miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO IV

“Tú eres mi primer amor,
el que supo despertar,
mi dormido corazón
que no sabía que era amar…”
(5)


Luego de su paso por Artistas Argentinos Asociados con “Un novio para Laura”, Argentina Sono Film recupera a Lolita y, junto a ella, el éxito que su nombre garantiza con sólo anunciarlo. Sería esta oportunidad, la primera en la que la artista trabajaría a las órdenes del director de cine Leo Fleider. “Amor a primera vista” fue el título de la película en la que, por segunda vez, se la vió vestida de varón. En el rubro protagónico, se unía a otro gran actor argentino, uno de los más notables de la escena nacional, como lo es Osvaldo Miranda. En su elenco se lucían impecablemente Ramón Garay, Nelly Láinez, Susana Campos, Morenita Galé y Marcos Zucker, entre muchos otros. Leo Fleider fue entrevistado para una revista de espectáculos y, en la misma, el director emitió su juicio sobre la actriz que estaba dirigiendo: “Comencé esta película con una cantante y me encontré, día a día, con una gran actriz. Una actriz dúctil de extraordinarios recursos, espontánea, natural, con gran expresividad y una facultad poco frecuente de captar situaciones. Dueña además de una vocalización perfecta, dice con fluidez, sin vacilaciones e inclusive da tono a la letra de sus partes con viveza y realidad.”
Amor a primera vista”, que durante parte del rodaje llevó el nombre de “Ilusión”, se estrenó en marzo de 1956, en el cine Monumental. La música que enmarcarba esta historia prescindía, por primera vez, de la dirección de Ramón Zarzoso y la responsabilidad de la batuta pasaba a manos del maestro Tito Ribero, quien años más tarde también la dirigiría musicalmente en varios programas de televisión y en la grabación de algunos discos. El libro de Jean Cartier, con adaptación de Abel Santa Cruz, narraba la historia de una joven enamorada de un cantante de boleros, al que solo conoce por fotos y discos, con quien llegará a casarse.
Mario Clavell compuso varias canciones para este film: “En abril de 1955 me llamó Jean Cartier para pedirme que escribiera las canciones para un film en el que intervendría justamente Lolita Torres, junto al gran comediante Osvaldo Miranda. "Amor a primera vista" era el título del libro de Jean, y yo me sentí feliz de componer varias canciones que Lolita cantó, algunas junto a Osvaldo, poniendo en esa comedia toda su gracia. En esa película demostró Lolita sus enormes condiciones para el género de la comedia musical, y yo tuve la satisfacción de oír la voz de la estrella cantando mis temas: el que llevó el título del film, "Aló, aló", "Mi marido, mi maridito" y otros más. “

Mucho después de este ciclo brillante en materia cinematográfica para Lolita, el periodista Claudio España, para el diario La Nación, del 17 de mayo de 1992, precisaba: “Lolita salvó al cine, dijeron algunos cuando la vieja industria tradicionalizada perdía fe en su futuro. Lolita cantaba temas españoles, pero ella concedió al cine una fibra renovadoramente juvenil y las aspiraciones simples que compartían tantas jovencitas en los años ‘50. Lolita supo ser suave, dulce, enérgica. Expresaba en el cine el modelo juvenil de la mujer, aspirante a la emancipación y, podía decirlo, sin prejuicios sociales ni familiares. Además, su franqueza, fue siempre confiable”

A finales de 1955, alguien surgió en su vida que cambiaría radicalmente su mundo y haría que su presente y su futuro adquirieran una dimensión diferente. Su nombre: Santiago Rodolfo Burastero.
Beatriz Burastero es la hermana de Santiago y, seguramente, la palabra más autorizada para relatar como fue aquel primer encuentro de la pareja. Sin esfuerzos, revive entusiastamente cada uno de los momentos que evoca: “Era una fiesta en el Club Italiano, una fiesta importante por el Día de la Tradición, el 10 de noviembre de 1955. En una mesa estaban Lolita, su padre, su tía Elena, el tío Arturo y Kechy, la hija de ambos. En otra mesa, próxima a la de ellos, se encontraban mi hermano Fito, Lole Caccia y cuatro amigos más. Uno de ellos comenta:
-Vieron quién está ahí? Lolita Torres.
-Ah… la gallega… en mi casa están locos por ella, Mi abuela, mi mamá, mi hermana, tienen todos los discos. Pero a mí me gusta más el twist. –dijo mi hermano.
-A ver… quién se anima a sacarla a bailar? –dijo uno, no sé cual.
Primero nadie se animaba, sobre todo por el padre, que ya sabían perfectamente lo recto que era. Hicieron una apuesta a ver quien se atrevía. Y entonces mi hermano dijo:
-Yo me voy a animar. Voy a sacarla a bailar.
Se dirigió a la mesa y se presentó
- Señor Torres, mucho gusto. Soy Santiago Burastero, mi padre es un antiguo socio del club, y yo también lo soy. Lo felicito por la hija que tiene y quiero pedirle permiso para sacarla a bailar.
Enseguida estuvieron en la pista bailando. Mi hermano era un gran bailarín, le gustaba mucho. Comenzaron a conversar y al rato ella le confesó “Hoy vine porque es una fiesta importante del Club. Pero en realidad salgo muy poco. Los fines de semana mi padre se va de casa y vienen mis tíos. Tengo un grupo de diez amigos y diez amigas con los que nos reunimos siempre en mi casa para divertirnos y bailar.” También se dieron cuenta de que eran vecinos. Tanto ella, como nosotros, vivíamos en Caballito.
-Me parece que, por lo bien que bailás, vas a tener un invitado más en tu casa. Tendrás que buscar a otra chica porque yo seré el bailarín número once. –le dijo mi hermano.
Y así comenzó Fito a visitarla en la casa de la calle Eduardo Acevedo, propiedad de Lolita. Empezaron a verse casi todos los fines de semana, a veces los sábados, a veces los domingos, según como se organizaban. Y los que siempre estaban en la casa eran, justamente, la tía Elena, el tío Arturo y Kechi, la hija de ellos, porque don Pedro, los fines de semana se iba. El tenía sus cosas. Un día vino Fito a mi casa, queriendo escuchar los discos de Lolita, todos, los que tenía mi mamá, los míos, los de mi abuela, “porque canta tan bien”, argumentaba.
-Pero ¿desde cuándo? –le dije asombrada.
-Desde que la conocí, ¡no sabés!, es un bombón, es riquísima, me encanta, dentro de un año me caso con ella.
Durante 1956 la conocimos también en la familia. Yo estaba embarazada y mi marido tuvo un percance muy desagradable. Se atragantó con una hoja de laurel y hubo que operarlo de urgencia. Cuando le dieron de alta y volvimos a casa, mi hermano me dijo:
-Qué buena oportunidad sería ésta para traer a Lolita y que la conozcan.
-Bueno -le dije- pero que vengan también mamá y papá así nos conocemos todos de una vez.
- ¿Sabés? Creo que me caso. Es maravillosa.
-Fito, a ver si es un metejón del momento –dije, por si acaso.
-No. Estoy enamorado.
Después de esa oportunidad, nos siguió visitando. Y cuando nació mi hija, ella fue a verme al Sanatorio Anchorena, y a conocer a Marcela, su sobrina. También su padre fue a la casa de mis padres. Don Pedro estuvo siempre de acuerdo con el noviazgo. Lo primero que le agradó fue que su futuro yerno no era del ambiente. Un dia fue al negocio de mi padre y ahí hablaron muy seriamente, pero enseguida estuvieron de acuerdo. No hubo jamás un problema. ‘Burastero y Castiglione’ era la firma de papá, ubicada en la calle Sarmiento 748. Tenían dieciocho empleados y, en Pilar, veinte hectáreas de viveros. Pedro Torres estaba encantado.”


Santiago Burastero era un joven estudiante a punto de recibirse de ingeniero, de buena familia y posición social. Sin duda, ambos sintieron una mutua atracción cuando se conocieron y, luego, a medida que el tiempo avanzó, compartieron la fuerte necesidad de la presencia y la cercanía del otro. Los dos supieron que esa sensación que se les estaba manifestando era como una luz intermitente, dando aviso de que algo realmente importante se hallaba próximo a sus vidas. Lo cierto fue que desde aquella noche del Club Italiano ya no quisieron separarse más. Primero se vieron esporádicamente, luego cada vez más asiduamente. El amor, que hasta aquí había parecido resultarle esquivo, llegaba a su vida para instalarse en ella definitivamente.

En este año, 1956, se produjo también su pase radial. El nuevo escenario en el que desplegó su cancionero sería Radio Splendid pero Ramón Zarzoso ya no sería de la partida. Fue convocado para acompañarla y dirigirla musicalmente el maestro Agustín Ruiz Blasco con quien luego, y al igual que con Tito Ribero, grabó varias piezas musicales. Continuaron a su lado Gerónimo Fernández, la Rondalla Gastón y Julián Pérez Ávila, y la dirección general perteneció a Nolo Gildo. Fueron un total de cuarenta y cuatro audiciones.
Pero ¿qué había pasado entre ella y el notable compositor y director Ramón Zarzoso, que desembocara en la separación artística de ambos? Nunca se supo con exactitud, pero las sospechas estaban puestas en que el hombre habría dejado de dirigir con carácter de exclusividad a Lolita, siendo ésta la razón que produjera su enojo, algo que la artista negaba rotundamente. Tras un reportaje a Zarzoso, realizado por la periodista Maite, para la revista “Cantares de España”, una carta llegó a manos de Elena Jordana Martínez, su directora, firmada por Pedro Torres, en la que respondía a las declaraciones del músico, solicitando además la publicación de la misma. Al ser requerido por la periodista sobre las razones que produjeran el alejamiento de la estrella, Ramón Zarzoso había respondido: “Fui profesor de Lolita Torres desde que tuvo trece años y estimando sus condiciones, la hice debutar en el Teatro Avenida buscándole para ello hasta un nombre adecuado puesto que fui yo quien la bautizó con el de Lolita por no parecerme tan castizo el de Beatriz. (…) No hay ninguna razón para no dirigirla esta temporada…considero que la única explicación para su separación sería la de haber dejado de dirigirla en forma exclusiva, puesto que actué con Carmen Sevilla en sus audiciones y ahora lo haré con las Hermanas Linares. Por otra parte, yo no estaba obligado a mantener una exclusividad que nunca tuve para artista alguna, pues me debo a todas, cuando por ella no recibía suficiente paga….. Esta separación me ha favorecido, por cuanto yo reservaba gran parte de mis canciones solamente para ella sin haber recibido ninguna distinción ni recompensa. De ahora en más, podré entregárselas a quien quiera”. Por supuesto que la voz de la respuesta, dolida, indignada, no se hizo esperar: era la voz de don Pedro que, por la misma vía, la de la revista `Cantares de España´, le respondía a Zarzoso en una extensa carta. Tras señalar en el párrafo inicial que “Dicho señor se permite con evidente mala fe y mal disimulado despecho, formular apreciaciones que contradicen la verdad, por inexactas, y ponen de relieve su falta de caballerosidad y la más desconsoladora ausencia de ética profesional…” En las siguientes líneas replicaba: “…el señor Zarzoso dice que fue profesor de Lolita desde que ésta tuvo trece años, y que, estimando sus condiciones, la hizo debutar en el teatro Avenida. Falso de toda falsedad. Lolita, a los trece años de edad, por obra y gracia de los maestros Marcial Málaga, en el Instituto Gaeta, Alfredo Bassadoni, Gaspar Lozano Sesma y otros, en mi domicilio, que a partir de los siete años se hicieron cargo de su preparación y formación artística, ya estaba en condiciones relevantes para debutar como de hecho ocurrió en mayo de 1942, y no, precisamente, por mediación del señor Zarzoso, sino del señor Pablo Parra, que por especial indicación del gran actor español don Manuel Perales, personalmente, me expresó el deseo de incardinar a mi hija en el elenco de la compañía del teatro Avenida, que encabezaba la cantante Pepita Llaser. Fue en esa oportunidad que me presentaron al señor Zarzoso, para elegir las canciones que debía interpretar mi hija, y que él, al mismo tiempo, previa contratación, se encargaría de ensayar. Luego afirma el señor Zarzoso que fue él quien bautizó artísticamente a Lolita, `por no parecerle tan castizo el suyo propio de Beatriz´… Rissum teneatis. A este respecto debo manifestar, desmintiendo categóricamente al señor Zarzoso que el seudónimo `Lolita Torres´ nació en el seno familiar.” El padre de la artista rebatía cada una de las afirmaciones vertidas por el músico, echándolas por tierra, aclarando cada punto con el minucioso detalle que le caracterizaba: “Más adelante el señor Zarzoso, con su característica falta de seriedad y desprecio de la verdad, dice muy suelto de cuerpo que desde entonces –desde los trece años- dirigió sus presentaciones radiales y seleccionó su repertorio. El señor Zarzoso parece ignorar que Lolita Torres, a continuación de su actuación del teatro Avenida, debutó en Radio El Mundo, siendo dirigidas las orquestas que la acompañaban, alternativamente, por los maestros Dajos Bela y Alberto Castellanos. Posteriormente debutó en la sala El Tronío, cuya orquesta dirigía el maestro Francisco Marrodán. (…) A raíz de un ofrecimiento que me formuló don Salvador Valverde para que Lolita interpretara algunas composiciones musicales de las que era autor, volví, es cierto, a contratar al señor Zarzoso (…) Y fue en esa oportunidad que el señor Zarzoso, aprovechando que Lolita debía debutar en Radio El Mundo, me rogó encarecidamente intercediera ante el directorio de la mencionada radio para que le permitieran dirigir la orquesta que acompañaría a mi hija, a lo que la radiodifusora se negó rotundamente, salvo en el caso de que yo abonara, por mi exclusiva cuenta, sus honorarios. Acepté y así fue como dirigió la orquesta. Continuó el señor Zarzoso a nuestro lado, y lo llevamos al teatro Comedia, al Goyescas, discos Odeón, cine y demás actuaciones. Estimando más conveniente poner la batuta orquestal en manos de un maestro capaz de elevar la jerarquía musical, dado el prestigio creciente de la artista, fue reemplazado.(…)Debo manifestar que en todos los casos se le abonó lo que él exigía, inclusive en todas aquellas intervenciones en que Lolita actuó en forma benéfica o gratuita. Hago constar que al mismo tiempo, cobraba hasta las orquestaciones de sus propias piezas musicales, que eran realizadas por el maestro Domingo Marafiotti. Por el respeto que nos merecen todos los artistas en general, no podemos aceptar que el señor Zarzoso deje entrever la sospecha de que hemos prescindido de él porque acompañara a la prestigiosa figura española Carmen Sevilla, que Lolita admira con viva simpatía y sincero afecto, ni a cualquier otra de menor prestigio artístico, por cuanto su reconocida bondad y modestia no admite dudas…” En esos términos y con esa vehemencia, salía don Pedro Torres a defender el prestigio de su hija cada vez que hacía falta. Más allá de las razones que cada una de las partes esgrimió para dar sustento a su postura personal en la disolución de aquella unión artística de tantos años, lo cierto fue que Ramón Zarzoso marcó la etapa de los grandes sucesos musicales en el repertorio español de Lolita y ésta, a su vez, enriqueció con su voz las composiciones de Zarzoso. Por tal motivo, constituyeron una dupla tan destacada y sobresaliente, como irrepetible.

Muchos años después de esos hechos, Carmen Sevilla recordaba así a Lolita: “Fue una gran cantante, de exquisita voz. Pero por sobre todas las cosas, una gran persona, de mucha bondad. Era muy bonita, con una expresión angelical en el rostro, y una artista muy responsable. Fue una cantante de primera magnitud y es una gran pena que se haya marchado ya.” (Febrero de 2007)

La carrera artística de Lolita Torres era brillante. Crecía permanentemente y nada parecía opacarla. En el mismo año que se estrenó “Amor a primera vista”, filmó para Argentina Sono Film “Novia para dos” y, tal como lo advierte su título, dos serían sus galanes: Luis Dávila y Osvaldo Miranda. Se adentraron en los distintos personajes otros importantes artistas como lo fueron Ramón Garay, ya un clásico en el marco de estas películas, Beatriz Bonnet, Vicente Rubino, Julián Pérez Ávila, María Fernanda y Mónica Linares, entre tantos otros. Por segunda vez la dirigía Leo Fleider y su estreno se produjo el 23 de agosto, apenas cinco meses después que la anterior, en el cine Monumental. En ella se contaron las vivencias de Isabel de Castro, una joven española, llegada poco tiempo antes a Argentina, con el sueño de triunfar cantando. Beatriz Bonnet, que encarnó el personaje de la amiga, recuerda que en aquellos tiempos las cosas eran muy distintas a como son en la actualidad: “Antes las cosas eran muy ajustaditas, muy armaditas, nos citaban, íbamos, nos maquillaban, ensayábamos la escena una vez y ya se hacía la toma. Entonces no había lugar para mucho más. Hoy, enseguida se arman reuniones o cenas después de un día de filmación, antes no se estilaba tanto, ni daba la situación, además Lolita estaba muy cuidada. Para mi, eso es una constante hasta el día de hoy: a trabajar y a casa. Cuando hago teatro, termino y no me mueve nadie para ir a tomar una copa o ir a cenar. Me gustaba mucho estar al lado de Lolita porque nos gustaban las mismas cosas: cantar, actuar, bailar. Esta es una carrera muy linda y la de Lolita ha sido formidable. Estupenda. Ella era sumamente agradable. Muy generosa. Cada vez que había fotos en la película, Lolita se ponía a mi lado, yo rubia, y ella con su pelito oscuro, me ubicaba bien a su lado para que yo también me luciera. Era una estrella, sí, pero de gran generosidad, cosa que no siempre se encuentra. Tenía ese modo tan derechito de andar porque era su estilo y no por altanera. Era muy agradable, muy buena, nunca tenía problemas si alguien se equivocaba y había que repetir. Muy buena persona. Y el padre también era un ser muy agradable.” (Marzo 2007)

También el noviazgo con Santiago Burastero se afirmaba sobre sólidas bases y su vida parecía tener ahora otra magnitud. Decidida a que esta relación no trascendiera el ámbito privado, consiguió ocultarlo durante bastante tiempo. A pesar de que los rumores acerca de que Lolita Torres estaría formalmente de novia crecían incesantemente, ella lo negaba y mantenía en secreto su amor y la identidad del hombre al que amaba, intentando proteger aquel sentimiento de cualquier fuerza malintencionada. Aún así, Fito se ingeniaba para acompañarla, junto a don Pedro, en algunas de sus actuaciones.
Pero además del amor, estaban los compromisos laborales y había que cumplirlos. En 1957, vuelve a Radio Belgrano, donde realiza veintiocho audiciones, junto a la orquesta de Agustín Ruiz Blasco. La última transmisión se realizó directamente desde el teatro Avenida, justamente donde Lolita había hecho su debut artístico. En todos aquellos ciclos radiales, en los que era anunciada como “La voz argentina que mejor le canta a España”, el magnífico decir de Julián Pérez Ávila le ponía marco a la apertura del programa con estos versos:

Andalucía de sol, Cataluña de firmeza,
Valencia con sus primores, bravo Aragón de entereza,
garbo y mantón de Madrid, Galicia verde y nevada,
todo España canta aquí y es por Lolita cantada.

O también con estos otros, que anunciaban el cierre de cada presentación:

Cancela de granadina su voz,
por hoy se nos va en noches de siempre viva…
Otra vez perfumará las noches de la canción,
aguárdela el corazón que en sus cantares palpita
el lunes (o jueves) cantará Lolita.

En cada temporada, estos versos eran renovados, en cambio el mismo estribillo de una canción abría y cerraba invariablemente cada programa. Eran los versos de Jofré Villegas, pertenecientes a “Bajo mi cielo andaluz”, que con música de Carlos Castellanos, se convirtieron en la inconfundible cortina de aquellas audiciones.
También fue el año de sus últimas grabaciones para el sello Odeón, como por ejemplo: la jota “Aires de mi Pueblo”, el tanguillo “Romance de José María”, “La Lola de las Salinas” o la canción castellana “El Rey de los Arrieros”. El 17 de septiembre de 1957 registró para esta prestigiosa compañía discográfica cuatro temas, convirtiéndose éstos en su último trabajo para Odeón: “Romance de Catalina Tomás” (canción de ronda), “A veira do mar” (canción gallega) “Molinera de mi Salamanca” (canción charra) y “Madroños” (pregón), dirigida por el maestro Ramón Bastida y su orquesta.

La fama de Lolita había sentado bases en Rusia. En 1957, llegó a Buenos Aires un buque de bandera rusa, el Riongue, y Konstantin Badiguin, su capitán, se ocupó de hacer las tramitaciones correspondientes para cursar una invitación especial para la artista, a quien toda la tripulación quería conocer. Lolita asistió y, en agradecimiento a tanta muestra de afecto, cantó para todos ellos. Dos habían sido las películas exhibidas en Rusia, que los presentes conocían: “La edad del amor” y “Amor a primera vista”. Fue el capitán quien se ocupó de hacerle saber que todo el pueblo ruso había visto sus films y que su nombre y su imagen estaban por encima de otras figuras del cine mundial, como Ingrid Bergman, Michèle Morgan, Sophia Loren o Gina Lollobrigida
También en 1957 filmó “La hermosa mentira”, película basada en la obra teatral “Las mariposas no cumplen años” cuya autoría corresponde a Abel Santa Cruz, quien también se encargó de la adaptación al cine, y que fue rodada bajo el título de “Es pecado mentir”, optándose luego por cambiarlo. Fue el primer film en color de Lolita, en el que estuvo acompañada por José Cibrián y Luis Dávila, distinguiéndose en el elenco, fundamentalmente, Héctor Calcagno y Alba Castellanos.
Las últimas escenas de “La hermosa mentira ”, fueron filmadas apenas unas semanas antes de que Lolita se casara. El relato de Betty Burastero continúa “Un día dicen que quieren casarse. Tuvieron que preparar con tiempo los trámites para los pasaportes porque ya en aquel entonces existía demora para entregarlos. Se casaron en el Registro Civil Nº 15, ubicado en Warnes 60, la tarde del 25 de julio, día de Santiago Apóstol, a las 16.30 hs”. Justamente Beatriz Burastero y Pedro Torres fueron los testigos elegidos por los novios.
Sin embargo, pasarían varias semanas antes de poder concretar el pacto de amor ante Dios. Compromisos artísticos contraídos con anterioridad obligaron a Lolita a viajar a Uruguay, para cantar en una de las principales “broadcastings” de Montevideo, además de realizar varias presentaciones en el ciclo denominado “Senda de Estrellas”, de CX16 Radio Carve, acompañada por la orquesta del músico Agustín Ruiz Blasco. También Radio del Pueblo emitía una audición titulada “Canta Lolita Torres”, en la que funcionaba el “Radio Club Amigos y Admiradores” de la estrella. El cumplimiento de aquellas obligaciones hizo que la boda religiosa se llevara a cabo recién el día 19 de Septiembre, en la capilla Santa Teresita, de la cual ella era muy devota, dependiente de la Iglesia Nuestra Señora de las Mercedes, en la calle Echeverría 1395, del barrio de Belgrano, a las 11.30 hs. Sus padrinos fueron Pedro Torres y Elena Coton, tía de la novia y, por el novio, los padres del mismo, Luisa Guidi Rojo y Santiago Burastero.
Las revistas de entonces describían su vestido de novia como “una verdadera obra de arte, con un largo velo sujeto a su cabello. En las manos llevaba un rosario y apenas dos rosas naturales blancas”. Su casamiento, aunque se mantuvo en secreto hasta último momento, reunió a una verdadera multitud de admiradores que, ni bien conocieron donde se efectuaría la ceremonia acudieron a las puertas de la iglesia para ver de cerca de su artista y compartir con ella su hora de felicidad.
La fiesta fue íntima, sólo con familiares muy allegados, y se realizó en casa de los padres de Fito, en la calle Rosario. El domingo siguiente partieron de luna de miel, en un viaje que sería tan largo como lo habían proyectado en momentos de intimidad y recorriendo un periplo entusiastamente elegido: Caracas, La Habana, Miami, Nueva York, Lisboa, varias ciudades de España, Francia, Suiza e Italia. En los planes también figuraba Rusia, donde Lolita ya era una artista muy popular, pero la situación de aquel país hizo que pospusieran la visita para el año siguiente. No podían adivinar que jamás cumplirían juntos ese anhelo…
Volvieron a Buenos Aires el 24 de diciembre. Para entonces una nueva alegría se había sumado a la historia del joven y reciente matrimonio: durante el mismo viaje supieron que en unos meses más serían padres. El amor y la dicha habían entrado en su vida de la mano de un hombre al que ella misma definía como “adorable. Fito me hace inmensamente feliz.”
Su hogar se había constituido en su fortaleza y lo expresaba de esta manera: “Queremos mucho nuestra casa porque fue allí, entre sus cálidas paredes, que tejimos nuestro idilio, lejos del mundo, de la publicidad, de la curiosidad. Yo seguía con mi carrera, cumpliendo contratos, estudiando y soñando. El estudiaba cada día con más vehemencia. No nos veíamos en público, salvo cuando bailábamos en el club, pero como siempre formábamos parte de un gran grupo nadie podía sindicarnos como novios. Por fin Santiago se recibió y con todos los honores, su esfuerzo había tenido el premio que él esperaba. Lo puso a mis pies, como la ofrenda de su amor sincero, intenso. Y yo lo recibí emocionada, comprendiendo que había puesto en ello lo mejor de sí mismo. Después, junto a sus padres y mi padre, festejamos el triunfo y comenzamos a soñar. Había llegado el momento de la felicidad, camino del esfuerzo que Santiago se había impuesto, el logro de su destino estaba cumplido: era ingeniero agrónomo. Yo comenzaba a ser cada día más dichosa y a comprender el magnífico significado del destino de una mujer: amar y ser amada, formar un hogar, prolongarse en los hijos, compartir con el hombre querido sus días de sol y de sombras, impulsarlo, ser la fuerza y el motivo de su vida”.
Desde que conoció a Fito primero y, luego aún más, cuando tuvo la certeza de estar esperando un hijo, supo que estos dos amores se antepondrían siempre que hiciera falta a su carrera artística. Y si era necesario, estaría dispuesta a abandonarla dándole prioridad absoluta a la vida familiar. Pero nada de esto haría falta, le decía siempre su esposo, quien estaba seguro de que ella sabría ingeniárselas para cumplir con ambas facetas, porque los duendecillos del arte jamás abandonan del todo a un artista.
Por ese entonces, ya casada su hija, también don Pedro consolida su unión con Elena, la mujer que hacía tiempo era su compañera.
El 20 de marzo de 1958, en el Monumental, se estrenó “La hermosa mentira” que recibió por parte de la crítica comentarios poco halagüeños para el libro y su autor, pero que ponían a salvo el trabajo de la actriz: “Brillantes números musicales realizados con buen gusto y en los que el color, muy discreto, y la actuación de Lolita Torres integran méritos ponderables (…) señala a esta comedia dentro de los espectáculos más eficaces del género logrado por nuestro cine. Luchando con un libro endeble, plagado de frases pretenciosas, el director Julio Saraceni procura, a fuerza de oficio, sostener el andamiaje de los enredos aunque a ratos vacila por la carga de estulticia de tantas palabras inútiles y situaciones falsas creadas por Abel Santa Cruz. Extrañará al lector que lo dicho no quite interés al film, de acuerdo con lo manifestado en la primera parte de esta crónica. La contradicción es aparente, porque el espectáculo tiene notables valores que lo defienden. Figura en el primer puesto de esos valores la cantante Lolita Torres, no sólo debido a su voz estupenda, sino también por sus condiciones de actriz y por su comunicativa simpatía que cautiva desde las primeras escenas, dejando una sensación de vacío cuando no se encuentra presente (…) Los números musicales constituyen una prueba de que nada es imposible para el cine nacional. Ya quisieran tener muchas comedias extranjeras secuencias como las del reloj o Marieta de la Rambla”.

Para entonces, alguien se convertiría en la mano derecha de Lolita: Esther Villaverde, quien por sugerencia de la madre de Fito, ingresó para realizar las tareas de la casa y pasó a ser desde entonces y para siempre, su persona de mayor confianza en el hogar.
Poco más de un mes después del estreno de “La hermosa mentira”, el 26 de abril, a las 13.05 horas, nacía Santiago Ezequiel, su primer hijo, en el Sanatorio Anchorena. Su razón de vivir desde ese día en adelante. Tendrían más hijos, sin duda, porque ella, que era hija única, se había propuesto no repetir la experiencia, quería tener varios, quería una mesa grande como la de la abuela Mariana. Ese año del nacimiento de Santiaguito, Lolita se mantuvo alejada de su actividad artística, dedicándole todo su tiempo y sus cuidados al amado hijo y disfrutando de esa nueva función de ser mamá. Aunque Esther Villaverde trabajaba en la casa y ayudaba en todo, Lolita se ocupaba personalmente de la atención de Santiaguito. También su suegra, con quien tenía una magnífica relación, la acompañaba muchas horas al día.
Convertida en mamá, contaba su vida en la revista Anahí, y con éstas palabras rendía homenaje a su madre: “A ella debo esta alegría de vivir que baila en mi sangre. Si bien es cierto que la perdí muy pronto, cuando más la necesitaba, doy gracias a Dios por haberme dado esa madre, que llenó mi vida de amor, de fortaleza, de alegría.”
Todas las revistas del espectáculo le hacían notas en las que se le preguntaba cuándo retornaría al quehacer artístico. La respuesta se reiteraba casi sin variantes, mostrándose sin apuro por tal regreso ya que disfrutaba al máximo de su vida familiar y le costaba pensar en separarse del pequeño hijo. Tenía pensado volver paulatinamente a sus actividades el siguiente año.
Fue en los primeros meses de 1959, mientras preparaba una actuación para canal 7 que sería su vuelta al trabajo, cuando recibió una invitación para asistir a la clausura del Festival de Cine de Mar del Plata. Lo conversaron con Fito y decidieron concurrir al evento, sin Santiaguito, a quien dejarían al cuidado de sus abuelos.
Partieron en la mañana del sábado 21 de marzo, a bordo del Borgward ‘56 que Fito conducía, con tiempo suficiente para poder llegar sin apuros. Pero de pronto sucedió lo inesperado. Al llegar a la altura de General Pirán, un desnivel de casi veinticinco centímetros, originado por mejoramientos que se estaban realizando en el camino, sorprendió desprevenido a Fito y no pudo esquivarlo. Betty, su hermana comenta “Habían parado en Pirán para cargar nafta y comprar galletitas, y como mucha gente la reconoció, Lolita dedicó unos momentos a firmar autógrafos. Salieron otra vez a la ruta. Había un cartel de Vialidad Nacional que anunciaba `desvío- velocidad máxima 80 km.´ Pero, claro, a mi hermano le gustaba mucho la velocidad. Demasiado. Seguro no hizo caso del aviso. Mordió el desnivel en el desvío, dieron tres vuelcos, Lolita quedó en el hueco de los pies del acompañante. Ahí se fracturó. A él, el tercer vuelco lo despidió y lo estrelló contra el pavimento. Su cabeza recibió un golpe fatal. Ella salió enseguida del auto, llorando desesperadamente, se detuvieron varios coches, la reconocieron de inmediato y todos querían ayudar. Un señor, vendedor de heladeras, levantó enseguida a mi hermano, lo cargó en su auto, mientras le decía “venga Lolita, venga, que los llevo urgentemente a un sanatorio”. Su auto quedó completamente ensangrentado.”
Recibieron los primeros auxilios en un puesto de asistencia sanitaria de General Pirán y más tarde, debido a la gravedad del cuadro que presentaba Burastero, fueron trasladados al Sanatorio 25 de Mayo, de Mar del Plata.
La noticia del accidente se desperdigó con velocidad extrema, razón por la cual también se generaron confusiones. En primera instancia se creyó que la más perjudicada era Lolita, por lo que hubo que salir a aclarar la situación rápidamente, a la vez que se daba cuenta del complicado trance que atravesaba su esposo. Por radio se solicitó sangre para transfusiones y, en verdad, fue muchísima, incontable, la cantidad de personas que se presentaron para donar. Entre los primeros, Alberto Dalbes y Andrés Zelpa.
La hermana de Fito sigue desgranando sus recuerdos: “Estaba muy grave. En algún momento de lucidez, decía alguna palabra. Le preguntábamos entonces cómo se sentía y sólo nos decía “me duele la cabeza”. Santiaguito estaba con mi familia, en su pequeño moisés, y al otro lado Marcela, mi hija, en su cunita, los dos a ambos lados de la cama de mi mamá y mi papá. Porque mi marido y yo nos fuimos a Mar del Plata, andábamos como locos, de un lado al otro. Luego, cuando nos dijeron que no había nada por hacer, nos volvimos porque preferimos que fueran mis padres quienes estuvieran a su lado cuando se produjera el desenlace.
Él estaba en una habitación, en una carpa de plástico transparente. Ella en la habitación contigua, tenía colocado el cuello ortopédico porque tuvo traumatismos en la columna vertebral. Se mantenía muy silenciosa. Iba a verlo de a ratitos. Le hablaba conformándolo, diciéndole cosas tranquilizadoras pero él hablaba muy poquito. Sin embargo, en una oportunidad, cuando ella se le acercó, él le dijo “Santiaguito va a ser un genio”. El accidente fue el día 21 de marzo. El 29, que justamente era domingo de Pascua, a las 17.05 hs., moría mi hermano. Yo le rezaba a Dios pidiéndole un milagro, pero no pudo ser. El Dr. Matera había viajado a Mar del Plata, junto a mi padre, para operarlo e intentar salvarlo, pero se le quedó en la operación. La operación fue “por tirarse un lance” como dijo el mismo Matera, porque con total sinceridad nos explicó que no había certeza de que saliera bien. “Vamos a intentar salvarlo” dijo. Pero el daño más grande de Fito estaba en la cabeza, con hundimiento del parietal derecho, el gran derrame que tenía no le permitió soportar la operación”.
Lolita debió ser asistida por los médicos en reiteradas ocasiones porque sus crisis nerviosas se repetían. Su vida daba un giro de ciento ochenta grados.
Un hecho anecdótico, en medio de aquellas terribles circunstancias, fue la pérdida de una maleta que contenía importantes joyas pertenecientes a Lolita. Un chofer de la empresa Micromar, llamado Cayetano Passani, la encontró y la devolvió.
El velatorio de Fito se realizó en la casa paterna, ubicada en el noveno piso de la calle Rosario 402, y se prolongó a lo largo de cuarenta y ocho horas. Una multitud francamente impresionante se dio cita en aquel lugar para acompañar a toda la familia en momentos de tan hondo pesar. Familiares, amigos y público en general no quisieron estar ausentes.
Griselda Vallejo, es una fiel admiradora de Lolita, “desde que nací”, según manifiesta, y así relata la experiencia que vivió en aquella ocasión: “Estuve allí, con mis hermanas, cuando fue el velorio de Burastero. Yo era casi una niña pero insistí tanto a mi familia, que tuvieron que llevarme. Era incalculable la cantidad de gente que había, todos haciendo fila, esperando para entrar. El tumulto era tan grande que hasta quedó interrumpido el paso del tranvía que, justamente, pasaba por ese lugar. Tuvo que tomar parte la policía para poder restablecer el orden. Estuvimos varias horas haciendo la fila hasta que finalmente entramos. Era sólo entrar, pasar al lado del féretro y salir. Me acuerdo que Burastero estaba a cajón abierto y tenía la cabeza vendada. En el momento que entré, pude ver a su hermana, a Alberto Dalbes, José Comellas, don Pedro Torres, no recuerdo quién más. Me acerqué a la hermana del fallecido y pregunté por Lolita… Está descansando un ratito, me dijo.”
Los restos de Burastero fueron llevados al cementerio de Avellaneda.
Enfrascada en el dolor más visceral, Beatriz Torres lloró hasta agotarse, pero nunca lo hizo delante de su hijo, nunca dejó que su pequeño la viera destrozada. Se encerró en su casa y se apartó de todo. Santiaguito, desde su inocencia, se convirtió en el único puntal que la sostenía. Esther Villaverde agrega “La señora se encerraba y lloraba, lloraba y lloraba… yo me acercaba para ver si necesitaba alguna cosa… pero ella me decía `solamente traeme un te.”
Por entonces, la carrera artística de Lolita entró en un compás de espera y a nadie se le hubiera ocurrido esperar otra cosa. Tenía que hacer el duelo desde adentro, en silencio y soledad. Alguien, muy amigo de Fito y de toda la familia Burastero, había ayudado en aquel acontecimiento tan difícil de atravesar, alguien colaboró eficazmente a la hora de realizar trámites dolorosos, se ocupó de resolver situaciones complejas y hasta de que la tristeza del entorno no tocara a Santiaguito: fue Julio César Caccia. Un hombre que resultó casi imprescindible en aquellas circunstancias.
Esta es parte del relato de Betty Burastero: “Cuando Lole Caccia, íntimo amigo de mi hermano, se entera del accidente por la radio, viaja volando hacia el sanatorio. Lole se ocupó de los trámites que hubo que hacer para traer a mi hermano a Buenos Aires. Y a él hay mucho que agradecerle. Se ocupó de todo. Lolita se había quedado sola con Santiaguito, y también estaba con ellos Esther, la señora que la ayudaba. En esa época teníamos estufas de querosene y no era fácil conseguirlo. Entonces, cuando se nos terminaba, le avisábamos a Lole, y él se encargaba de que el querosene apareciera. Los chicos del barrio jugaban a la pelota en la puerta de la casa, en la calle y, claro, Lolita estaba adentro, muy mal, muy triste, los ruidos le afectaban mucho. Entonces le decíamos a Lole y, como su cuñado era policía, el hombre se acercaba al lugar y les pedía a los chicos que se retiraran a jugar en un sitio más alejado. El auto, que ninguno de nosotros podía venderlo, se llevó al taller, se arregló y Lole lo vendió. El fue para todos nosotros, lo reconozco como lo hice siempre, lo mismo que era mi hermano. Para mis padres, un hijo más. Nos ayudó mucho. Muchísimo. Es que no sólo él, sino también su familia, eran amigos de mi familia. Su mamá jugaba a las cartas con mi mamá en el Club Italiano. También se llevaba a mi hija y a Santiaguito al parque cuando la tristeza y las lágrimas de Lolita, o de nosotros, invadían el ambiente y todos sentíamos que era mejor para ellos, tan pequeños, alejarlos un rato de tanta pena”.
Así fue que Julio César Caccia, Lole en su círculo de conocidos, pasó a ser un amigo íntimo para Lolita también.


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