miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO XII


“Y mi corazón será una flor
bajo un rocío de amor.”
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El nuevo año comenzó para Lolita con una serie de conciertos en el Teatro Municipal Presidente Alvear que se prolongaron a lo largo de un mes y que, por primera vez, contaban con la dirección musical de Oscar Cardozo Ocampo. Llevó como título “Reencuentro”, igual que el espectáculo suspendido el año anterior, aunque otro fue el repertorio que lo formó.
Se abocó luego a la grabación de varios programas para “La botica de tango”, que fueron emitidos a lo largo del año 1987, con un total de diecisiete intervenciones en las cuales, por tratarse de una artista invitada, tuvo la posibilidad de desplegar su versátil cancionero que incluyó no solamente tangos, sino también música folklórica argentina, española, rusa, internacional y melódica. En uno de aquellos programas se dio el gusto de cantar “Corrientes Cambá” a dúo con Ramona Galarza y también, en el emitido el día 7 de mayo en calidad de homenaje, pudo festejar sus cuarenta y cinco años de trayectoria artística. Para la ocasión, recibió la visita de Ricardo Passano, Marcos Zucker, Adela Montes, las delegaciones españolas del Centro Navarro, del Centro de Galicia de Buenos Aires y a sus hijos Mariana y Diego, con quienes entonó temas de su repertorio, algo de lo que Lolita disfrutaba muchísimo. “Para mí –decía la artista- es un verdadero placer actuar en la creación de Eduardo Bergara Leumann ya que me siento muy cuidada, por el estilo de trabajo que se aplica con gran sentido plástico y estético, de buen gusto, y acompañada musicalmente por el maestro Cardozo Ocampo, otro elemento de suma atracción y beneplácito”.
Bergara Leumann evoca a su amiga con gran cariño y admiración: “Lolita Torres fue una artista inconmensurable, una grande con todas las letras. Una figura estelar. Buena gente por sobre todas las cosas. Cantó en la Botica muchas veces, tanto en el reducto llamado así como en el programa de televisión, donde además debutó su hijo Diego Torres, cantando a dúo con su madre la canción “Memory”. Fui modisto de Lolita en varios programas, hace algunos años. Es imposible olvidarla. Todo lo bueno que pueda decirse de alguien, puede decirse de ella. No merecía todo el dolor que tuvo que soportar. En la Botica se le rinde homenaje con una sala que lleva su nombre, y cuando hicimos el acto de homenaje, vino toda su familia porque ella ya estaba enferma. Estuvo presente la Ministra de Cultura de Rusia y aquí mismo, en este lugar dijo: ‘Lolita hizo sonreir a las chicas rusas y enamorarse. Para los rusos solo existían: Tchaikovsky, Tolstoi, Chejov, Kandinsky y Lolita Torres’”. (Julio 2006)

Una nueva y enriquecedora vivencia se añade a su trayectoria: la realización de un recital en el Anfiteatro Juan B. Alberdi, de Mataderos, en el ciclo de “Música al aire libre”; una experiencia que se repetiría en los siguientes veranos, de plena satisfacción espiritual para la artista, debido a que le permitió constatar una vez más que su dedicación a la canción y su entrega al público cosechaba una recompensa permanente, ya que en aquel anfiteatro fue capaz de convocar a algo más de ocho mil personas.
Como artista invitada, efectuó en mayo una intervención en el Teatro Municipal Presidente Alvear, junto a la Orquesta de Tango de Buenos Aires que dirigían los maestros Carlos García y Raúl Garello. Para acompañar a Lolita, en la segunda parte del espectáculo, tomó la batuta el músico Osvaldo Requena. Esta experiencia, aunque sin la intervención de Requena, se repetiría en el mes de octubre.

Lolita emprende una nueva gira por la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, acompañada por su esposo Lole Caccia, el músico Oscar Cardozo Ocampo y la fotógrafa Annemarie Heinrich, con el objeto de retratar toda la gira, la que a su término incluía el desplazamiento de Lolita hacia Estados Unidos, en plan familiar, visitando a su hijo Santiago. En los países del este cumplió con una serie de veintisiete conciertos a lo largo de un mes de estadía, que incluyó además de Rusia, las repúblicas de Armenia, Kazajstán y Kirguizstán, en la región asiática, Alushta, Evpatoria, y Yalta, estas tres últimas ciudades ubicadas a orillas del Mar Negro, en la península de Crimea, Ucrania. Fue en esta gira cuando, en una fiesta en la Embajada Argentina en la Unión Soviética, rodeada de los jefes del Kremlin, el Primer Ministro ruso se atrevió a contrariar a nuestro Embajador con una tajante aclaración “Lolita no es de ustedes, es nuestra”.
Habían transcurrido más de treinta años de éxito ininterrumpido en la ex Unión Soviética sin embargo, la artista, nunca pudo sustraerse a las reiteradas emociones que el público de aquellas latitudes le hacía vivir.
Todo lo previsto en sus propias expectativas y en las de quienes la acompañaban, se vio superado holgadamente por la cotidiana realidad. La costumbre del público soviético de que, al concluir un recital, o incluso al concluir una canción, las personas subieran al escenario para hacerle entrega de enormes ofrendas florales además de otro tipo de regalos, fue algo que nunca dejó de conmoverla. Lo mismo le sucedía cuando aquella gran cantidad de espectadores se acercaba al escenario y, con expresiones de auténtica devoción, solicitaba más de sus canciones que eran escuchadas de pie, en el más absoluto de los silencios. El inconveniente del idioma había sido sorteado por muchos de aquellos admiradores que aprendieron castellano con la finalidad de comprender las letras de sus temas y poder relacionarse con la artista. Aunque le significaba un gran placer presentarse en Leningrado, por considerarlo termómetro artístico y trampolín cultural del país, en su recuerdo quedó grabada para siempre su actuación en Ereván, capital de Armenia, en un teatro construido sobre la montaña rocosa, como un gran complejo teatral, donde cantó una canción de cuna en armenio que los presentes, con lágrimas en los ojos, ovacionaron largamente. De otra de sus actuaciones, producida en un mágico entorno geográfico, recordaría después: “No puedo olvidar mi despedida en un teatro griego, en un atardecer al aire libre, acompañada por el canto de los pájaros, mientras el cielo del verano cambiaba sus tonos rojizos, en pleno tiempo de las flores”. Sería ésta su última gira por los países del este en los que, en devolución a tanto afecto, entregó lo más elevado de su bagaje artístico, los tesoros más valiosos: su talento y su constante respeto. “Claro. Ahora ir a Rusia está de moda. Pero mi caso creo que es único. Me han asimilado a ellos. Hace poco me enteré de que han hecho souvenirs con danzas rusas, un fragmento de Gardel y una canción de Lolita. ¿No es maravilloso? Realmente, el público ruso me ha dado toda la calidez y cordialidad del mundo. Es un público muy entusiasta cuando ama a un artista. Muy respetuoso. Además adoran la música, de chiquitos estudian un instrumento. Son muy efusivos cuando realmente quieren a un artista. Han editado libros con las letras de las canciones de mis películas y cuando las canto, ellos las cantan conmigo. Me han pasado muchas cosas lindas.” A varios años de aquella última visita de Lolita, sus admiradores rusos se enorgullecen de la marca indeleble que esta artista ha dejado en sus vidas. Reconocen en ella a su ídolo indiscutido, se entusiasman al rememorar viejos tiempos y dicen: “No pensamos que ha muerto. No podríamos soportarlo. Sólo pensamos que hace mucho que no viene por aquí.” Palabras por demás de hondas y elocuentes que condensan claramente su modo de sentir.
Una gran artista, mundialmente reconocida, Maya Plisetskaya, confiesa su admiración haciendo llegar una carta manuscrita: "Todos nosotros, los sovièticos, sobre todo la gente de aquellos tiempos admirábamos plenamente y adorábamos a la maravillosa Lolita. Las artistas rusas intentaban imitarla, copiar sus maneras. Y esa admiraciòn era realmente total, a nivel nacional. Yo tambièn siempre he sido y soy una de sus millones de fervientes admiradores." (noviembre 2007)

Raúl Lavié, figura muy admirada por Lolita y gran amigo suyo, imprime su recuerdo en estas páginas: “Allá por el año ‘75 más o menos, yo estaba en Moscú, alojado en un hotel. En aquella época acostumbraban ya sea en el mismo hotel o en los restaurantes, cuando uno estaba sentado a una mesa, a colocar una bandera del país del cual eran oriundos sus ocupantes. Yo estaba con dos productores de cine y una actriz y, obviamente, teníamos la bandera argentina sobre la mesa. La gente que pasaba por la calle al ver nuestra bandera, entraba y se acercaba para preguntarnos invariablemente cómo estaba Lolita Torres, que era allí una estrella de gran magnitud, muy amada por todos. Y yo, que fui amigo de ella, me sentía realmente halagado. Entonces les contaba lo bien que estaba y les prometía transmitirle los saludos del pueblo ruso, cosa que les alegraba inmensamente. Muchas mujeres se acercaban y se les caían las lágrimas al preguntar por Lolita. A mí me impactaba profundamente comprobar el gran amor que la gente le profesaba. Como figura, como actriz, como cantante, siempre me pareció una profesional en todo el sentido de la palabra. Se cuidaba mucho, algo que es imprescindible para los artistas que estamos en esto, a los que Dios nos concedió la virtud de cantar, cuidar ‘la herramienta’ como se dice generalmente, para poder transmitir lo mejor de uno agradeciendo que fuimos tocados por la varita mágica. Lolita lo hacía así. Tenía una voz esplendorosa y afinadísima, además de poseer una gran profesionalidad. En teatro compartimos varios espectáculos. Ella era la primera en llegar, la última en irse y cuando se iba atendía perfectamente los requerimientos de la gente. Con eso demostraba que amaba su profesión, porque no solamente es darse en el escenario, sino también fuera de él, con la gente que a nosotros nos admira. Es imprescindible el respeto que se debe sentir por cada uno de los que se acercan, tratar a todos de la misma manera, no importa la condición social. Y eso hacía Lolita invariablemente. También recuerdo que venía con Diego, hoy una figura internacional, pero entonces Dieguito tendría unos siete u ocho años, la acompañaba al teatro, y ya se evidenciaba la relación que iba a tener con el espectáculo, un chico muy movedizo, muy simpático, muy carismático. Lolita se reía profundamente con las cosas que él hacía, con sus monerías, era el que estaba más cerca de ella generalmente, y ya tenía todo eso que luego lo llevó a destacarse en el ambiente musical. Lolita fue una mujer con una capacidad afectiva muy grande, muy respetuosa de todos, siempre con una amplia sonrisa y una buena manera para tratar a la gente, una suavidad constante para conversar, para plantear alguna cosa, alguna opinión. Ella nunca se pasaba de la raya, siempre con mesura, con cordialidad, con mucha delicadeza. Yo siempre la recuerdo de esa manera, con una gran sonrisa y con sus ojos achinaditos, siempre brillantes, siempre tirando chispitas. Y algo más, una característica que tenía Lolita es que integraba a toda su familia y todos la amaban. Era una cosa muy linda lo que ella generaba a su alrededor. Realmente me alegra mucho poder comentar todo lo que yo admiré y respeté, y respeto aún, a Lolita porque lo que ha dejado es infinitamente grande”. (Abril 2007)

Vladimir Semenovich Gromov es admirador de Lolita hoy. No asistió a sus conciertos en su país ni la descubrió en la época de proyección de sus películas en cines. Nada de eso le ha impedido en los últimos años encontrarse con las distintas manifestaciones artísticas de Lolita: “Es muy difícil sentir que una persona a la que se admira y se quiere tanto no vive ya. Como consuelo, aunque triste, quedan sus fotografías, sus películas, sus excelentes canciones que no me canso de escuchar. Lamentablemente, no llegué a verla personalmente cuando venía a cantar en Moscú, algo que me duele en el alma. Lolita se ha ido demasiado temprano y no tuve tiempo ni de escribirle una carta. Hoy escucho su música y puedo apreciar la grandeza de su arte. Veo sus películas e intento no perder detalle porque siempre descubro algo nuevo. Divinizo a Lolita, el resto es menudo y poco interesante. Es la artista más completa que he visto en toda mi vida”. (Diciembre 2005)


Para promocionar sus nuevos recitales en el Teatro Astral, hizo apariciones en diferentes programas de televisión. Sus conciertos, llamados “En familia” porque estuvo acompañada de sus hijos Marcelo, Mariana y Diego, con los que interpretó lo más reciente de su repertorio, se llevaron a cabo durante un fin de semana de octubre y otro de noviembre. Sobre ellos explicaba Lolita: “Quiero darle a la gente algo de lo que está faltando por estas horas: una canción tradicional, de origen popular, armónica, con sus colores regionales y un mensaje simple, directo al corazón”. Leonardo Coire diría en su crónica: “Lolita ya no se debate entre géneros distintos. Ha confluido en ambos. Sigue siendo un espejo donde mirarse”. O “La carta de Matilde” en la revista Radiolandia, en cuyas líneas podía leerse: “Lolita cada día canta mejor pese a que está viva y, los argentinos, esos elogios sólo se los hacemos a quienes pertenecen a la historia”. Lolita dotaba a sus recitales de un clima intimista y familiar que su público agradecía y captaba sin dificultades, era un acuerdo tácito entre las partes. Por eso generalmente se establecía entre ella y su público una corriente cómplice, afectiva, en ocasiones humorística, que comenzaba con las frases que surgían desde la platea y hallaban eco en sus rápidas respuestas. Algo tendría que ver con el “duende” que ella siempre mencionaba. Por eso cuando un periodista le preguntó: “¿Qué es el duende?”, con total convicción respondió: “El autor de las cosas mejores”
En noviembre, un local del barrio de San Telmo abría sus puertas nuevamente luego de un lapso de permanecer cerrado: “Michelángelo”, que para su reapertura propuso un primer fin de semana con Lolita, Roberto Goyeneche, Hugo Varela y Los de Salta, entre otros componentes del show. Una nota de emoción coronó la participación de Lolita cuando se dio a conocer que entre el público, se contaban dos espectadores de lujo: los mundialmente reconocidos bailarines rusos Ekaterina Maximova y Vladimir Vasiliev.
Un hecho singular, y que prometía ser muy significativo en su vida fue cuando, junto a su marido, resolvieron integrar el grupo empresario llamado “Reconquista del Teatro Avenida”, formado en su mayoría por españoles, que decidieron comprar el aludido teatro para restaurarlo y ponerlo en funcionamiento, luego de que fuera dañado por un incendio ocurrido algunos años atrás. Lolita, muy entusiasmada, explicaba el proyecto: “Vamos a levantar el Avenida, vamos a rescatar un teatro para Buenos Aires y para el país; vamos a reverdecer los recuerdos de los españoles y de los porteños. Queremos darle al país una inyección de optimismo, de alegría, de empuje.” Al poco tiempo, sin embargo, el matrimonio Caccia se bajó del proyecto por no coincidir con el enfoque que el resto de los empresarios hacía sobre las armas con que llevar a cabo el emprendimiento. Lolita lo explicó luego para la revista TVGuía: “Ellos son empresarios, y encima gallegos. Yo tenía la idea de financiar la reconstrucción con funciones en el teatro así como estaba, que la gente fuera viendo el fruto de sus aportes, hasta la inauguración final. Recuerdo cuando entramos por primera vez a las ruinas con Luisa Vehil. Ella recordó que en esa misma entrada le rogó a Federico García Lorca que no regresara a España. Pero él volvió y lo mataron”.
En los últimos dos meses del año hizo recitales en Mercedes, en Luján y en el barrio de Colegiales. Pero también el tango volvió a enlazarse con su voz. Se presentó entonces en el Teatro Presidente Alvear, junto a la Orquesta de Tango de Buenos Aires. Para el día 23 de noviembre, en el Teatro Nacional Cervantes, se programó un “Homenaje al Día de la Música” que contó con la participación de distintas y primerísimas figuras del quehacer artístico, que desfilaron con sus shows a partir de tempranas horas de la tarde; entre ellos, y por citar algunos nombres, se contaban Chango y Marián Farías Gómez, Tango Sessions, Hugo Marcel, Los Huanca Hua, La Chacarerata Santiagueña. La última actuación de la noche fue la de Lolita quien, acompañada una vez más por el músico Oscar Cardozo Ocampo, brindó un brillante recital.
En Enero siguiente presentó dos funciones del espectáculo “En Familia”, junto a Mariana y Diego, en el Teatro Lido, de Mar del Plata, llevándolo también a otros puntos de la costa argentina. Retomó el sendero de los recitales al aire libre, en los que su paso del año anterior había dejado huella, presentándose entre enero y febrero en tres escenarios de la Capital: Barrancas de Belgrano, Parque Lezama y Auditorio de Mataderos. Poco después hizo una serie de conciertos en el Teatro de las Provincias, y más tarde una actuación en el Nacional Cervantes.
Para una nota periodística, Lolita expresaba: “Tengo miedo antes de cada actuación porque soy muy responsable y me lo tomo a pecho, pero no le tengo miedo al miedo, al contrario, lo acepto, porque él es índice de que todavía estoy fresca. Lo tremendo sería sentirme segura, sobrando la situación. En este punto es cuando empieza la barranca abajo. La televisión me sirvió para medir con mi miedo la importancia que tiene, y a ella le debo mucho, muchísimo, ya que me ha servido para verme desde mi casa y corregirme un montón de defectos que de ninguna otra manera hubiera advertido”.
Un anhelo se hacía realidad luego de una espera demasiado larga e injusta. Después de diez años sin grabar, el Sello Sonko le propone hacerlo. Editar una nueva placa discográfica era un deseo que acunaba en su mente desde hacía mucho tiempo porque quería dejar testimonio de su plenitud como cantante, de la nueva expresividad de su voz, plena de los matices aportados por la madurez y la experiencia. Ahora, finalmente, podría concretar su sueño. El disco se llamó “Lolita Hoy” y tuvo el esquema amplio y variado que en los últimos tiempos confirió a sus conciertos personales. La periodista María Esther Gilio, le preguntaba en un reportaje cuál consideraba su condición más importante como intérprete. Lolita respondía: “La sinceridad. Yo no hago una canción que no me gusta ni imposto una emoción que no tengo. Cuando canto, canto de la cabeza a los pies. Y lo que no puedo cantarlo así, no lo canto. El canto es mi vida… El pájaro canta hasta morir.” Para presentar y promocionar su disco cumplió tres actuaciones en el Teatro Presidente Alvear durante el mes de noviembre, y de esos días recordaba una simpática anécdota: “Cuando presenté mi disco, estaba cantando ‘Paisaje de Catamarca’ y se me produjo una laguna, o mejor dicho, un océano. Enseguida pregunté quién sabía cantarla y una señora del público la cantó conmigo. La gente lo tomó simpáticamente y creyeron que era una cosa preparada. Pero realmente esa señora me salvó. Yo soy ‘payadora’ e invento las letras cuando me las olvido, pero ese día no me salía nada”. Justamente fue Ariel Ramírez quien le puso el apodo de ‘payadora’, porque al poco tiempo de trabajar juntos observó que Lolita, cuando olvidaba una letra, comenzaba a inventar otra cualquiera pero jamás se callaba, lo que provocaba risas y bromas entre los músicos y la intérprete. El periodista Jorge Abel Martín emitía sus conceptos sobre el disco y sobre las noches del Alvear: “(…) voz, genio y figura de Lolita Torres volvieron a engalanar la sala con un recital que reunió algo más de los catorce temas que reúne el nuevo disco (…) espléndida en su madurez, retoma sus clásicos españoles, se interna en los recovecos del tango, transita los paisajes del folklore y se atreve con temas latinoamericanos o del repertorio universal. Hay un espectro que la muestra hoy como ayer, mejor que nunca. Su voz, mágica, diferente, se sostiene ‘a capella’ en la inmensidad del escenario, repiquetea en la sala y se convierte en aplauso y ovación en la fidelidad de sus admiradores”.

Poco antes, se la vio muy entusiasmada con una idea que le acercó Pepito Cibrián, quien fue a visitarla a su casa para manifestarle que tenía un proyecto pensado para ella, que le caería justo y que, además, le daría la posibilidad de explotar su vena de actriz. Era una comedia musical, de nombre “Buenos Amigos”, que narraba la relación entre una cantante y un director teatral, rol que asumiría el mismo Cibrián. Lolita se apasionó con esta propuesta que le permitiría aflorar nuevamente a la actriz palpitante en su interior. Llegó a pensarse en el escenario del Presidente Alvear, para el siguiente verano. Sin embargo, nunca trascendieron las razones por las cuales, poco después, este proyecto se diluyó completamente. Una asignatura pendiente para Lolita fue la de hacer en teatro la comedia “Hello Dolly”, que en los años ’60 Daniel Tinayre le ofreció protagonizar. Lolita no aceptó la propuesta y casi tres décadas más tarde se atrevió a confesar que no lo hizo por temor a la fama de mal carácter de Tinayre. Una actitud de la que nunca dejó de arrepentirse.

En la vida de Lolita no todo era trabajo y la familia en pleno vivió un momento de felicidad cuando Marcelo Julio decidió casarse. Lo hizo con María Claudia, a los veinticuatro años de edad, y el mismo día de la boda por civil se le escuchó decir a Lolita: “Algo que no por conocido ha perdido vigencia: no he perdido un hijo sino que he ganado una hija. Este es un momento maravilloso. Me siento plenamente feliz.” El casamiento de Marcelo incluía un matiz que, aunque él lo tuvo muy claro desde el principio, fue motivo de mucha conversación y mucho análisis en familia: “Cuando pensamos casarnos con Claudia, decidimos que viajar era lo nuestro. Era una etapa de mi vida de mucho sueño, de mucha ilusión, de querer iniciar una búsqueda y crecer, sin esquemas. Lo que teníamos claro era que queríamos viajar. Hacer experiencia. Papá ponía resistencia, que no, que cómo, que adónde. Para colmo, fue una época que mamá estaba un poco deprimida, un momento difícil de su vida, y yo le caí con el asunto de casarme, cargar la mochila y emprender un gran viaje. Un día tuvimos una charla muy linda, muy honda, y cuando vio que estaba al lado de una buena mujer, se tranquilizó y aceptó la situación. Le dije ‘Mirá, mamá, en realidad yo no sé bien adonde voy pero sé que tengo que irme, yo siento que ésto es lo que tengo que hacer. Estoy entero para hacerlo, para tomar mi camino, para viajar, estoy abierto para recibir esta nueva experiencia.’ Y ella me dijo ‘Yo estoy contenta de que te vayas, es un lindo viaje, hacelo, crecé, aprendé.’ Claudia y yo nos casamos un miércoles, en una capilla en el campo, vestidos de campesinos. Fue un casamiento que duró dos días. El sábado nos tomamos un tren y nos fuimos a Carmen de Patagones, de allí al sur, trabajando en muchas cosas: construcción, cocina, limpieza. Después cruzamos a Chile y subimos hasta Colombia. Estuvimos como dos años viajando. Una etapa especial”.

En septiembre, Lolita viajó a los Estados Unidos para cumplir tres presentaciones en el Lincoln Center, acompañada por el músico Cardozo Ocampo.
La promoción del disco apenas había comenzado por lo que, luego de una actuación especial en el Nacional Cervantes, festejando los cincuenta años de la creación de la Orquesta Juan de Dios Filiberto, continuó durante los meses siguientes con la tarea de difundir su último trabajo discográfico, paseando las canciones de esa placa más otros conocidos éxitos de su repertorio, por diferentes escenarios. Tal propósito dio comienzo en enero de 1989 con una actuación en el Teatro Estrellas, de Mar del Plata, y continuó con el ciclo de “Música al aire libre” en el Anfiteatro Juan Bautista Alberdi, de Mataderos, en Barrancas de Belgrano y en Plaza Irlanda. Más adelante hizo una presentación a beneficio de la colectividad Armenia y otra en la Feria del Libro, en el día dedicado a la Unión Soviética. Luego se sucedieron el Teatro Roma, de Avellaneda y el Teatro Coliseo, en su “Ciclo de los Grandes”.
No faltó durante la primera mitad de aquel año su ya habitual participación en un recital de tango, junto a la Orquesta de Música Argentina Juan de Dios Filiberto, esta vez en el Teatro Nacional Cervantes. A partir de Julio con repertorio renovado, aunque bajo el mismo título de “Lolita hoy”, la cantante se presentó en el Teatro Presidente Alvear y en el Auditorio de San Isidro. En la última etapa de los ochenta, en varias oportunidades, fue acompañada en el piano por el músico Juan Alberto Pugliano, que así la recuerda: “Acompañar a Lolita fue para mi un acierto muy importante, no lo digo desde lo económico, sino porque me permitió estar al lado de una gran cantante y sobre todo de una gran intérprete. Estuvimos juntos muchos años y guardo solamente recuerdos hermosos porque era una mujer muy cálida, muy cordial. Una gran artista con la que compartimos muchos escenarios, muchas giras. Acompañar a Lolita fue para mí, casi casi, como un retiro espiritual”. (Julio 2006)

En octubre visitó Montevideo, Uruguay, donde realizó una serie de conciertos durante dos fines de semana. Por entonces, para la Interviú de la revista Emanuelle, Lolita respondía qué cosas la sacaban de quicio: “La falta de educación, la falta de respeto, la falta de buen trato. Me pone mal saber que de pronto pueden hacerme un doble juego. La falta de sinceridad. Yo soy una persona muy clara. Muy abierta. Y si algo no me gusta lo digo. Lo que pasa es que me gusta decir las cosas bien. Se consigue más diciendo las cosas de buena manera que haciéndolo a los gritos. Cuando algo me enoja, en lugar de estallar y decir cualquier cosa, me callo, me concentro, y todo el mundo se da cuenta de que estoy mal porque no hablo”. La periodista acota: “Si sigue así, es candidata a una severa úlcera ¿no es mejor dejar la bronca afuera?” Y Lolita seguía desnudando su personalidad: “Y…yo desgraciadamente no soy así. Por eso, a veces, no te digo que tengo úlcera, pero siento un dolor en todo el cuerpo, como si me hubieran dado una paliza. Al día siguiente de un debut, me siento como un boxeador después de la pelea. Tampoco he sido persona de peleas domésticas. Mi esposo tiene un carácter bárbaro, un sentido del humor espléndido, que se ha transmitido en la casa. Los chicos son alegres. Se pelean como todos los hermanos pero allí queda…Yo, lo mismo, soy una persona de empujar hacia delante siempre. Cuando tenemos nuestros bajones nos unimos, siempre uno se preocupa del otro. Somos en eso un bloque”.

En 1990, mantuvo la frecuencia de trabajo que en la última década se convirtió en una constante en su vida. En los primeros meses, incluyó un concierto en la provincia de Santa Fe, otro en Villa Gesell y recibió un homenaje de parte del Club Independiente de Avellaneda, su ciudad natal. Participó como invitada, junto a muchos otros notables artistas de la música nacional, en un concierto de Mercedes Sosa en el estadio Luna Park, donde ambas interpretaron dos piezas de la obra integral “Cantata Sudamericana” de la autoría de Ariel Ramírez y Félix Luna. Ellas fueron ‘Es Sudamérica mi voz’ y “Un Sudamericano en Nueva York’, las que repetirían juntas en alguna otra oportunidad, dejando traslucir nítidamente la impecable comunicación estética que entre ambas artistas existía.
En esa oportunidad, en el imponente marco del evento programado por Mercedes Sosa, se conocieron Lolita y Charly García. Según el diario Clarín, la máxima emoción de la noche la había vivido Charly después de escuchar cantar a Lolita, por lo que detrás del escenario se arrodilló frente a ella, mientras le decía “Sos una ídola, tenemos que grabar juntos”. Un encuentro que Charly relataba tiempo después para el mismo diario: “Nunca fui fan de ella, pero verla de cerca, cantando una canción muy linda, me emocionó mucho. Entonces fui y le presenté mis respetos. Ella me invitó a tomar el té y a grabar una canción con ella. Yo le retruqué invitándola a cantar en mi disco. Quiero que ella y Mercedes hagan una cosa muy sutil, como las Voces Búlgaras”. No fueron palabras dichas por compromiso ni tapadas luego con el manto de la distracción, por el contrario, aquello fue el primer paso para concretar una idea inesperada y espontánea, que quedaría prendida en el afán de ambos artistas por descubrir nuevos intersticios musicales en los que dejar filtrar la sensibilidad interpretativa de cada uno. Lolita, por su parte, luego de participar en el disco de Charly García, explicaba así su experiencia: “(…) A la mañana siguiente sonó el teléfono. Era Charly. ‘¿Puedo ir para tu casa, tenés piano?’, preguntó. Al rato estaba aquí, en este living. Me sorprendió su capacidad y ductilidad, su musicalidad nata. ‘¿Por qué no grabar con un músico de talento, aunque no tenga mucho que ver conmigo?’, me dije. A los cinco días estaba en los estudios poniendo mi voz al tema principal de su disco, Filosofía barata y zapatos de goma. Mientras él, en la pieza, canta la letra, yo, detrás de él, voy jugando, haciendo un contrapunto. Finalmente quedó muy extraño, pero seductor. Esa misma noche me di otro gusto. Le propuse agregar castañuelas a otra canción. Lo probamos y también quedó. Me gusta la gente brillante y original, que suma y no resta. Además es un García, un perfecto españolito en el fondo, qué embromar”. La canción de Charly a la que Lolita sumó sus castañuelas fue “Curitas”.

Ella, que tanto se había empeñado en abrir su espectro musical y en salirse de un encasillamiento que la limitaba, que se impuso el desafío de convencer a un público que se resistía al cambio, volvió a considerar por una vez el esquema de un espectáculo netamente español. En realidad, la idea inicial perteneció a Oscar Cardozo Ocampo, que un día le dijo simplemente: “Hay una locura, una apetencia general por lo español que es notable”, poniéndole puntos suspensivos a la frase que llevaba implícito el deseo de dejarle ‘picando’ el concepto a su amiga y despertar su interés. Por supuesto, lo logró. Sin duda, mucho tuvo que ver en la decisión el éxito que venía teniendo en nuestro país la exhibición de la película “Las cosas del querer”, de Jaime Chávarri, al que Lolita adjudicaba gran parte de su aceptación popular al repertorio, en su mayoría andaluz, de autores que marcaron una época. A medida que la idea se asentaba en su mente, más se entusiasmaba con ella, porque le resultaba inevitable sentirse “en su salsa”. En un principio, junto a su marido, imaginó el proyecto en el entorno de un colmao, entre copas de jerez y tapas, por lo que ambos se embarcaron en un exhaustivo recorrido por diferentes locales de la Capital Federal sin lograr que ninguno de los lugares visitados los conformara completamente: algunos por el sitio en que se encontraban ubicados, otros por las características físicas del lugar. Finalmente llegó la propuesta del Teatro Presidente Alvear y allí se montó “Cantares y Jaleo”, el espectáculo que la devolvía al repertorio de sus comienzos y en el que también encaró composiciones que nunca antes había cantado. Eso sí, no dejó de aclarar que, estaba muy feliz por este reencuentro con la música de España pero que, de ningún modo, volvería a ser cantante de un “solo” género. Cardozo Ocampo, gran responsable del matiz exclusivamente hispánico en este nuevo trabajo de Lolita, no participó de él por tener contraídos otros compromisos laborales, por lo cual la dirección musical estuvo a cargo de Eduardo Albaredo, quien pronto fue reemplazado por Carlos Marzán. La dirección del espectáculo cayó en manos del talentoso Rodolfo Graziano que elaboró una puesta basada en un ensayo general, con lo que permitió al personal técnico del teatro, al peinador y a la modista, pasar por la escena con algo que hacer o decir, en tanto el público desde la platea espiaba los pormenores del acontecer previo a un estreno. En medio de ese simulado ensayo, Lolita enhebraba recuerdos, reflotaba canciones y citaba nombres de figuras a las que rendía su homenaje. Una vez más, como tanto le gustaba decir, recurría a “los duendes”, en este caso, de la nostalgia. “Cantares y Jaleo” gozó de probado éxito y permitió reafirmar, como en cada una de sus presentaciones, su legítima condición de cantante impecable y su simpatía personal.
Luego de una presentación para televisión en el programa de Alejandro Dolina, en el que enamoraron al público presente cantando a dúo “Lejana tierra mía”, realizó un recital en Cosquín, en el Festival de las Naciones, y otro en el Teatro Coliseo Podestá, de la ciudad de La Plata.

A esta altura de su trayectoria, Lolita había desplegado un profuso caleidoscopio musical que no dejaba de incrementar incesantemente. Disfrutaba en plenitud incursionando en nuevas melodías de los más variados estilos. Jugaba a sorprender y sorprenderse. El periodista Alberto Peyrano, es convocado una vez más para verter su análisis sobre el tema: “No puede dejar de señalarse que la evolución de Lolita como cantante fue muy notable y se convierte en un modelo a seguir. Si bien captó y sintió lo español con amplitud y generosidad, su ser argentino la llevó paulatinamente a la necesidad de expresar a su tierra, no pudo dejar de volcarse hacia las verdaderas raíces de su patria y seguramente hubo un llamado interno para ello, además de una obediencia inmediata a esa necesidad del alma. Su unión artística con Ariel Ramírez fue arte puro, cada uno desde lo suyo y a la vez fusionado. Un noble producto argentino, tal vez el mejor de esa década tan linda y productiva de los '70. Ramírez parecía deslumbrado por esa garganta y por la fuerza enorme que Lolita daba a cada interpretación. Ella, a su vez, navegaba sobre las notas del piano de Ariel como en un lago pacífico y tranquilo, con placer, con satisfacción. No hubo en ellos ninguna debilidad, sino más bien felicidad. Creo que a partir de allí comienza su plena madurez como intérprete, con un ida y vuelta del repertorio anterior al nuevo, como paseándose por los jardines de un palacio, sabiendo que era dueña de esas canciones españolas y podía reflotarlas, renovarlas, y envolverlas a su vez con un tango, una zamba, una balada, una litoraleña, un bolero y hasta con un aria de ópera rock. Lo importante no es conservarse dentro de un género sino, mucho más, que el cantante sea dueño de su repertorio, que ese abanico de canciones sea lo mejor que puede aportarle al público, indistintamente del género que interprete. El cantante debe ampliar su casa, embellecerla, y lo único que tiene para ello son sus canciones y su voz. Lolita lo logró en grado sumo y, gracias a Dios, en total plenitud de sus facultades artísticas y con excelente gusto para elegir”.

En diciembre de 1990 su hija Mariana contrajo enlace con Gabriel Maluéndez, un acontecimiento familiar que fue motivo de inmensa dicha para el clan Caccia-Torres, y causa de doble emoción ya que la fecha elegida para la boda fue la misma en que Lolita y Lole cumplían treinta años de casados.
Mariana evoca aquel acontecimiento que tuvo connotaciones un tanto peculiares: “Yo era muy inconstante para las parejas. Pero cuando conocí a quien hoy es mi marido, no tuve dudas y fue todo muy rápido. A los treinta y cinco días de conocernos y estar de novios, pusimos fecha de casamiento. Entonces, la senté a mamá y le anuncié que me casaba, y ella, que había visto a Gabriel sólo dos veces, casi más se muere. Cuando reaccionó le expliqué que además había que decírselo a papá porque el fin de semana siguiente teníamos que ir conocer a los padres de mi novio. Mamá estaba re-nerviosa pensando en como iba a ponerse el viejo, y cuando él vino y se lo dije se produjo una situación bastante tensa. Para colmo, en esa época, yo me había ido a vivir con una amiga que era actriz y eso también había significado un sacudón para ellos, estaban enojados conmigo, casi me habían dejado de hablar, porque la idea era ‘para qué te vas si acá tenés todo’. Encima les informo imprevistamente que me voy a casar y fueron, para ellos, demasiadas cosas todas juntas, aunque al fin se la bancaron. Me acuerdo que cuando fuimos a la casa de Gabriel, papá iba manejando a mil, con una cara de culo impresionante y toda la mala onda. Lo desperté a Diego y le pedí que me acompañara y me ayudara a poner un poco de chispa a la cosa porque, de lo contrario, aquel encuentro iba a ser horrible. Diego llegó, chistoso, simpático, y lo pasamos bárbaro. Mamá aflojó y enseguida estuvo de mi lado, en cambio papá, al principio, lo trataba muy mal a mi novio y no quería ni saludarlo. Pero después cambió. Me vieron tan decidida y enamorada de verdad que terminaron aceptando las circunstancias. Mamá siempre decía que una de sus noches más felices fue la noche de mi casamiento. Me casé en el Colegio de Abogados de Villa Elisa, en una ceremonia al aire libre, con mamá cantándome el Ave María bajo el cielo estrellado. Diego nos cantó el tema de la entrada. Fue una fiesta divina, en la que ella bailó hasta cualquier hora. Una noche preciosa. A mamá la tuve incondicional en aquellos momentos”.



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