miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO V


“Lloré, mucho sufrí
cuando el amor creí olvidado,
mas tiempo no perdí
recuperé mi fe perdida.
La fe más fe me dio
y superé los malos tragos,
también vencí al dolor
a mi manera.”
(6)


Una mañana me levanté y abrí la ventana de mi habitación. De pronto vi un árbol que tenía un pequeño brotecito verde, que apenas se insinuaba. Era el comienzo de la primavera me quedé mirando ese pequeño brote como embobada, largo rato. Y pensé `la vida sigue, tengo un hijo, voy a seguir construyendo, seguir amando”. Esa mañana, frente al cristal de su ventana, sintió que podía comenzar de nuevo.

La periodista Norma Dumas, para la revista Platea, le preguntó: “¿Se ha entregado alguna vez a la fatalidad?”. Lolita respondió: “Nunca. Soportar la cruz es hacerla menos pesada”.

Eran muchas las personas del medio artístico que le sugerían retomar su trabajo, en el convencimiento de que hacerlo le ayudaría a robustecer su ánimo. Algunos lo hacían tímidamente, como una sugerencia apenas. Otros, con invitaciones concretas a determinados eventos o programas que Lolita, amablemente, rechazaba.
Por otro lado, algo nuevo acontecía en su vida, algo que le devolvía la confianza y los deseos de sonreír: eran los momentos compartidos con su amigo Lole Caccia. Junto a él se sentía cómoda, tranquila, comprendida. Ese hombre afable y divertido, sabía escucharla y le permitía desahogarse, inspirando toda su confianza Por su parte, los medios periodísticos la habían bautizado como “la estrella millonaria” ya que, al cabo de un año, había rechazado contratos para cine, radio y teatro, todos ellos por cifras astronómicas. Sin embargo, llegó el momento en que Lolita decidió abandonar el encierro y retomar su trabajo por lo que, tras mucho meditarlo, aceptó una invitación para viajar a Alemania, donde se llevaría a cabo el Festival de Cine, programado para mediados de año.
Desde hacía varios meses, Mario Villaltela había puesto en el aire, en Radio Belgrano, un programa llamado “Para que Lolita vuelva”, que promovía entre los oyentes un movimiento que lograra su retorno al ámbito radial. Estaba claro que, la cantante, era una de las grandes atracciones de la radiofonía y su presencia en aquel medio implicaba siempre un hecho de gran proyección popular, razón por la que se pretendía recuperarla.
Acompañaban a Villaltela, en este propósito, el mismo elenco que siempre estuvo al lado de la artista, a excepción de la orquesta, ya que estas audiciones no contaban con su presencia y sólo se emitían grabaciones de su repertorio. La glosa de Pérez Ávila resumía en parte el espíritu de esta campaña:
Han de callar los cantares de Murcia y Andalucía,
de Cataluña y Granada, de Málaga y de Galicia.
Se aquietarán los arroyos de la guapa manzanilla,
silenciarán las alondras y la copla se hará trizas,
diciendo en cálido augurio: para que vuelva Lolita”.

Antes del viaje a Berlín, más exactamente el 14 de junio, Lolita se apersonó en la audición radial, suceso éste que fue anunciado previamente, lo que originó una verdadera aglomeración de gente en las puertas de Radio Belgrano, con mucho tiempo de antelación a la hora prevista para la presentación de la cantante. Aquello fue sólo un ápice de todo cuanto iba a ocurrir luego. La gente entablaba verdaderas batallas por entrar, resultaba imposible moverse, dar un paso o querer ordenar aquella multitud. El personal de control de la emisora fue reforzado con varios agentes policiales debido a que esta situación no escapó a la imaginación de los directivos y por lo tanto tomaron cuantas precauciones pudieron. Sin embargo el público, sus admiradores de siempre, sobrepasaron todo lo previsto. Se produjeron avalanchas, forcejeos desmedidos y el auditorio del estudio central se vio colmado en su capacidad. Del mismo modo, centenares de personas ocuparon los pasillos de Radio Belgrano y se propusieron no moverse del lugar pasara lo que pasara. Todos querían demostrarle su cariño y expresarle el deseo de que volviera. Cuando su figura emergió en el estudio, la ovación fue estruendosa y se extendió a la multitud que ocupaba pasillos y dependencias de la radio. Fue un acontecimiento apoteósico según lo relatan las crónicas de entonces que atestiguan además que, al momento de anunciar que Lolita cantaría, se produjo un estallido extraordinario. Cuando terminó la audición, Lolita quiso retribuir tanta manifestación de cariño y permaneció mucho tiempo en las instalaciones firmando autógrafos, saludando o fotografiándose con sus admiradores, compleja situación para el personal de seguridad, que no encontraba manera de ordenar a tantas personas que se precipitaban descontroladamente en el afán de lograr su objetivo.
Finalmente, luego de mucho tiempo, y en la imposibilidad de complacer a todos, Lolita dio por terminada su tarea y emprendió su retiro del lugar, lo que se convirtió en otra auténtica odisea, porque las calles de los alrededores también estaban repletas de gente. Matilde de los Santos, testigo directa del hecho, agrega “todos querían verla, tocarla, decirle algo lindo y, para lograrlo, hasta caminaban por encima de los autos allí estacionados. Fue una auténtica locura”. En esa oportunidad, frente a los micrófonos de la emisora, la cantante se comprometió a retomar su labor radial ni bien retornara del viaje que emprendería apenas unos días después.
Había llegado el momento de permitirse a si misma que Lolita Torres, `la artista´, emergiera desde el fondo de su ser. El 20 de junio de 1960, viajó a Alemania, invitada especialmente por Kurt Land, al Festival Cinematográfico de Berlín, que tenía su sede en la sala Zoopalast. Aquella comitiva estaba integrada por Leopoldo Torre Nilsson, Beatriz Guido, Jorge Salcedo, Roberto Tálice, Mario Lozano y Helena Tritek, protagonista de “Fin de Fiesta”, película dirigida por Torre Nilsson que representaba a la Argentina. Lolita, en un principio había rehusado asistir a este evento pero, luego de reflexionar, cambió de idea y aceptó. Inconscientemente le había tomado aversión a los festivales de cine por lo sucedido a su esposo. Mas tarde, ella misma confiaba a la revista Radiofilm “Hay que darle cara al dolor. Pronto recapacité y comprendí que si no alejo de mi mente esta especie de fobia hacia los festivales de cine, tal temor me acompañará por el resto de mis días”.
El vuelo en el que viajaba hacia Alemania hizo escalas en Montevideo y Recife y, en ambos, recibió homenajes que le resultaron tan conmovedores como inesperados. En ellos, la esperaban integrantes de su club de admiradores de Uruguay y también artistas del circo ruso que no habían podido entrar en Argentina y que, enterados de su viaje, no quisieron perder la oportunidad de conocerla y saludarla. Algo similar sucedió al arribo de Lolita al aeropuerto de Berlín occidental, donde también la estaban aguardando numerosas delegaciones, algunas de ellas de la Alemania oriental y otras de admiradores rusos. En los escenarios de Deutschlandhalle, del sector occidental, ante treinta mil personas, y en un estadio al aire libre del sector oriental, ante quince mil, cantó el tango “Caminito” y levantó el aplauso descomunal de la concurrencia. Fue un momento muy emotivo porque, aunque los allí presentes no lo sabían, junto a la experiencia de días atrás en la radio, era ésta su reaparición frente al público.
Luego de este evento, participó en el programa de “Shows espectaculares”, figurando primera en la lista de cantantes anunciados.
Betty Burastero, que la acompañó en ese viaje, refiere una anécdota de aquella estancia en Alemania: “Aquello fue muy divertido, nos pasaron muchas cosas ya que no conocíamos bien el idioma y, entonces, todo se transformaba en un lío. Un día salimos de compras, a Lolita le encantó un vestido que vimos en una vidriera. Me miró entusiasmada y me dijo: `Ya que sos la administradora, decime, ¿me puedo comprar ese vestido?´ Yo miré el precio y hasta hice las cuentas con lápiz y papel. El cartelito decía mil ochocientos marcos que, en ese momento, estaba a unos veinte pesos nuestros. Le dije que sí, que lo comprara tranquila. Entramos a la tienda y ella, por señas, dio a entender que quería el vestido que estaba en vidriera. Inmediatamente se asomaron varias vendedoras a ver quien quería comprar esa prenda tan especial. Se lo traen, se lo prueba, le quedaba divino. Eran tres piezas y ella se imaginaba de cuantas maneras podría combinarlo. Nos preguntaron de dónde éramos y decíamos “festival”, “Argentina”. Cuando fuimos a pagar y nos hicieron las cuentas en dólares, eran mil ochocientos de esa moneda que, al cambio, en pesos, era una barbaridad. Casi nos desmayamos del susto…. No lo podíamos comprar, yo había hecho mal las cuentas. No sabíamos como disculparnos. Dejamos el vestido y salimos de la tienda haciendo señas con las manos, “perdón, perdón” decíamos. Salimos disparando de allí, muertas de vergüenza”.
También en ese entonces, Julio Saraceni la convence para filmar “La maestra enamorada”, una producción que ambientó su entorno en la belleza de las tierras mendocinas y, más concretamente, en Chacras de Coria donde se rodaron las escenas ligadas a la escuela. Las canciones incluidas en el filme fueron elegidas especialmente por Lolita, ya que constituyeron un homenaje a su desaparecido marido por ser sus preferidas.
Al arribo de Lolita a la provincia de Mendoza, una multitud se volcó hacia el aeropuerto de Plumerillo para recibirla y expresarle su cariño. Las barreras previstas no bastaron para frenar el entusiasmo de quienes querían saludarla y manifestarle su alegría. La recuperación de la artista para el cine constituyó un acontecimiento muy esperado, porque en la industria cinematográfica se sabía perfectamente que, aunque un contrato con Lolita Torres representaba una fuerte erogación económica, también se producía un jugoso recupero. “Lolita Torres es una realidad que conviene a la pujanza del cine criollo. Ella se lo ha ganado por sus cabales y este nuevo y fabuloso contrato no es nada más que la reafirmación de sus virtudes de artista” expresaba una crónica periodística.
Su compañero de rubro en “La maestra enamorada” fue Alejandro Rey, con el que rápidamente congeniaron y trabaron un importante lazo de amistad, tanto entre los dos intérpretes, como también con los familiares de Lolita que la acompañaron a Mendoza y que se ocupaban de cuidar a Santiaguito mientras su mamá trabajaba. Esto bastó para que la prensa tejiera todo tipo de intrigas. ¿Habría encontrado en Alejandro Rey una nueva oportunidad para el amor? Más de un periodista apostaba fuerte a que en esa amistad se gestaba algo más, inclusive se llenaron algunas páginas de revistas con fotografías y comentarios provenientes de sus más esmeradas especulaciones. Sin embargo se equivocaban. Ciertamente, el amor ya estaba otra vez en su corazón pero otro era el hombre que lo provocaba.
Las expectativas generadas sobre su regreso al cine, incluían el anuncio de una nueva Lolita Torres, debido a que los artífices de su retorno se propusieron cambiar íntegramente su apariencia respecto a las películas anteriores, con un vestuario y peinado diferentes, además de la línea argumental, que pretendió ser más comprometido que sus otros filmes, una actitud más que razonable teniendo en cuenta que la chispeante chiquilina de ayer, se había transformado en una mujer que venía de transitar un gran sufrimiento y una experiencia trascendental que modificó todos sus parámetros. Muchos señalan que, a partir de 1960, surge la segunda etapa de la filmografía de Lolita, que fue más breve además de menos exitosa.
También por entonces se reponían sus películas en Rusia y lo hacían con una publicidad sensacional, como si de estrenos se tratara. Las propagandas se desplegaban sobre carteles de doce metros de largo por cuatro de alto, con luces de colores y colocados en sitios estratégicos. Las entradas, puestas en venta con tres días de antelación, se agotaban inmediatamente. Y aunque Lolita conocía esta situación, porque estaba informada sobre su gran popularidad en tierras soviéticas, no lo sabía aún en su exacta medida.

Julio César ‘Lole’ Caccia había iniciado sus estudios en la carrera de Químico, pero luego los abandonó. Trabajando junto a su padre aprendió el oficio de joyero, en el negocio que tenían en la calle Suipacha, y sería ésta su profesión para toda la vida. Convencido de sus sentimientos hacia Lolita, Julio hizo muy especialmente para ella una medalla de oro en la que había grabado “Para mamita, de Santiaguito”. Fue a visitarla, tomó al niño en brazos e hizo que éste le entregara el regalo a su mamá. Beatriz Mariana Torres supo que ese hombre, con el que tenía un noviazgo muy reciente, era el amor y la esperanza renovada. Y vislumbró en él, además, algo en lo que estaba segura de no equivocarse: sería un buen padre para Santiago Ezequiel.

Para entonces, se habían inaugurado nuevos canales de televisión, de capitales privados. Así, Canal 9 comenzó a funcionar en junio de 1960 y Canal 13 en octubre del mismo año. Canal 11 lo haría poco después, en julio de 1961.

En este 1960, año en el que tantos cambios se produjeron en la vida de Lolita, el medio televisivo recupera su presencia, pero ya no sólo como cantante sino también como actriz, contratada por canal 9. Su amigo y director de tantos éxitos cinematográficos, Julio Saraceni, fue uno de los artífices de este logro, ya que la confianza que el hombre inspiraba en Lolita le aportó a la artista el ánimo necesario para hacerlo. Desde el 5 de septiembre al 31 de octubre, cada noche de lunes, se emitió “La hermana San Sulpicio” una comedia musical, adaptada por Abel Santa Cruz, sobre un libro original de Armando Palacio Valdés que es, sin duda, la más difundida y apreciada de toda su obra y de la que el mismo autor solía decir: “Si paso a la posteridad será agarradito a los hábitos de la hermana San Sulpicio.”
Por primera vez formaba rubro protagónico junto a Fernando Siro, quien asumió el personaje del médico que enamora a la novicia y que, a la hora de hablar sobre su compañera, en aquellos momentos decía: “Es la primera vez que trabajo con Lolita Torres. Es una chica magnífica, excelente camarada y actriz muy profesional. Señalo particularmente este detalle porque suele ocurrir con algunas cancionistas que en la labor dramática carecen de la fuerza e idoneidad que ostentan en la otra faceta. Uno se siente perfectamente complementado junto a Lolita Torres: el juego escénico se mantiene en un ritmo armónico, y un gesto, una palabra, tienen la réplica adecuada en ella”.
El de Gloria Bermúdez -la novicia- fue un personaje clásico al que, al decir de los entendidos, la actriz le estampó su huella y su genio inconfundibles, convirtiéndolo en un verdadero éxito que, según los productores, estaba anunciado de antemano. Las autoridades del canal tuvieron que adoptar medidas de seguridad extraordinarias porque cuando se llevaban a cabo las grabaciones, se suscitaba tal afluencia de público solicitando entrar para ver a Lolita o, simplemente, permaneciendo en la puerta para lograr un autógrafo, que la situación parecía escapárseles de las manos a quienes estaban a cargo del control habitual de la seguridad del canal y sus artistas.
El día de la primera emisión acontecieron problemas técnicos tan notables que obligaron a repetir el capítulo el domingo siguiente por estricta exigencia de la empresa patrocinante. Pero más allá de lo que significan los sucesos o curiosidades propias del programa, una anécdota que se inscribe más apropiadamente en el plano privado y que guarda relación con el vestuario de este ciclo de televisión, es la que cuenta Betty Burastero: “Una noche, cuando Lolita hacía “La hermana San Sulpicio”, estábamos en el canal y me dice: `¿vamos a hacerle un chiste a Lole?´. Las dos nos quitamos todo el maquillaje que teníamos, me puse un hábito de monja de una compañera del elenco, y salimos las dos vestidas de monjitas. Ella tenía ese caminar importante, tipo alemán…`no camines así que se van a dar cuenta, las monjas no caminan de ese modo´ le dije… Buscamos el auto y mientras manejaba, nos moríamos de risa pensando en lo que íbamos a hacer. Primero fuimos a la casa de mis padres, les pedimos `una limosnita, una ayudita para estas hermanitas’. Mis padres enseguida dijeron que sí, y fueron a buscar dinero. Pero cuando les dijimos que éramos nosotras, a mi papá le cayó muy mal, no le gustó nada `vayan a devolver todo lo que recaudaron, esto no se hace con el hábito de una monja´. Pensó que habíamos estado pidiendo pero no habíamos hecho eso. Sólo con ellos. De ahí nos fuimos al negocio de Lole que estaba justamente bajando la persiana y poniendo el candado. `Señor, por favor, nos puede decir cuál es la calle Suipacha´ le dijimos suavecito, cambiando un poco la voz. `Sí, hermanita. Es ésta la calle Suipacha´. Entonces le dice Lolita `¿Usted es el señor Caccia, no? ¿me permite que le de un beso?´. El miró asombrado. `Pero, hermana…´ y antes de terminar de decirlo, nos mira bien y se da cuenta. Entonces se mandó un rosario de esos que se manda Lole, de malas palabras, muerto de risa… `¡Pero miren lo que hacen!!! ¡Qué locas están las dos!!!´
Lolita era muy divertida. Le gustaban esas cosas. Y hacer fiestas también.”

La positiva experiencia de la puesta en el aire de “La hermana San Sulpicio” hizo que se pretendiera prolongar la buena ventura y, antes de su culminación, ya se estaba buscando un nuevo título para Lolita. Entonces se eligió “La casa de la Troya”, de Alejandro Pérez Lugín, con adaptación de Abel Santa Cruz, comedia musical que se emitió en ocho capítulos, durante noviembre y diciembre, junto a Fernando Siro, Juan Carlos Altavista y Nelly Beltrán, que se convirtió también en otro logro de canal 9. La historia refleja una alegre estudiantina situada en Santiago de Compostela y en cuyo marco se desencadenarán los amores de Carmiña y Gerardo Roquer, personajes centrales a cargo de Lolita y Fernando Siro. Fue un trabajo que suscitó críticas favorables, tal como lo registra la revista Radiolandia: “(…) No ha perdido en la adaptación de Abel Santa Cruz ninguno de sus méritos ni su simpatía. Antes bien, se ha robustecido en una versión que supo aprovechar los mejores elementos de la misma novela y de la obra teatral (…) La popularidad de la estrella de la canción española, ha quedado demostrada una vez más con este ciclo, que ha sido uno de los pocos al que no se le han encontrado peros de ninguna índole. Fue salir al aire en la nueva época Lolita Torres y encontrar el aplauso, el elogio y la aprobación totales que antes de su alejamiento del arte eran el termómetro permanente de su arraigo en el gusto y en el afecto de nuestro público.”
La revista Antena, esto decía al respecto: “Ahora es reina en la TV. Superando su propia fama es un ídolo. Ese es un caso único, que se produce raramente cuando el público da un veredicto. Un ejemplo es Carlos Gardel. Y, como el morocho del abasto, Lolita Torres nació signada por la popularidad, que es mayor que la fama, esa que superó luego de graduarse en el estrellato. Ahora es, definitivamente, un ídolo”.
Desde noviembre a diciembre, en dos emisoras simultáneamente, LR3 Belgrano y LR4 Splendid, el objetivo de la audición “Para que vuelva Lolita” se vio cumplido y la artista reanudó así sus esperadas presentaciones radiales, bajo la dirección musical de Tito Ribero. Fue un total de quince audiciones, y la última de ellas se llevó a cabo directamente desde el teatro Astral, duplicando la duración de su horario habitual.
Por aquel entonces, Cátulo Castillo, escribía sobre la cantante: “La precisión absoluta de una musicalidad que se trae al nacer, una escala perfecta, concreta la escolástica. Es una artista que sabe lo que hace, y cómo y por qué lo hace”.
Lolita había vuelto y lo había hecho con todo: radio, cine, televisión. La artista que siempre había sido se permitió resurgir plenamente.

Un hecho importantísimo se concretó el día anterior a su despedida de la radio, en el mayor de los secretos. Los comentarios de un probable romance de Lolita con un amigo de la familia de quien, al principio, se desconocía la identidad, habían tomado estado público. El periodismo hacía guardias, seguimientos y recurría a cualquier artimaña válida que le permitiera conocer un poco más sobre la persona en cuestión. Buscaban desesperadamente la primicia pues, si esta historia del noviazgo de Lolita Torres era cierta, todos querían ser los primeros en descubrirla y publicarla. ¿Quién era ese hombre que había acaparado el corazón de la dama tan prontamente? Supieron el nombre, la profesión y también que había sido amigo del primer marido de Lolita, y que lo seguía siendo de la familia Burastero. Sin embargo, no lograron arrancarle una sola confesión a ninguno de los dos. Aún más, la revista Platea, de amplia difusión en aquel entonces, consiguió entrevistar a Julio César Caccia poco antes de la boda secreta y el hombre, muy firme en sus manifestaciones, declaraba “lo juro y lo firmo. No estamos de novios…” Frase que luego la misma revista utilizaría para recriminarle su engaño.
La realidad era que Lolita y Julio, tras unas amistad que se forjó a partir de una circunstancia tremendamente dolorosa, una amistad que supo abrirse paso, fortalecerse y alcanzar vuelo propio, dejaron el espacio justo para que un sentimiento más grande aún se alojara en sus corazones. “Enseguida hubo feeling entre nosotros” confesarían ambos, muchos años después. Desde el mes de julio aproximadamente habían dado un paso más en su relación, situación que decidieron mantener en secreto simplemente para preservar aquel amor de cualquier comentario malsano. No quisieron exponerse al asedio de la prensa ni exponerlo a Santiaguito, pero a pesar de todos los recaudos que tomaron, a pesar de todas las negativas reiteradas hasta el hartazgo, el periodismo sospechaba, descubría alguno de sus pasos y ponía en primera plana todas las conjeturas probables, aunque lo hacían en calidad de rumores y con los verbos en potencial.
La boda se hizo pública cuando acababa de acontecer y al día siguiente el teatro Astral, desde donde se realizaría la despedida del ciclo radial, fue prácticamente asaltado por una multitud de admiradores que, además de ver y escuchar a la artista, aguardaban verla llegar acompañada de su reciente esposo. Pero otras fueron las circunstancias. Ella cumplió con su actuación como siempre y como si nada extraordinario hubiera sucedido, y ante las insistentes preguntas de los periodistas instalados en la sala, seguía negando: “No es verdad. Si algo así hubiera sucedido, ustedes se enterarían”. Lo cierto es que tan exagerada negativa, aún cuando el hecho ya estaba consumado, fastidió al periodismo por considerarla extrema e injusta con quienes la habían acompañado y apoyado desde el inicio de su carrera artística. También el flamante esposo se sintió acosado ya que el teléfono de su negocio no cesaba de sonar. Por otro lado, se incrementaron las visitas que recibía a diario, con lo cual y para descongestionar en parte la situación, decidió ausentarse unos días del lugar.

Lole Caccia accedió a ser entrevistado una tarde de enero de 2005, más de dos años después del fallecimiento de Lolita. Muchas cosas, quizás todas deshilvanadas, tal como iban surgiendo, las fue contando y son fiel testimonio de toda una vida en común. Esas vivencias relatadas por él mismo, aparecen en estas páginas, como una voz claramente audible, permitiendo florecer sus recuerdos: “Nos conocimos por la familia, en el Club Italiano. Yo era amigo de Fito y también de sus padres. Cuando se mató en ese penoso accidente, comencé a visitarla, iba a buscar al nene para llevarlo al parque y a veces al autódromo. Así comenzó nuestra amistad. Nuestro noviazgo fue una cosa de sólo cinco o seis meses. Comenzamos más o menos en julio del ‘60, y el 27 de diciembre nos casamos. Así que fue una cosa rápida. Nos decidimos enseguida. Ya para entonces estaban todas las revistas atrás nuestro. Intentamos ocultarlo porque queríamos evitar el acoso periodístico. Nos casamos en el Registro Civil Nº 10, de la calle Paraguay al 1000 y, luego, ante Dios, en la iglesia Inmaculada Concepción, ubicada en la calle Independencia y Tacuarí. El párroco Luis Juan Tomé, que después fue obispo de Mercedes, nos casó. En la iglesia éramos seis nada más. Nosotros, mis padres y los padrinos, además de Monseñor. Después de la ceremonia fuimos a casa de mis padres para brindar, porque no hicimos fiesta. Sólo fue un brindis. Y ya cuando llegamos, frente a la puerta de la casa se habían apostado infinidad de periodistas. Para la luna de miel, alquilamos una quinta en San Isidro (Las Lomas 453) que también fue descubierta y nos perseguían y hacían fotos. Ahí, en esa quinta, vivimos unos meses hasta que vendimos la casa de Lolita, de la calle Acevedo, y compramos el piso de Avda. Santa Fe y Paraná. Para marzo de 1961, más o menos, nos mudamos definitivamente”.
Cuando la noticia de la boda estalló hubo todo tipo de reacciones. En principio, por parte de la prensa, una sensación de fastidio tras tantas negativas aún frente a lo evidente, y por parte del público, dos posturas decididamente opuestas: los que apoyaban a su artista, deseándole un reencuentro con la felicidad y, por otro lado, los que la criticaban y no aceptaban que hubiera vuelto a casarse, en lo que consideraban tan poco tiempo de viudez. “A mí esas cosas nunca me importaron nada. Nosotros cuidábamos nuestra intimidad”, agrega Lole.
Hubo, luego de aquellas circunstancias que dañaban, en cierto modo, la excelente relación que Lolita siempre había tenido con el periodismo, alguna nota en la que la intérprete se disculpaba por haber tomado tal actitud evasiva frente a los requerimiento sobre su vida privada, justificándose precisamente por esa razón, la de tratarse de su vida privada. Incluso llegó a reconocer que se había equivocado en el manejo de la situación. También Lole Caccia tuvo la oportunidad de realizar declaraciones para alguna revista y admitir que había mentido sólo por sentirse con derecho a pasar inadvertido, como cualquier otra persona, en un momento tan trascendental de su vida, pero que nada de ello había llevado implícita alguna mala intención, algo de lo que sí acusó a cierto sector del periodismo, por haber tratado con malicia en sus conceptos a Lolita y a él.
¿Qué pasó entonces en el seno de la familia Burastero? ¿Cómo se vivió aquel acontecimiento? Una vez más, las palabras de Betty, la hermana de Fito, reflejan aquellas horas: “Un día habíamos salido varios matrimonios e invitamos a Lolita y a Lole. Al regresar, íbamos con mi marido en el auto, él miró por el espejo retrovisor y vio que ellos dos, que venían en el auto de atrás, se estaban dando un beso. `Mirá –me dijo- se están besando.´ Unos días después le pregunté a ella `che, qué pasa con Lole?´. Enseguida lo admitió `Bueno, mirá…Lole es una buena persona… y yo lo quiero mucho… además, mirá como quiere a Santiaguito.´ Aunque aún estaba fresco el recuerdo de Fito, la verdad es que no me pareció mal. Traté de comprender. Había pasado un año y medio del fallecimiento de mi hermano. A todo esto, mi mamá y mi papá habían viajado a Bariloche y en la revista Radiolandia salió un titular, bien llamativo: `El próximo casamiento de Lolita Torres y Julio César Caccia.´ Mi mamá me llamó inmediatamente desde Bariloche, `No puede ser, no puede ser, si recién se murió Fito´ me decía. Traté de conformarla y serenarla. `No te pongas así, calmate, mamá. Pensá, si me hubiera pasado a mí, vos querrías verme feliz. Dejala tranquila, mamá. Además, a lo mejor es sólo cosa de las revistas´. `Está bien –me dijo- cuando estemos allá, lo hablamos.´ Pero cuando ellos regresaron, Lolita y Lole ya estaban casados. La amargura de mis padres fue que lo hicieran, no en secreto, sino en silencio y que lo que decían las revistas era cierto. Toda la familia comenzó a intervenir para convencerlos de que no había nada malo en ello, que Lole era un buen hombre, que siempre respetaría a la familia Burastero, en fin, queríamos conformarlos y hacerles comprender que la vida seguía su curso. Finalmente, mi marido y yo, y también unos tíos nuestros, hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance para que mis padres los recibieran a ambos. Vinieron entonces a verlos y a disculparse, en silencio, con grandes abrazos y besos. Y en ese lenguaje, el del silencio, y el del sentimiento también, todo quedó superado. Lole entró en la familia. Y a partir de entonces las relaciones siguieron adelante como si nada hubiera pasado”.
La respuesta de los más fanáticos de su público no se hizo esperar. Y en una actitud de condenables connotaciones e improbables justificaciones, se manifestaron sobre las puertas del mausoleo sepulcral de Santiago Burastero, con frases ofensivas y agresivas dirigidas a la artista. La respuesta del sector que mantenía su cariño hacia Lolita de modo inconmovible, tampoco se demoró. Por lo que se entabló una verdadera batalla de frases de agravio, por parte de unos, y desagravio, por parte de los otros. Cuando el 2 de marzo de 1961 se produjo el estreno de “La maestra enamorada” –momento a todas luces inoportuno- el público respondió en menor medida a como siempre lo hacía, por lo que no se obtuvo el éxito taquillero al que sus anteriores filmes tenían a todos acostumbrados. Aquellos sucesos acontecidos en los últimos tiempos, asestaban un golpe “castigo” a la popularidad de la artista, de parte de una fracción del público que siempre la había amado y que, sintiéndose dueños de su vida, suponían que tenían derecho de juzgarla y hasta de decidir por ella. Lolita se sintió afectada, pero no de manera significativa porque imaginó con antelación que algo de estas características podría suceder. Había sopesado los riesgos de su decisión y le parecieron pequeños al lado de la felicidad que perseguía alcanzar. Por otro lado, tenía la convicción de que todas esas manifestaciones populares de desacuerdo desaparecerían con el correr del tiempo.
Afortunadamente, eran muchos también los que la apoyaban y se alegraban de que hubiera emergido de aquel pozo de sombra, no sólo en el plano laboral sino en su vida privada también. Prueba de ello fue el feliz recibimiento que brindó la audiencia, y también la crítica, a la nueva comedia musical que canal 9 ponía en el aire el 4 de abril de ese mismo año y que la unía nuevamente a Fernando Siro, como compañero de rubro. Se trató de “El sí de las niñas”, de Leandro Fernández de Moratín, obra que había escrito en 1801, pero que se decidió a estrenar recién en 1806, constituyéndose no solamente en un sonoro éxito de público, sino también en la pieza de mayor aceptación de su tiempo y, podría decirse, el mayor acontecimiento teatral de todo el siglo. La obra se adentra en una problemática muy de la época, como lo era el respeto a las normas e imperativos sociales, el derecho al matrimonio por amor, el conflicto de la autoridad paterna, y el papel de la mujer en la sociedad. Mucho más de un siglo después, “El sí de las niñas”, con adaptación de Abel Santa Cruz, tuvo excelentes comentarios y contó en el elenco a figuras como Noemí Laserre, Julián Pérez Ávila, Esteban Serrador, María del Pilar Lebrón y Niní Gambier.
La revista Radiolandia, así relataba el suceso: “Pocas veces se ha registrado una expectación tan intensa con motivo de la presentación de una artista en televisión como en el caso recientísimo de Lolita Torres. De hecho todo cuanto tenga atenencia con la celebrada actriz y cantante suscita un enorme interés por parte de un inmenso mundo de admiradores que van multiplicándose a medida que el tiempo transcurre como si en cada caso, actuación radial, cinematográfica o televisiva quisieran testimoniarle el cariño que se ha ganado. En esta ocasión había razones especiales para acrecentar la ansiedad del público, Lolita se había despedido de la radio, se casó y, volvía ahora, al cabo de tres meses a la televisión. Ya se sabía que iba a ser mamá nuevamente. Lolita se luce con toda su gracia limpia y a veces ingenua, con toda su alegría, esa alegría que ahora brota más intensa y más frecuente porque se siente feliz. La situaciones son graciosas, ágiles, bien delineadas y convenientemente urdidas para el video”.
Para finales de Mayo y principios de Junio, las audiciones del programa alcanzaron un interés extra artístico, ya que se había hecho pública la noticia de que Lolita estaba esperando un hijo. Teniendo en cuenta que su estado comenzaba a notarse, debió apurarse la grabación de los últimos capítulos.
Su embarazo fue la primera razón para que los más duros se ablandaran y para que se reiniciara, aunque lentamente, el viejo romance que ambas partes siempre habían tenido. Unos meses más tarde, exactamente el día 27 de octubre, nació Angélica Teresa, su segunda hija. La niña pesó 3.700 kg. y su nacimiento se produjo en el Sanatorio De Cussatis, en Capital Federal.
Un hecho verdaderamente trascendental para la vida de Lolita aconteció también en los primeros meses de 1961. Fue el reencuentro con Aurora Delmar. Ambas, a partir de ese instante, no volverían a separarse jamás. Feliz por los momentos compartidos, muy triste por no tener más a su amiga, la misma Aurora relata así aquel episodio: “Yo trabajaba desde los quince años en radio. En 1952 me contratan para hacer en cine “La mejor del colegio”. Éramos muchas chicas, todas integrando el alumnado del colegio en cuestión. El padre de Lolita, don Pedro, venía observando que a mi me acompañaba siempre mi mamá o mi papá a la filmación. Las demás, eran chicas jovencitas que iban solas a trabajar. Un día se acercó a Lolita y le dijo `vos, hacete amiga de ésta´. Y `ésta´ era yo. Así que las dos, entre risas, siempre decíamos que éramos amigas por decreto de don Pedro Torres. Ahí nació una amistad para toda la vida. Lo que ocurre es que, por razones de trabajo se produjo un paréntesis, reconozco que un poco largo. Yo hice mucha radio, ella mucho cine, eran distintos caminos. Así que en ese momento, se interrumpe la amistad. Luego Lolita conoce al que se convierte en novio primero y marido después, Burastero. Toda esa etapa, que fue corta, yo no la viví a su lado. Y hay cosas de su etapa de soltera que tampoco viví, por eso cuando me preguntan cosas puntuales de esos años, yo siempre contesto lo mismo: no lo sé, porque no lo viví. Y luego, tampoco lo hablábamos porque nuestra relación fue de hermandad, de respeto. Ni yo hubiera sido capaz de preguntarle a ella sobre sus cosas ni ella lo hubiera hecho conmigo. Nuestra amistad no pasaba por ahí. Un día, estaba en Radio Splendid, y al terminar mi audición de radioteatro de la tarde, veo pasar y entrar en el ascensor a una señora con capelina, con aire importante… Miro bien y la veo. Entonces me salió bien fuerte el `hola´ y ella, que no me había visto, cuando me descubre exclama ´¡Aurorita! Hola…Me volví a casar. Vivo en Santa Fe 1509´, me dice su dirección y el ascensor que se cierra. Entonces, al día siguiente, fui a la casa y ya desde ahí no nos desprendimos más. Fueron más de cuarenta años de amistad”.

Luego del nacimiento de Angélica y de un pronunciado descanso, ya en 1962, viaja a Montevideo, Uruguay, donde actuó en Radio Carve nuevamente para el ciclo “Senda de Estrellas”, y también en el canal 10 Saeta, obteniendo gran suceso. A ello sumó un recital a beneficio de una escuela católica, en el Teatro Odeón de Montevideo, actuaciones todas que cumplió acompañada por el músico Tito Ribero.
Desde julio y hasta septiembre, una vez más fue la radio su vía de expresión. Radio El Mundo y Radio Splendid, se ponían de acuerdo para transmitir en simultáneo el programa “Galas de la Canción de España” en el que Lolita era la figura central. La orquesta que la acompañaba era dirigida por Tito Ribero, además de contar con Gerónimo Fernández y su rondalla, y Julián Pérez Ávila con sus prosas. El libro estaba a cargo de Teófilo Luz Funes y la locución de María Ester Vignola y Jorge “Cacho” Fontana.
Casi a finales de ese año hace una aparición televisiva, en “La casa de Ochoa”, programa de Fernando Ochoa, por canal 9, en el que cantó canciones folklóricas. Al llegar, algo que hizo en una engalanada carroza antigua mientras la escoltaban gauchos a caballo, fue recibida por cincuenta guitarras criollas. La crítica especializada descubría que la cantante podía ahondar otros géneros musicales: “Lolita siente con verdadera emoción las melodías de nuestra tierra. La zamba encuentra ternura en su voz, vibra en su cantar la gracia picaresca de un gato o la elegante estilización de una chacarera. Actuó en “La casa de Ochoa” confirmando su excepcional talento artístico”.
También una actuación en Radio Excelsior, provoca elogiosos comentarios en la prensa: “Lolita Torres, como el mago del teatro siempre saca cartas de la manga y conejos de la galera. En televisión, la vimos hace poco, se dio el gusto de sorprender a todo el mundo cantando música folklórica. Ya lo comentamos en esa oportunidad, cuando nos hizo gustar “La tropilla”, de Roca, y “Guitarra, guitarra mía”, de Gardel. Aplaudimos su decisión de incorporar a su repertorio canciones criollas y no fue por cortesía. Entendimos que lo hacía muy bien. Ahora la escuchamos en Radio Excelsior cantando tango. “El Porteñito”, de Villoldo, y “El Pañuelito”, de Filiberto, parecen hechos a su medida. Y tal vez no resulte aventurado afirmar que, en este género, Lolita es una de nuestras más completas intérpretes. Ella misma se siente segura en su nueva modalidad, al punto de que alternando con repertorio español grabó un disco con doce canciones, seis españolas y seis rioplatenses. En su presentación en televisión, el año próximo, Lolita Torres insistirá con el tango. A nosotros, por lo menos, nos parece muy bien”.
Lolita había incorporado en pequeñas dosis otros géneros musicales en sus películas, por ejemplo, en “Más pobre que una Laucha”, el tango `Caminito´ y `Danse avec moi´ (Danza conmigo) una canción que cantó, y además grabó, en francés, y cuya dicción había practicado con el actor George Rigaud. Del mismo modo, el caso de “Caminito Soleado” en “Un novio para Laura”. O algunas de las canciones de `Amor a primera vista´ como `Mi marido, mi maridito´ y el vals `Soy feliz´, el caso de `La Tropilla` en “Cuarenta años de novios” o, como haría más tarde, en “Joven, viuda y estanciera”, con ‘El Rosal’ y `La nave del olvido´ por citar algunos ejemplos. En sus comedias televisivas también había incorporado canciones argentinas, y lo seguiría haciendo cada vez más y para siempre. Ahora ese repertorio se sumaba al disco. Sin embargo, a pesar de que en cada ocasión le era reconocida su apertura, parecía caer en el olvido apenas pasado el momento. Sólo cuando se produjo su unión artística con Ariel Ramírez, muchos años después, en 1977, pareció reconocérsele definitivamente su condición de cantante de diversos estilos. Pareció entonces haber “obtenido el diploma” de intérprete de amplia versatilidad. Pero, esto sucedería mucho tiempo después.
A fines de julio de 1963 viaja, en compañía de su esposo, a Moscú, donde ya gozaba de gran fama, invitada especialmente por el Instituto Nacional de Cinematografía para presenciar el festival de cine a realizarse en esa capital y presentar su último film, “Cuarenta años de novios”, aún no estrenado en Buenos Aires, vendido en una cifra record en Rusia. La delegación argentina también contaba con la presencia de Mirtha Legrand y Daniel Tinayre, pero Lolita y Lole viajaron unos días después que ellos. La artista contaba luego aquella impresionante experiencia “Una de las camareras me reconoció y luego de observarme atentamente en varias oportunidades me preguntó ‘¿es usted Soledad Reales?’ que era el nombre de mi personaje en ‘La edad del amor’. Inmediatamente le comunicó la novedad al resto del pasaje. Fueron las primeras manifestaciones que recibí en el transcurso del viaje. El piloto del avión, enterado de la noticia, le pidió a la azafata que me llevara a la cabina de comando. En ese preciso momento me di cuenta de la popularidad que, sin falsa modestia, puedo decir que gozo en toda Rusia, que se vio ratificada cuando al llegar a destino vi que una multitud de personas, centenares, me aguardaban. Entre ellos, autoridades del certamen, una intérprete que me fue asignada durante toda mi permanencia en el país, camarógrafos, fotógrafos y periodistas de diarios, revistas, radios y televisión, que me asediaron constantemente. Creo que en el momento de mi arribo me hicieron más fotografías que en toda mi carrera artística”.
Aquella estadía en Rusia significó para Lolita la verdadera toma de conciencia del cariño y admiración que el pueblo ruso sentía por ella. “Durante los primeros días apenas pude salir del hotel, me asediaron incesantemente los periodistas y fotógrafos. Y la gente no dejaba de hacerme regalos”.
Saltó de asombro en asombro porque la realidad superaba constantemente lo imaginado. Por ejemplo cuando, cada vez que se asomaba a la ventana de su apartamento del hotel Moscú, observaba que una multitud de admiradores aguardaba pacientemente que se asomara sólo unos minutos. O cuando fue a visitarla al hotel Tatiana Samoilova, la famosa protagonista de “Pasaron las grullas”. O cuando se dio a conocer el día de su partida y alrededor de diez mil personas se dieron cita bajo ese ventanal y comenzaron a cantar, en ruso, las canciones de sus películas. Ella, conmovida hasta lo indecible, comenzó a cantar también, en español, y se produjo entonces un intercambio musical en distintos idiomas pero con el mismo sentimiento que, por si hacía falta, sellaba definitivamente una historia de amor que no tendría fronteras. La misma emoción sintió cuando, en esa estadía, pudo estrechar la mano de Yuri Gagarin, el primer astronauta en orbitar la tierra. Un año antes, este le había hecho llegar una carta pidiéndole una foto autografiada y comentándole que su música había sido la primera en escucharse en el espacio porque él la llevaba en su corazón. Lolita, incrédula y conmovida, le envió por correo su fotografía a la vez que solicitó al astronauta el mismo regalo: la respuesta no se demoró más de lo estrictamente necesario y la fotografía autografiada por Yuri Gagarin siempre lució en una de las paredes de la casa de la actriz y cantante. (En octubre de 1964, en la Academia de Aviación e Ingeniería Militar Zhukovsky, en Rusia, se llevó a cabo la “Primera Exposición de regalos ofrecidos a los cosmonautas”. La foto que Lolita enviara a Yuri Gagarin formó parte de esta).


Lolita Torres había logrado una extraña conjunción: fue una artista argentina que hizo cantar a los rusos canciones españolas. La música, como vía de expresión del espíritu, y su voz, como una mágica herramienta, lo habían hecho posible.
Nunca olvidaré mi estancia en Moscú. Los agasajos de que he sido objeto superan ampliamente mis valores como artista y entran en el marco de los recuerdos inolvidables” remataba Lolita a la hora de narrar sus vivencias.


Cuarenta años de novios” fue exhibida diez veces durante el festival. Se proyectó tres veces en el Palacio de los Deportes, con capacidad para ocho mil espectadores, tres veces en el cine Kosmos, con capacidad para diez mil personas, tres veces en la Sala del Centro Cultural de Escritores y una en el cine Palacio del Kremlin ante siete mil asistentes. Por último, fue exhibida en el Kremlin a pedido de quien era ministra de cultura y directora del festival, Ekaterina Furtseva, quien solicitó también la presencia de Lolita en el acto, en el que fue reclamada para cantar, a lo que accedió interpretando algunas canciones españolas y otras argentinas, y donde además la funcionaria le hizo entrega de un diploma especial que la acreditaba como la artista más popular y querida de ese certamen de cine.
También, obviamente, fueron muchas las notas periodísticas que se le realizaron. Sin embargo, algo que había resultado curioso a Lolita fue que después de cada reportaje, y pese a sus quejas y negativas al respecto, se le informaba que debía pasar por la caja para cobrar los cachets correspondientes a sus intervenciones. Concluido el festival, ella y su esposo, viajaron a París y luego a España, ya que se habían trazado este itinerario aprovechando la ocasión para disfrutar de un merecido descanso.
Al llegar a Madrid, los recibieron sus amigos Marta de los Ríos, su esposo Lucho y su hijo Waldo, que estaban trabajando muy bien en la capital hispana. A principio de los años noventa, Lolita contaba la siguiente anécdota: “En aquella oportunidad, salimos a cenar con la familia De Los Ríos y, en el restaurante, nos encontramos imprevistamente con Alberto Dalbes y su mujer. Luego de cenar todos juntos, los Dalbes nos invitaron a su casa, que estaba situada a muy pocos pasos de La Gran Vía, fue una reunión formidable, llena de historias y de música, todos cantamos de todo y con todas las ganas. Pero lo verdaderamente gracioso fue que lo hicimos de tal forma, con tal entusiasmo, como si estuviéramos en un teatro que, sin que lo notáramos, se reunió público en las ventanas y balcones de los vecinos de Alberto y cuando menos lo esperábamos, estallaron en aplausos. Fue muy lindo. Seguimos cantando hasta altas horas y la gente continuaba aplaudiendo y pidiendo canciones. En aquel viaje, también me reencontré con Luis Dávila, otro queridísimo compañero y amigo al que hacía bastante tiempo que no veía.”


Índice