abril 2007)
Este amor inconmensurable de los rusos por Lolita, hizo que comenzaran a interesarse por conocer cosas de Argentina y fue también la llave que más tarde abrió las puertas del lejano país a tantos otros artistas nuestros, quienes fueron siempre bien recibidos por el sólo hecho de proceder de la misma tierra que su artista predilecta.
Al decir de Atilio Mentasti, uno de los dueños de Argentina Sono Film: “La época de Lolita Torres en nuestra empresa fue muy importante para nosotros. Captamos sus condiciones de cantante y también de buena actriz. ‘La edad del amor’ causó sensación en Rusia. Consagró a Lolita y dio a conocer una película argentina. Era tan popular que, al llegar barcos rusos a Buenos Aires, lo primero que hacían los marineros era venir a pedirnos sus autógrafos. Por supuesto, los poníamos en contacto con ella, que siempre accedió de muy buena gana”.

Por otro lado, la radio nunca soltaba su mano. Lolita Torres era una figura importante de la que valía la pena no prescindir. Otra vez fue Radio Belgrano la emisora que tendía un puente para la comunicación entre la cantante y su público. Desde junio hasta agosto, y desde octubre hasta diciembre de 1955, Lolita realizó cincuenta y una audiciones radiales, a un ritmo de dos presentaciones semanales. Nuevamente los músicos que la acompañaban eran el genial Ramón Zarzoso, Gerónimo Fernández y la Rondalla Gastón. También como siempre, Julián Pérez Ávila, con su voz tan particular, se hacía cargo de los recitados previstos para cada programa. El auditorio de la radio, atestado de público en cada una de sus presentaciones, conformaba una postal repetida, aunque no por repetida menos emotiva y conmovedora.
Fabián Apolito es un creativo informático que quiso reverdecer una historia guardada, con mucho amor, en un rincón de su memoria: “Soy nieto de árabes, por parte de madre, y de italianos, por parte de padre. Nací en 1963 y mi abuelo falleció en 1960. Mi mamá siempre nos contó la admiración que su padre tenía por Lolita Torres. El se llamaba Elías y llegó con mi abuela Juana, en barco, a principios del siglo veinte, para instalarse en Floresta. En los años en que Lolita era jovencita y triunfaba, hubo un incendio importante en la cuadra donde vivía mi abuelo y por lógica todos corrían a la calle, con una mezcla de miedo y curiosidad. Ese mismo día Lolita cantaba en la radio y él se había preparado con anticipación para escucharla, por eso fue el único que no salió a ver qué pasaba y cuando lo fueron a buscar adentro de la casa, lo encontraron al lado de su radio, escuchando a Lolita a todo volumen. Todos se apresuraban por contarle, en forma alarmada, lo que estaba ocurriendo afuera pero él, con gran fastidio, dijo que no se movía de ahí hasta que terminara el recital de Lolita Torres. Mi abuelo era carpintero y su cuñado, que bajó del mismo barco en Colombia, le escribía pidiendo discos argentinos de los artistas más conocidos. Entonces él fabricaba unas cajas especiales de madera para que no se rompieran aquellos discos de pasta y le enviaba a Colombia los discos de Lolita, que compraba en forma repetida para no quedarse sin el suyo”. (Diciembre 2006)


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