miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO II


“Desde que nace el día hasta que muere el sol
resuena en mis oídos el eco de tu voz.
Tus cantos amorosos, arrullos de otra edad.
A solas en mi cuarto te sueño con afán.
Madre del alma mía yo no te olvido, no”
(3)

En el verano de 1945 Betty viaja, en compañía de sus padres, para actuar en Mar del Plata. La experiencia sería fantástica ya que se conjugarían los compromisos laborales con las ansiadas vacaciones familiares. Todo transcurría normalmente, de acuerdo a como lo habían programado. Angélica disfrutaba con orgullo del crecimiento artístico de su amada hija, y siempre solía decirle “En el arte, hay que llegar a lo más alto, de lo contrario es preferible quedarse quieto, no intentarlo siquiera”, y hacia esa consigna Lolita apuntaba con empeño. Al margen de lo concerniente a su carrera artística, Betty sostenía largas conversaciones con su madre acerca de los preparativos para su fiesta, dado a que el siguiente 26 de marzo, cumpliría los tan anhelados quince años. Sin embargo, algo no resultaría como estaba previsto… Un hecho trágico empañaría definitivamente aquella ilusión y su vida toda. Cierto día, madre e hija estaban caminando por la rambla marplatense, disponiéndose a tomar algunas fotografías cuando, infortunadamente, Angélica resbaló y cayó sobre unas rocas, recibiendo fuertes golpes que obligaron a su internación. Tenía varias fracturas en la pierna pero, lo verdaderamente serio y comprometido, lo que preocupaba hondamente a Pedro Torres, era que su mujer había sufrido un fuertísimo golpe en el hígado, originándole una serie de hemorragias que se tornaron incontrolables. Aunque rogaban que se produjera un milagro, esto no llegaría a suceder: María Angélica Coton murió el 20 de febrero, a los treinta y tres años de edad, tras haberle sostenido a la vida una lucha desigual, prácticamente desarmada. El dolor profundo, ese que se siente y no puede explicarse con palabras, le asestaba a Betty el primer golpe brutal en su, hasta entonces, feliz vida.
Los restos de Angélica fueron trasladados a Buenos Aires, siendo velados en la casa donde vivían desde hacía un tiempo, ubicada en la calle San Juan 1360 de la Capital Federal.
A partir de la trágica instancia que les tocó vivir, padre e hija se apuntalaron mutuamente. Años después, así recordaba Lolita aquella etapa “Cuando uno caía, ahí estaba el otro para ayudarle a levantarse. Cuando uno lloraba, el otro lo consolaba y lo animaba con su sonrisa”. Forzados por la desgracia, ambos se transformaron en un bloque indivisible.
Una tía, hermana de Pedro, casualmente llamada igual que su madre, se convertiría a partir de aquellas circunstancias, en su mejor compañera. La tía Angélica le puso el hombro a su sobrina a quien, por otra parte, quería con devoción, y como además no tenía hijos podía dedicarle todo el tiempo necesario. A partir de entonces, además de su tía, fue su guía, su amiga y confidente. Muchos años después, Lolita la recordaba con gran amor y gratitud: “Se pegó a mí, me ayudó en todo, solíamos tener largas horas de charla, tomando el té en alguna confitería del centro de la ciudad. La tía Angélica me escuchaba y me aconsejaba y, para mi suerte, no sólo era una mujer cariñosa y alegre, sino también muy moderna para los tiempos que corrían, un valor inestimable para una jovencita de mi edad. Con ella podía hablar de todo, sin tapujos ni pudores”.
El trabajo resultó ser un gran aliado. Así fue que pasados los primeros meses debutó en “Goyescas”, una sala muy importante dedicada a la música internacional, ubicada en Sarmiento 777. Por otro lado, partió en gira a Chile, donde cumplió actuaciones en radio y en el “Lucerna”, que era a la vez confitería, salón de té, y boite (cuatro años más tarde, en enero de 1949, el “Lucerna”, quedaba totalmente destruido como consecuencia de un voraz incendio). Continuaba con sus presentaciones por Radio El Mundo y, de su paso por la emisora, años después recordaba: “Hice en ella nueve años consecutivos, cuando estaba en Maipú 555. Entrar a ese edificio era como hacerlo en una catedral. En ese entonces estaba en manos de la Editorial Haynes. Las audiciones se hacían con público y cada emisora tenía su orquesta estable, en las que llegaban a tocar hasta treinta músicos bajo la batuta de grandes maestros como Castellanos, Dajos Bela, Balaguer y Guillermo Cases. Con todos ellos canté hasta que impuse a mi propio director y llevé al maestro Zarzoso.” Efectivamente, a partir de 1948 Ramón Zarzoso pasa a ser su director y junto a él, sin ninguna duda, grabaría en adelante sus más importantes sucesos.
Muchos eran los admiradores, mujeres y hombres, que le escribían cartas en las que manifestaban sentimientos de simpatía y admiración y, en muchos casos, Lolita contestaba. Con uno de ellos, en particular, mantuvo correspondencia con cierta frecuencia y, en ese ir y venir de confesiones, surgieron las primeras afinidades que luego dieron lugar a la ansiada cita. El muchachito, que tenía unos diecisiete años, muy rubio y de origen inglés, agradó inmediatamente a Lolita y también contó con el visto bueno de la tía.
Se vieron por un tiempo, a escondidas del padre y con la complicidad de la incondicional tía. Con él fue su primer beso de amor y los primeros sueños de juventud. Sin embargo, con el paso del tiempo, el novio comenzó a manifestar tales sentimientos de celos, que llegó a exigir a su novia que abandonara su carrera artística porque deseaba la exclusividad de su corazón. Aquella actitud fue suficiente para que Betty comprendiera que no estaba tan enamorada como suponía, ya que de ninguna manera estaba dispuesta a tamaño sacrificio en nombre del amor. De mutuo acuerdo, y en buenos términos, decidieron poner punto final a aquella relación juvenil, que tanto había tenido de romántica y secreta.
Luego, aparecieron otros noviecitos, siempre a escondidas del celoso y estricto padre, que no llegaron a prosperar. En cierta ocasión, se hizo público un posible romance entre Lolita y el cantante del trío mexicano Los Calaveras pero, si de verdad fue así, su padre tomó las medidas necesarias para que esa relación no pasara a más, por lo que prácticamente quedó concluida casi antes de comenzar.
En el plano artístico, su éxito se afirmaba con precisión de relojería. Su repertorio, íntegramente español, con mayoría de canciones que referían a una España lejana y añorada, se identificaba con la nostalgia del inmigrante hispano y, también, daba en el gusto de los argentinos que, gradualmente, habían hecho un lugarcito en sus predilecciones para alojar los distintos ritmos musicales llegados desde la península ibérica, de la mano de aquella corriente migratoria que recaló en nuestro país desde hacía varias décadas y que, ahora y hasta la primera etapa de los años cincuenta, estaban en su esplendor.
Ya en 1946 Lolita viajó a Uruguay, desde donde la requerían para cantar en Radio Carve, de Montevideo. También viajó a Brasil, cumpliendo presentaciones en varias ciudades: Pozo de Caldas, Guarujá, San Pablo, Santos, Pernambuco y Puerto Alegre.
El 4 de Octubre, debutó en el Teatro Casino, ubicado en la calle Maipú 336, con la opereta “Za Za”, cuya estrella principal era el cantante italiano Carlo Butti. En el elenco se destacaban Pierina Dealessi, Tomás Simari y Fanny Navarro. Lolita personificaba en esa oportunidad a la Bella Otero y el programa de la obra realzaba su nombre, con la observación “primera vez en el teatro”.
En noviembre, “Za zá” pasó a ocupar el horario de la segunda sección, y en la primera, se estrenó “Taxi…al Casino”, revista en la que Lolita también participaba, formando parte del elenco de la “Gran Compañía Argentina de Revistas Cómicas”. Cuando “Za zá” bajó de cartel, se puso en su lugar otro espectáculo de tipo revisteril, “Las cosas que están pasando”, cuyo elenco encabezaban Pierina Dealessi y Tomás Simari, además de contar con la presencia de Fernando Borel, Adolfo Stray, Marcos Zucker y Vicente Rubino. Ambos espectáculos contaban con la dirección musical de Egidio Pittaluga. El sentido del humor propio de aquellos espectáculos se adelantaba desde la nota pintoresca que incluía el programa de mano entregado al público: “Gran desfile cómico, acuático y terrestre, en muchos cuadros de actualidad, original de Alberto López y Antonio Pérez”, o el correspondiente a la segunda función: “Gran panorama mundial en varios cuadros cómicos, líricos y bailables, tomados a vuelo de pájaro, por Alberto López y Antonio Pérez”.
En 1947, Lolita volvió a integrar el elenco de la “Gran Compañía Argentina de Revistas Cómicas”, en “Volvió Carlo Butti”, cuyo elenco encabezaba el citado cantante, e integraban, entre otros, Diana Maggi, Marcos Zucker, Teresa Valdor y Vicente Rubino.
Contratada por la cadena CMQ, que dirigía Goar Mestre, inició una gira por Cuba primero, y por México después, presentándose en radios y teatros de ambos países, además de la boite “El Patio”, reducto mexicano en el que se presentaban las figuras internacionales más importantes del momento, y en el que Lolita debutó el 31 de julio. El éxito obtenido en La Habana, fue tan importante que, concluidos sus compromisos en México, debió regresar a Cuba para recorrer distintas ciudades del país. Sin embargo, sus apenas diecisiete años, le impedían ampliar esta gira hasta otros país del norte. Una crónica de entonces, de la revista Radiolandia, da cuenta de estos episodios: “Luego de cumplir una triunfal temporada en México, donde fue aplaudida en ‘El Patio’, el teatro Iris, y la más poderosa red radiotelefónica azteca, ha vuelto a Cuba, a fin de actuar nuevamente en La Habana y ciudades del interior de la isla, donde anteriormente señalara una verdadera sensación. La joven cantante argentina, consagrada como intérprete de motivos populares españoles, regresará a Buenos Aires para fines del corriente año, ya que, en razón de su edad, no le ha sido posible aceptar contratos extraordinarios que le ofrecían empresarios norteamericanos para llevarla a Nueva York y California, ignorando que nuestra compatriota no tiene aún los dieciocho años que las leyes norteamericanas exigen para quienes actúan en espectáculos públicos.”
En marzo de 1948, en el Teatro Comedia, integró la “Compañía de Revistas Cómicas”, con Alberto Anchart y Blanquita Amaro a la cabeza, con dos revistas en cartel. Una de ellas, “Reunión de estrellas en Paraná y Corrientes”, comenzó ofreciéndose a las 21.15 hs., y agregaría desde abril una función por la tarde. La otra, “El teatro contra el cine”, se ponía en escena a las 23.15 hs. El programa de mano y la publicidad gráfica, en recuadro especial, recalcaban “En ambas revistas actúa Lolita Torres, el alma de España hecha canción, bajo la dirección musical de Ramón Zarzoso.” En el primero de los dos espectáculos, la cantante protagonizaba un cuadro llamado “Reja Sevillana” y, en el segundo, otro titulado “Estampa Mora”, que más tarde cambiaría por “Cantares de Andalucía”. Las dos revistas pertenecían a Carlos A. Petit y Antonio Prat. Las crónicas de la época daban cuenta de que “Lolita Torres es muy aplaudida y sus actuaciones son dignas de los más caros elogios.”
Pero a pesar de que estas experiencias en el género de la revista musical le significaron éxito y buenas críticas, lo cierto era que no se sentía del todo cómoda participando en espectáculos de esta naturaleza, por lo que finalmente decidió abandonarlo y continuar por otros caminos que mejor se ajustaban a sus preferencias.
Uno de los escenarios a los que le dio placer volver fue el de Goyescas. Mario Clavell, compositor de páginas que han sido y son éxito rotundo en todo el mundo, daba sus primeros pasos en la misma sala que Lolita se presentaba y, de aquella experiencia, suma afectuosamente este recuerdo: “Tuve el gusto enorme de conocer, escuchar y aplaudir a la inolvidable Lolita Torres en un salón de variedades musicales que tuvo mucho éxito, durante varios años, presentando grandes figuras artísticas internacionales, que fue "Goyescas". No puedo evitar emocionarme al mencionarlo, porque fue precisamente en esta sala donde conocí al popular tenor mexicano Juan Arvizu, que fue mi descubridor. Él estrenó mis primeras canciones y me presentó a la Editorial Julio Korn, que comenzó a difundirlas. Yo había debutado en 1947 en "La Coupole", elegante sala de la Avda. Córdoba, y posteriormente, mi buena estrella me llevó a cantar en "Goyescas", donde la querida Lolita Torres era la figura estelar de la sala. La recuerdo con emoción. Ella tendría entonces unos diecisiete años y venía de triunfar en muchos escenarios. Llegaba siempre del brazo de su padre, a quien también recuerdo con afecto, pues fue siempre muy cordial conmigo y con todos. Lolita arrancaba los aplausos más entusiastas y las mejores ovaciones entonando temas como "El sombrero", "Si vas a Calatayud", y todos los éxitos del cancionero español, género en el que siempre brilló luciendo su hermosa voz y una maravillosa simpatía personal, además de su reconocido arte interpretativo, tanto en los temas alegres como en las canciones sentimentales, que transmitía con enorme emoción. Tuve el honor de compartir con ella varias temporadas en "Goyescas" y también recuerdo haber ido a aplaudirla a "El Tronío", la otra sala de espectáculos que se especializaba en números españoles. Lolita fue allí también la reina, como en todos los lugares en que se presentaba.” (Mayo 2007)
También en 1948, Lolita se presentó nuevamente en Montevideo, Uruguay.
Por ese entonces, el Centro Asturiano de Buenos Aires, le entregó durante cuatro años consecutivos, una Medalla de Oro, en reconocimiento a su labor. Eran los años 1948, 49, 50 y 51. Pero este suceso, el de recibir premios por parte de entidades españolas, se transformó desde aquella época y para siempre en una constante de su trayectoria profesional.


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