miércoles, 26 de mayo de 2010

PALABRAS DE LA AUTORA


“Y un ángel hace pie
en mi corazón”
(1)

Cuando habían pasado dos meses del fallecimiento de Lolita, un amigo me sugirió que debía escribir, casi ineludiblemente, la biografía de esta artista. La idea no era descabellada porque, en el fondo, yo siempre había pensado en hacerlo. En mis tiempos de adolescencia, imaginaba que Lolita viviría muchísimos años llegando a ser muy abuelita y que, casi seguramente, estaría retirada de toda actividad artística. Dentro de esa escena, me veía a mí misma, convertida en una señora mayor que además de ser una buena amiga suya, era también su admiradora. Solía imaginar que, en el living de su casa, sentada en un cómodo sillón, esta dama exquisita me relataba pormenores de su vida que yo volcaría en un libro biográfico. Ahora, en cambio, su desaparición física cambiaba absolutamente el escenario de mi sueño, desarmándome por completo. Aunque sabía que era lo mejor para ella porque ya no sufriría, no podía evitar que una tristeza infinita se apoderara de mí, por lo que pensar en escribir sobre ella y encarar un proyecto de tamaña envergadura me resultaba simplemente, imposible
Al cabo de un período de aceptación de su muerte, volvió a aletear a mi alrededor la idea de plasmar en papel todo aquello de lo que yo tanto conocía. Sin embargo, fueron muchas las contradicciones que surgían en mi interior Me preguntaba si a Lolita le hubiera gustado que escribiera sobre ella y, como no hallaba una respuesta segura, retrocedía en el intento. Así sucedió en varias ocasiones.
Una tarde de enero de 2004, abrigada por un sol esplendoroso, salí a caminar a orillas del río Arga, en Pamplona, ciudad de España en la que estaba viviendo desde hacía casi un año. Miraba el cielo, que se ofrecía particularmente celeste, en una de esas postales de invierno que invitan a respirar profundo para guardar adentro ese imponente aroma a naturaleza pura. Pretendía encontrar algo de Lolita en aquella infinitud. Buscaba su rostro, su mirada, la calidez de un gesto suyo. Quería encontrarla porque necesitaba una respuesta. Entonces, me decidí a planteárselo directamente. Le dije: “Mire Lolita, yo no sé qué hacer. Si usted está de acuerdo con que yo escriba su biografía, hágamelo saber de algún modo. Deme una señal, por favor.”
Al poco tiempo, ya de regreso en Buenos Aires, y con todos mis álbumes de Lolita a mano, resultaba una tentación irresistible retomar la escritura. Sin embargo, no podía desterrar las dudas recurrentes. Hasta que una noche tuve un sueño, un sueño que nunca olvidaré y que, aún cuando desperté, me hizo sentir muy extraña. Era una sensación muy fuerte y muy conmovedora. En el sueño, veía a Lolita, lindísima, con el cabello corto y con un estilo similar al que tenía a mediado de los años sesenta. Estábamos en un lugar muy amplio y muy, pero muy, luminoso, con paredes, piso y techo en un gris perlado sobre el que la luz se exaltaba aún más notablemente. Lolita estaba de pie, apoyando apenas su brazo izquierdo en el único mueble existente, parecido a un mostrador, pero más alto. Yo, estaba ubicada más abajo, tal vez sentada, delante de ella (y qué curioso fue eso, porque esa es la posición en que más veces la vi en mi vida: ella más arriba, en el escenario, y yo más abajo, sentada en la platea.) Yo no decía ni una palabra, sólo la miraba expectante, y ella, con una actitud muy firme, con una mirada muy penetrante (que pude sentir en el sueño), con un gesto muy característico de su rostro y sus manos, y señalándome con el dedo índice, me dijo “Ahora, vos podés hacerlo”. Muy marcadita cada palabra, con mucha fuerza, pero sobretodo acentuando el vos. Nada más. Eso fue todo. Cuando desperté no terminaba de creerlo. No podía levantarme de la cama, tan shokeada como estaba. “¿Será casualidad? ¿Cómo puede ser que me responda tan claramente?” Pero al rato de pensarlo y analizarlo, comprendí que aquello, efectivamente, había sido la respuesta que tanto le pedí. Su permiso. Su señal. Ahora sí, sin ninguna duda, yo iba a escribir su biografía.
Durante los tres primeros años en que trabajé sobre esta idea, con sus idas y vueltas, pensé que su título sería “Genio y figura”, un nombre que a Lolita le gustó cuando se lo sugerí para un recital. Pero luego caí en la cuenta de que estaba contando su historia de vida y su trayectoria artística, además de mis propias vivencias, desde un lugar privilegiado que otorga no sólo el conocimiento de un tema sino, también, el amor y el respeto. Entonces -me dije- este libro se llamará como su canción, la que fue casi su himno personal, y del mismo modo en que lo estoy escribiendo: “Lolita Torres, a mi manera.”

Nora M. Pascua


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