miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO IX


“Dame una canción,
invitame un jazmín.
Soy un pueblo,
soy una comunidad,
conquistándose un sol”
(12)


El 17 de mayo de 1977 se estrenó “Cantemos Juntos”, en el desaparecido teatro Odeón, ubicado en Esmeralda 367. Consistía en un espectáculo musical encabezado por Lolita Torres y Ariel Ramírez, secundados por un grupo de notables músicos, como lo fueron Lalo Benítez (piano), Juan Carlos Gramajo (bombos), René Farías y Daniel Barrera (guitarras), José Alberto Corriale (percusión), y Carlos Nadal (contrabajo). Desde el encuentro para el programa de Canal 11 y tras los buenos comentarios recogidos luego de la salida al aire del programa, ambos dieron rienda suelta al placer de la música aprovechando, como gustaban decir, la “buena química” reinante entre los dos. Ramírez: un eximio músico, compositor de páginas transcendentales de nuestra música popular y aplaudido mundialmente; Lolita: actriz, por un lado, cantante por el otro, conocida en varios países, con una trayectoria asentada básicamente en el cancionero español, pero que llevaba varios años incursionando en otros géneros musicales –internacional, tango, folklore- a pesar de la resistencia al cambio que muchas veces le ofrecía su propio público, algo que felizmente fue superado con el correr del tiempo. La unión de ambos fue un acierto y la mejor definición la encontró la revista Antena cuando tituló su nota con dos palabras que lo decían todo: `Chau preconceptos´. Este espectáculo recogió las mejores críticas especializadas que dejaban a un lado arraigados prejuicios acerca de la unión de dos artistas de diferentes corrientes musicales, convencidos ahora de que, justamente esa disciplina, la música, puede unir en un mismo punto y con jerarquía las manifestaciones artísticas de dos exponentes de tal envergadura. En la apertura del recital, ni bien se abría el telón, aparecían juntos en escena mostrando un ápice apenas de lo que estaba por venir. A partir de entonces, tras la interpretación conjunta de "Nostalgias tucumanas" y "El quiaqueño" , el espectáculo se dividía en tres partes: en la primera, Ramírez ejecutaba su repertorio; en la segunda, Lolita hacía el suyo, y en la tercera, se producía el esperado encuentro de ambos. Estrenaron dos piezas musicalizadas por Ramírez. Una, fue la “Cantiga del rosale”, del poeta Gil Vicente, y la otra "París, la libertad", con letra de Felix Luna, que plasmó en sus versos la idea sugerida por Ariel, que buscaba resumir en la canción sus vivencias en esa ciudad, en épocas de ser un joven bohemio que veía en París un símbolo de libertad.
Blackie hizo un apasionado comentario en su audición de radio. En uno de sus párrafos expresaba: “(…)Su voz se ha robustecido bellamente, su desplazarse con mínimos recursos, bajo luces sabiamente dispuestas, revelan que con ello ha elaborado esta otra personalidad en profundidad. Es una cantante consumada, hecha, rotunda. Y también dulce. En todo momento sus movimientos justos delatan la profundidad de su labor, porque solamente cuando canta un chotis, enarbolando dos mantones aparece la española que ella lleva en la sangre y que durante tantos años cantó. Se la ve bella, bellísima, bien vestida, sobria, galana y natural. El climax de la velada lo da su rendición en la canción de Paul Anka que tanto cantara Sinatra: `A mi manera´(…)Y el estreno de `París, la libertad´(…) que es un canto a la libertad. Lolita se consume como una antorcha en la lírica versión de esta canción (…) porque ahí se transforma totalmente, se transforma ella en una especie de antorcha de la libertad… Sí. Yo sentí que de pronto algo le entraba a Lolita en el cuerpo: la libertad ¿no es cierto? Y termina, además, de una forma realmente apoteósica.” Otro comentario periodístico afirmaba que “Lolita Torres es una de las pocas cantantes de género popular que no se permite desafinaciones, o sea que entona exactamente lo que el compositor ha escrito”.
Cantemos Juntos” se prolongó hasta el 26 de junio en el escenario del Odeón, y a partir de entonces emprendería un largo camino de la mano de Lolita y Ariel. Lo que en principio se pensó para unos pocos recitales, se transformó luego en un musical que, introduciéndole variantes, los acompañaría por mucho tiempo, primero con una gira por el interior del país y luego por diferentes barrios del Gran Buenos Aires.
El espectáculo fue llevado también al ámbito televisivo, dividido en dos partes que Canal 9 emitió las noches del 21 y 28 de julio, para el programa “Esta noche, show” con presentación de Julio Lagos y Félix Luna. Por otro lado, Canal 13 preparó una emisión especial para evocar la figura del General José de San Martín, llamado “Reflejos de una vida”, que salió al aire el 17 de agosto, fecha del aniversario de su muerte. En él, además de Lolita, actuaron Ariel Ramírez, Los Chalchaleros, Julia Elena Dávalos, el ballet de Santiago Ayala (El Chúcaro) y Norma Viola, Leonor Manso y Alfredo Alcón. Los textos fueron ilustrados con filmaciones de los sitios donde vivió y cumplió su histórico accionar el General San Martín, además de la recreación con maquetas y figuras de plomo de las escenas claves de la campaña militar del prócer argentino. Lolita personificó a la madre del héroe y, fuera del personaje, entonó “Conquistemos el Sol”, canción de la autoría de Félix Luna y Ariel Ramírez, estrenada también por la cantante.
En enero de 1978, junto a Julia Elena Dávalos, encabezó el Festival del Canto Español y del Folklore Argentino, en Capilla del Monte, en la provincia de Córdoba. En tanto, continuaba con presentaciones junto a Ariel Ramírez en la costa argentina, tal el caso de las actuaciones llevadas a cabo en Mar del Plata, Villa Gesell y Necochea.
El 2 de mayo, en el escenario del Teatro Estrellas, ubicado en Riobamba 280, -actualmente canal Crónica TV-, debutó con “A mi manera”, un espectáculo armado a su medida, con dirección de Luis Diego Pedreira, que le permitió destacar sus condiciones interpretativas. Antes del estreno, ella misma explicaba su renovación artística para la revista Antena: “(…)Tengo cinco hijos que son la escala de valores de mi corazón. En ellos está la luz, la vida, la esperanza, la fuerza, la inquietud, el asombro. Fueron en manera alguna culpables de este cambio. Porque son jóvenes y me enfrentaron a esa juventud indiscutible. Entonces tuve que dejar el español, que me limitaba mucho, y abarcar un repertorio más variado, donde pueden estar todos los gustos. Además es necesario para seguir siendo alguien. No hay que quedarse (….) Me preocupa la dignidad, no la cosa impactante del trabajo que me toque hacer. Quiero que el público al verme, se de cuenta que lo respeto, porque me respeto a mí por principio.” El despliegue de Lolita en el escenario la convertía en una auténtica `show woman´, condición que ratificaba con cada una de sus creaciones, en las que dejaba aflorar a la actriz que además era. Napoleón Cabrera, para el diario Clarín, señalaba luego del debut: “Nadie, ni ella misma, pudo esperar que la protagonista de `La edad del amor´, `El mucamo de la niña´ y tantas otras películas blancas y rosas de la década del cincuenta, presentaría alguna vez un espectáculo tan refinado y completo como `A mi manera´. Lolita Torres alcanza en él, sin duda, el punto más alto de su carrera. (….)No se necesita analizar el espectáculo número por número. Baste señalar que la interpretación de `Ojos verdes´ es quizá la más dramática y sobria a la vez que se haya visto aquí; que la canción de Luna y Ramírez `París la libertad´ tiene en su voz una resonancia de himno sin perder su calidez amatoria (….); que la galleguita Torres no reniega de su estirpe y que convertida en un `chafe´ de 1900, con casco alemán, consigue ser todo lo varón que puede serlo una hembra de trapío como ella, en `Milonga sentimental´. Después de una hora y cincuenta minutos, batiendo casi el récord de Aznavour, la cantante (aquí está bien asignada la categoría) entona `A mi manera’. No es solo una justificación del título. Más bien es terminar de romper la cáscara y llamar al diálogo a cada uno de los espectadores. Que, por supuesto, le responden, cada cual a su manera”.
Diego, contaba por entonces con siete años de edad, y para sorpresa de todos, en la función de despedida de aquel espectáculo, cuando finalizaba la actuación de su madre, apareció en el escenario, se sentó entre medio de los guitarristas Kelo Palacios y Ricardo Domínguez, tomó unos bongó y comenzó a tocar, provocando la risa y el entusiasmo de Lolita en primer lugar, de los músicos que comenzaron a seguirlo en sus acordes, y también del público presente que festejaba con sus aplausos. Tantos años después, Diego evoca: “Yo vivía en los teatros donde mamá cantaba, andaba pululando por los pasillos, me subía a la batería, tocaba, era verdaderamente insoportable, pero como era el hijo de la cantante, me aguantaban, aunque yo creo que rogarían que alguien se llevara a ese nene del ahí. Me acuerdo que la primera vez que vi un charango con el peludo atrás, me quedé asombradísimo, no entendía como ese animalito podía servir para eso. Siempre andaba por ahí, metiéndome en todo lo que podía. Debo reconocer que era muy insoportable”.

Ahora Lolita, la artista, ya con los hijos más crecidos, intensificaba el ritmo de trabajo y le dedicaba una parte mayor de su tiempo y su energía. La temporada de “A mi manera” terminó el 3 de septiembre, a cuatro meses de haber comenzado, en tanto Lolita se disponía a emprender una gira por la Unión Soviética. Antes de ello, la noche del 4 de septiembre, Fernando Fregues y Alfredo Suárez, conductores de la audición “Gente con simpatía”, de L.R.2 Radio Argentina y L.S.6 Radio del Pueblo, organizaron desde su programa una reunión en el Restaurante Bouchard, situado en la calle del mismo nombre, para despedir a Lolita con motivo de su próxima gira, y fueron muchos los amigos presentes: Pedrito Rico (que por entonces actuaba en otra sala del Teatro Estrellas), Ariel Ramírez, Juan Carlos Altavista, Rodolfo Zapata, Rodolfo Lemos, Delfor Medina, Regina Do Santos, Selva Mayo, Roxana Grensi, los integrantes del conjunto Sauce y José Cuniello. Luego de la cena se le hizo entrega de una plaqueta recordatoria.
A mediados de septiembre partió hacia la Unión de las Repúbicas Socialistas Soviéticas con sus hijas Angélica y Mariana y el día 17 se produjo su debut. A partir de entonces, ofreció una serie de treinta y seis recitales, con una estructura muy similar al del Estrellas. El recorrido incluyó distintas ciudades de las repúblicas de Letonia, Lituania, Ucrania, Bielorrusia, Moldavia y luego, en Rusia, las ciudades de Moscú y Leningrado. La acompañaban el músico Lalo Benítez, al piano, los guitarristas René Farías y Daniel Barrera, que se le unieron desde España, y dos músicos rusos que ejecutaban bajo y percusión. Cuando Lolita se presentaba en aquellas lejanas latitudes, las localidades para presenciar sus actuaciones estaban agotadas desde varios días antes, por eso debían programarse en espacios capaces de albergar gran cantidad de personas. Así fue que cantó en el Teatro Bielorrusia Minsk, con capacidad para seis mil espectadores, el Kiroff, o el Rossia que, era el más pequeño, con sitio para dos mil quinientas personas. En el suplemento Así, del Diario Crónica, del 3 de diciembre de 1978, Lolita expresaba: “Uno de los momentos más especiales fue actuar en el famoso teatro Kiroff, cuna de tantos famosos como Rudolph Nureyev y Maya Plisetskaya. Otro, el regalo que recibí en el mismo teatro, que consistió en un traje de lamé, color rosa-plata, bordado íntegramente en piedras y perlas, bordado que se repite en la tiara y en la capa. Es un modelo típico del norte de Rusia”.
Lolita había sido informada de que se le haría entrega de tal regalo por lo que, muy entusiasmada, preguntó cuál era la posibilidad de contar con ese vestido para el día de su última función. En cinco días le confeccionaron el traje a medida y pudo darse el gusto de lucirlo en la despedida de su público ruso que, al verla así ataviada, se puso de pie y estalló en una ovación inolvidable para la artista.
Toda esa magia, esa larga cadena de emotivas muestras de amor, las había encontrado al otro lado de una puerta que logró traspasar con su simpatía, con su voz, con los personajes de sus películas, desde algo más de veinte años atrás. Con sus filmes ‘el efecto Lolita’ se desperdigó por todo el territorio soviético, dejando marcas indelebles en todo aquello que la involucrara. Victoria Chaeva, leyenda del doblaje soviético, fue quien puso su voz a las películas de Lolita, razón que hizo que en cualquier sitio donde estuviera fuera inmediatamente reconocida, apenas comenzaba a hablar. La investigadora de cine Olga Palatnikova cuenta al respecto: “Cuando Victoria entraba a los estudios de grabación, donde en ese momento grababa la orquesta Utiosov, los músicos le decían ‘Lolitochka, buenos días’, lo gritaban en castellano. Lolitochka es un diminutivo muy cariñoso de Lolita. Una vez, Victoria estaba de vacaciones en Anapa (el Mar Negro) y su hijo Volodya se escondió en un cajón de los residuos. Cháeva gritaba en la playa ‘Volodya, saca la cabeza del cajón’ y un hombre que pasaba a su lado, exclamó: ‘¡Vaya, es usted Chaeva!’. Treinta años después del estreno de aquellas películas en nuestras pantallas, estábamos con Chaeva en una tienda haciendo cola, esperando que nos atiendan. Victoria le pidió a la vendedora ‘Queso, por favor’. Una mujer que estaba al lado nuestro enseguida la reconoció: ‘Oh, ¿es usted quien dobló a Lolita Torres?’ La verdad es que Victoria Chaeva tuvo una gran popularidad por su voz, y esto constituye una verdadera rareza”.
Pero también Lolita narraba la sensación que le produjo “escucharse” hablando en ruso: “El doblaje era perfecto. A mí me impactó mucho cuando vi la película, porque buscaron una voz que tuviera mi color, entonces me daba la impresión de que era yo la que estaba hablando. Fue algo realmente hermoso.”
Aleksey Gusev, periodista ruso, también especializado en cine amplía lo dicho anteriormente: “El éxito de las películas de Lolita Torres ha ejercido influencia en el cinematógrafo de nuestro país. Fue el caso de Ludmila Gurchenko, la heroína de ‘Noche de Carnaval’ (Karnavalnaya noch), en quien se adivinan los rasgos de la famosa artista argentina. En la escena en que Gurchenko baja una escalera, se reconoce a Lolita Torres a primera vista”.
Mercedes Carreras evoca su paso por Rusia: “Personalmente pude comprobar que Lolita fue una figura querida y respetada no sólo en Argentina sino también internacionalmente. Cuando viajé en 1977 a Moscú, para participar del Décimo Festival Internacional de Cine presentando mi película "Las Locas", con la que tuve la satisfacción de recibir el premio a la mejor actriz, la gente se acercaba a nuestra delegación no sólo para felicitarnos por la película, lo hacían además para demostrar su afecto y mencionar el nombre de nuestro país y el de Lolita Torres y Hugo del Carril. En una época en que los medios de comunicación no tenían el desarrollo actual, Lolita y Hugo habían logrado trasponer las fronteras de Argentina con su arte. Evidentemente, dos representantes de nuestra cultura que nos enorgullecen. No fui amiga de Lolita, pero sí compañera de trabajo. Siempre tuve hacia ella gran admiración y respeto como intérprete y como mujer. La recuerdo con mucho cariño”. (Junio 2007)
Los admiradores rusos no quieren ser llamados `fans´: “Aún las personas que no eran tan admiradores como somos nosotros, los que más lo somos, sino simplemente personas que iban a ver a Lolita en sus conciertos, subían al escenario con ramos de flores o se quitaban collares, relojes, y cualquier cosa que tuvieran para ofrecerle, para agradecerle, para entregarle algo personal que expresara su gran admiración y cariño. Los “fans”, en cambio, hacen las cosas de otra manera: quitan algo de su ídolo para llevarse un recuerdo. Con Lolita pasaba al revés. Le queríamos entregar, donar, homenajear; hasta nos hubiéramos arrancado el corazón para ofrecérselo a ella.” Estas son palabras textuales de una de sus admiradoras rusas, Elena Romanova, quien fue presidenta del Club de Admiradores de Lolita en Moscú. Aclara además que en su país es costumbre subir al escenario, una vez terminado el espectáculo, para decir unas palabras al artista o para ofrecerle un obsequio. Relata parte de una historia que guarda en su corazón, y que son un gráfico elocuente de la pasión que Lolita generaba en aquellas tierras lejanas: “La gente aquí se volvía loca. Ustedes no pueden entenderlo porque son argentinos y la tenían ahí. Pero acá, para conseguir una fotografía había que hacer cosas descabelladas, porque no resultaba fácil conseguirlas. Entonces hacíamos lo que fuera necesario, a veces cosas horribles, verdaderas aventuras. Llegamos a robar las películas de las salas de cine. Yo tenía un novio con el que no quería casarme. Siempre le decía: ‘Si me consigues la película de Lolita Torres me caso contigo’. No se amilanó y decidió robarla. No sé cómo hizo pero, durante la noche, entró en el cine y luego se escapó por la ventana con todos esos rollos. Me llamó y me dijo ‘La tengo acá, en mi casa, toda la película’. Yo no le podía creer. En el Instituto donde yo estudiaba estaban los proyectores necesarios así que me la llevé para verla, pero el problema fue que al día siguiente la policía se presentó en mi casa. ¿Cómo se enteraron? Porque un muchacho, también admirador de Lolita, y creo que más que nada por envidia, me delató. Vino un policía y me preguntó ‘¿Ha robado eso usted?’, ‘Yo no sé nada, yo no tengo nada’. El hombre decía que era muy extraño que sólo robaran las cintas y dejaran los proyectores. Y yo por dentro pensaba que eso era imposible de comprender sólo para él. Después, cuando el policía se fue, mi papá me dijo ‘¡Ajá, eres tú!. La tienen que devolver cuanto antes porque eso que han hecho es delito’. Esa película estuvo en mi casa sólo una noche, y yo me decía ‘si la tengo aquí, tengo que hacer algo’. Lo que hice fue cortar cuadritos de esos negativos e hice las fotografías grandes. Después pegué todo de nuevo muy bien y la devolvimos.
Las películas que llegaron aquí fueron: ‘La edad del amor’, ‘Un novio para Laura’ y ‘Amor a primera vista’. Cuando las ponían en cartel, yo estaba todo el día en el cine. Llevaba la cámara de fotos y sacaba de la propia pantalla, después pasaba toda la noche revelando esas fotos en casa. Tengo toda una pared de mi casa con los cuadros de sus películas. También aprendí español para entender a Lolita y poder comunicarme. Para conseguir entradas para sus conciertos, que se ponían a la venta un mes antes, había que ir apenas ponían el anuncio y hacer cola durante muchas horas, porque después no se conseguían. Estaba prohibido sacar fotos en la sala, durante el espectáculo. Pero lo hacíamos igual, después armábamos un álbum y se lo regalábamos a Lolita, a ella le gustaba recibirlo. Una vez, una mujer que trabajaba en el teatro, se me acercó y me dijo 'No se puede sacar fotos ni grabar en la sala'. Entonces yo empecé a hablar en español, para que creyera que era extranjera y de ese modo logré que me dejara en paz. Se fue y pude sacar cuanta foto quería. En otra ocasión, subí al escenario para entregarle a Lolita un retrato suyo que yo misma había hecho y, tal como es nuestra costumbre, le dirigí unas palabras con micrófono. Yo lloraba, ella lloraba, toda la sala lloraba. Fue una emoción tremenda. Los teatros, con capacidad para tres mil personas algunos, y otros muchas más, estaban siempre llenos. Era un concierto diario a lo largo de varios días, nunca había lugar. La gente salía del metro y comenzaba a buscar entre la multitud a alguien que tal vez vendía las entradas. Muchos se quedaban sin poder entrar. Conozco gente como Olga Fomichiova, Svetlana Smirnova, que iban a todas las ciudades en las que Lolita se presentaba. Y no eran gente de dinero. Ahorraban, y sólo reunían para los viajes, las entradas y flores. Dormían en una silla en la sala del aeropuerto o del ferrocarril. Comían sólo manzanas. Lolita Torres era una pasión”.

Cargada con la infinidad de regalos recibidos, con los premios y plaquetas que le fueron otorgados, Lolita se disponía a regresar a su país. Sin embargo, un llamado telefónico de su marido cambió los planes de madre e hijas. Por aquellos años, la República Argentina se hallaba bajo el régimen de la dictadura militar. A la sombra de sus más desquiciados decretos, llegaron a contabilizarse alrededor de treinta mil personas desaparecidas, de las cuales no quedaban exentos los artistas. Muchos otros, víctimas de amenazas o advertidos del peligro, salvaron su vida optando por el exilio. Lolita Torres fue tildada de comunista por el sólo hecho de cantar en Rusia. Su esposo, Julio Caccia, recibió un llamado telefónico advirtiéndole: “No dejes que Lolita entre al país. Si entra, no la ves más”. El llamado que hizo a su mujer, apremiado por las circunstancias, fue casi un ultimátum: “No vengas a Buenos Aires. Yo viajo con Dieguito a Perú y allí nos encontramos. Así descansamos y paseamos un poco.” Una vez en Lima, su marido la puso en conocimiento de lo sucedido, en tanto movía los hilos necesarios, hablaba con gente influyente y se aseguraba de que su mujer no corriera ningún peligro a su regreso a la Argentina. Algunas veces, cuando le preguntaban a Lolita si sabía que, en ocasiones, fue tachada de comunista, respondía: “Cuando me dicen eso, no me importa en absoluto. Soy una persona a la que esas cosas no le llegan. Yo no soy comunista y los primeros en saberlo deben ser los rusos. El artista tiene en sus manos una cosa hermosa que no lo puede tener otro, que es llegar a todos los pueblos. Artísticamente, yo no debo mezclarme en política”.

En el verano de 1979, junto a Ariel Ramírez, se presentó en el Salón de las Américas, del Hotel Provincial, en Mar del Plata. Allí cumplieron tres actuaciones y fue el lugar y el momento en que estrenaron “La hermanita perdida”, un aire de milonga que refiere a la soberanía de las Islas Malvinas, con letra de Atahualpa Yupanqui musicalizada por Ramírez. Sobre este tema el músico solía contar que tenía esa letra en su poder desde hacía mucho tiempo, porque Yupanqui se la había entregado solicitándole la música, algo que Ariel no había cumplido. “Fue escuchando a Lolita –decía Ariel- que me di cuenta de que esa página era para su voz. Entonces pude musicalizarla”. Apenas cuatro meses después, en el mes de mayo, ambos intérpretes realizaron un programa especial para el ciclo “Veladas de Gala” que Horacio Carballal presentaba en Canal 9, oportunidad en que la estrenaron para televisión.
La actriz Analía Gadé llevaba muchos años radicada en España. En ese año, 1979, volvió a Buenos Aires para conducir un programa por Canal 13 que se llamó “En casa de Analía”, en el que recibía en calidad de invitadas a importantes figuras del medio artístico. El 25 de mayo, se presentó Lolita, y cantó el Himno Nacional Argentino, acompañada por Ariel Ramírez al piano y Eduardo Falú en la guitarra, en lo que fue una versión de antología de la que, lamentablemente, no se guarda registro. Una crónica periodística resaltaba: “(….) Fue una excelente idea de producción. Tremendamente conmovedora ya que, tal vez por asociación de imágenes, Lolita fue una suerte de Mariquita Sánchez de Thompson de 1979, con la fuerza que le dan su voz y su imagen.” Además interpretaron “La hermanita perdida” y “El sol del veinticinco”.
Alternaba sus actuaciones personales acompañada por el pianista Lalo Benítez, con otras que realizaba con Ariel Ramírez, en general por el Gran Buenos Aires, incluyendo algunas con fines benéficos. En octubre, también se presentó en la provincia de Mendoza.
El 15 de noviembre viajó a Estados Unidos y luego Canadá, donde cumplió actuaciones durante un mes. Primero fueron las ciudades de Filadelfia, Nueva York, Chicago y Miami. Y después, ya en Canadá, Montreal, Ontario y Toronto. Cantó también en las universidades y fue acompañada por músicos norteamericanos.
A su regreso toda la familia se trasladó a Miramar en plan de descanso hasta marzo, el cual sólo fue interrumpido en el mes de enero para cumplir con una actuación en la quinta noche del festival de Cosquín, evento al que Lolita acudía por primera vez. El periodista M. Bruno, para el diario Clarín, opinaba: “(….) No es fácil para quien está acostumbrada al fraseo y modulación de formas musicales tan características como en este caso, la española, acceder fácilmente a lo nativo. Lolita Torres lo logró plenamente y sus versiones de La tristecita, Zamba de usted, La hermanita perdida, resultan inolvidables. Su gran dimensión artística y la del maestro Ramírez, junto al adecuado acompañamiento musical con que se presentaron, inscribieron en la historia de Cosquín otra página fundamental”.
De aquellas vacaciones familiares, precisamente, aflora uno de los recuerdos de Diego: “Me acuerdo de un verano que estuvimos en Miramar y yo me fui a andar en bicicleta y se me ocurrió volver a casa recién a las nueve de la noche. Apenas entré mi viejo me pegó una levantada de peso y un par de patadas en el culo terribles porque, más allá de que era Miramar y todo allí fluía muy tranquilamente, la gran incógnita, la gran preocupación era ¿dónde está este chico andando en bicicleta? Y mi vieja también se enojó. Cuando ella se enojaba era peor. Una vez, estando en cuarto grado, llamaron del colegio para avisar que yo no había ido, por lo que enseguida se dio cuenta de que me había "rateado". Entonces llamó a casa de mi amiguito y me descubrió ahí. Yo empecé a inventar cosas como loco: ‘lo que pasa es que vine acá cuando salimos del cole’. Y mamá, con esa tranquilidad tan suya, con ese modo tan particular, me decía ‘¿Y te fue bien hoy?’ Yo seguía en la mía ‘´si, me fue bien, todo bien, claro’. Entonces mamá hizo una gran pausa e insistió ‘¿estás seguro de que te fue bien hoy?’. Era la tercera vez que me lo preguntaba. Me bastó para comprender que me había descubierto. ‘Sabe todo’, me dije. Comencé a darle mil excusas, pretextos, que tenía un examen, que no había estudiado. Solo escuché una frase: ‘venite a casa urgente’. Me fui volando a casa y, ni bien me tuvo a mano, me puso un bife de aquellos, de esos que no se olvidan. Pero esas cosas, cuando tienen fundamento y van acompañadas de contención, cuando hay una razón poderosa, no están mal, porque los chicos siempre buscan límites”.
Adentrarse en los recuerdos de los hermanos Caccia Torres es el modo más apasionante de conocer la personalidad de Lolita. En el mismo momento en que ese puñado de emociones se desgrana a través de las palabras, muchas facetas de la personalidad de su madre emergen a la superficie, delineando lo que fue toda una conducta de vida y la reafirmación permanente de su incuestionable escala de valores, algo que respetó invariablemente desde el primero hasta el último de sus días. Marcelo se zambulle en un mar de sensaciones muy vívidas, muy frescas aún, cuando evoca etapas de la niñez, o de la adolescencia, junto a su madre. No sólo encadena frases y recuerdos, sino que también revive esas instancias como si pertenecieran a un tiempo presente: “La verdad es que he sido bastante vago para el estudio. En la primaria todo estuvo más o menos bien hasta quinto grado. Ahí fue cuando me puse más rebelde y me escapaba mucho del colegio, con un par de amigos muy sabandijas. Me "rateaba" al zoológico y al cementerio de Recoleta, porque eran mis lugares preferidos. En casa se enteraban y había problemas por este asunto. Para colmo por un lado, yo era muy ‘mamero’ y, por el otro, me gustaba la calle. A mamá le encantaba salir de compras, pasear y caminar, entonces decía ‘Voy a salir de compras… ¿Quién viene?’. Y el que iba era yo. Eso hacía que estuviera bastante protegido por la vieja. Con mi viejo en cambio, cuando tuve quince o dieciséis años, era bastante problemática la relación porque ya casi ni iba al colegio y chocábamos mucho por ese tema. Con mamá también, pero con ella era distinto, trataba de hacerme entender, me contenía, siempre a través del diálogo. En cambio el viejo quería matarme a palos. Cuando hice la colimba, ahí sí, nos llevábamos bien. Papá estaba contentísimo con su hijo soldado.” Marcelo ríe mucho al recordar esa circunstancia. Y continúa: “Con mamá hablábamos mucho. A los dos nos encantaba la historia y nuestros temas eran sobre personajes históricos o de ciencia ficción. Yo leía mucho. Me gustaba Asimov, Bradbury, Tolkien. Ese tipo de cosas. Entonces con mamá nos enganchábamos hablando de esos temas, nos quedábamos mirando el cielo, leíamos ‘La tierra hueca’, ‘Recuerdos del futuro’… Era un placer. Y también un delirio. Los dos nos delirábamos hablando: ‘que si, que los mayas deben haber sido del planeta de Ganímedes. Sí. Sí. Vamos a ver si vemos un platillo volador’. Nos enroscábamos en todas esas historias. Compartíamos el interés por ese tipo de literatura, las mismas inquietudes. Era un placer inmenso. Por otro lado viajábamos mucho juntos. Como era el peor en la escuela, si había un viaje largo a mitad del año, iba yo, porque los demás estaban bien en los estudios en cambio, como yo iba a repetir igual, era algo así como ‘llevátelo, al menos que aprenda algo viajando’. Mamá nunca se enojaba conmigo. Es decir, sólo una vez se enojó mucho. Fue la primera vez que me escapé del colegio, siendo muy chiquito, estaba en segundo grado. En realidad no me escapé, sólo me fui un ratito antes, porque a mí venían a buscarme y yo quería irme solito a casa. Tenía amigos que subían solos al colectivo y a mí eso me parecía fantástico, sentía que eran superiores a mí, más piolas. Yo quería hacer lo mismo, pero como vivía a tres cuadras del colegio, y encima venían a buscarme, no podía tomar el colectivo. Así que un día me fui antes, con un amigo que vivía en Corrientes y Alem, y que tomaba el 152. Decidí acompañarlo, tomé el 152 y nos bajamos juntos en Alem. Para mi eso era como bajarme en Tailandia, me había resultado un viaje increíble y me volví caminando por Corrientes. Rosita era una chica que trabajaba en casa, que se crió con nosotros, y era quien iba a buscarme. Y claro, llegó y yo no estaba. Se asustó mucho y no se animaba a volver a casa. Hasta que vio que la hora pasaba y no tuvo otra alternativa que volver sin mí. Tuvo que decirle a mi mamá que no me había encontrado y, claro, la vieja se asustó muchísimo. Entonces, cuando llegué, me pegó. Fue la primera vez que me pegó. Y la única. Estaba indignada. Para colmo yo quise hacerme el canchero y le dije ‘Si yo estaba. Fue ella que no me vio’. Entonces vino embalada hacia mí y me dio un sopapo. Mamá lloraba, muy asustada, ‘Nunca más me hagas esto’, me dijo. La vi tan mal que después esperé bastante tiempo para escaparme de nuevo”.

En 1980 Lolita programó una serie de nuevas actuaciones en la Unión Soviética. Acompañada por su esposo y sus hijos Mariana y Diego, sumando al proyecto laboral la faz turística, partieron el 11 de mayo rumbo a Londres primero, y a Dublín después, para ver jugar al seleccionado argentino de fútbol. Luego visitaron París y, a partir de entonces, Rusia, para dar cumplimiento a los compromisos artísticos. El día 25, fecha de nuestra patria, debutó en Moscú, cantando en la Embajada Argentina, a raíz de la invitación que le efectuara el entonces embajador Leopoldo Bravo. A su llegada a Rusia, descubrió que los cines proyectaban desde algunas semanas atrás, dos de sus películas: “Joven, viuda y estanciera” y “La edad del amor”, estrategia previa aplicada a cada visita de Lolita. Los seis primeros recitales los ofreció en el Teatro Variedades. Luego recorrió toda la zona del Cáucaso. Primeramente, Kazán, después Zochi, donde ofreció tres recitales. Continuó en Ereván, capital de Armenia. Actuó en el Teatro de la Filarmónica, cumpliendo seis presentaciones. Luego Tibilisis, capital de Georgia, y a continuación Rostov. De regreso a Moscú, debió cumplimentar cuatro recitales más. La acompañaba Lalo Benítez al piano y René y Daniel, en guitarras. A finales de junio viajaron rumbo a Francfort, donde hicieron escala antes de continuar hacia Madrid, a fin de tomar unos días de descanso
El año anterior se había estrenado en la URSS la película “Siberiada”, verdadero fresco de la historia de Rusia y obra cumbre del cine de ese país, cuya acción transcurre durante tres generaciones, desde inicios del siglo XX hasta finales de los años sesenta. El filme, dirigido por Andrei Mijalkov Konchalovsky, y protagonizado por Vladimir Samoylov, Vitaliy Solomin y Nikita Mijalkov entre otros, rinde homenaje a Lolita Torres cuando en una de sus escenas, la actriz Ludmila Gurchenko, su protagonista femenina, tararea la melodía de “No me mires más”, para más tarde, en otra secuencia, entonar en su idioma algunos versos del tema de Valverde y Zarzoso que, junto a “Coimbra divina”, constituyeron los éxitos más resonantes de Lolita en tan lejano país. Más adelante, en dos escenas diferentes, pueden observarse en la pared de la habitación de la protagonista dos fotografías de la artista argentina y, en otro momento, sobre un mueble del cuarto, un retrato de Lolita además de los anteriores. Así, el cine ruso dejó plasmado lo que era una constante de su pueblo en cuanto al amor incondicional por nuestra artista que, en muchísimos casos, llegó a puntos de idolatría. Las fotografías de Lolita solían estar no sólo en las habitaciones de sus admiradores sino también en el interior de sus automóviles.
El 29 de junio la familia Caccia estaba de regreso en Buenos Aires.

En el teatro Re-Fa-Si, de Mar del Plata, propiedad de Enrique Carreras, Lolita volvió a la comedia musical con un libro de José Gordon Paso y el mismo Enrique Carreras, también director de la obra, titulado “Mundo de Candilejas”. Luis Medina Castro, actor de indiscutido linaje teatral, tuvo a su cargo el único personaje masculino de la obra, y las hermanas María y Marisa Carreras completaron el elenco. El argumento versó sobre la intimidad de un matrimonio de artistas. Ella, Victoria Guerrero, una famosa estrella de la canción. El, Fernando, un director y promotor, pícaro y donjuanesco, al que su mujer perdonó varias infidelidades. La incorporación de María y Marisa, dos jóvenes hermanas, a la compañía teatral de ambos, alterará la vida conyugal de la pareja debido a que Fernando, en el otoño de su vida, se siente rejuvenecer a través de un repentino y vigoroso enamoramiento de María. Victoria presiente que esta vez es diferente a todas las demás y que algo realmente serio puede llegar a acontecer. Con actitud digna y estoica, está dispuesta a cederlo todo para que Fernando viva su nueva aventura, amparándose exclusivamente en su carrera y en el cariño de su público. Pero el razonamiento y la cordura instarán a María y a Fernando a repensar la situación y la historia concluirá con el reencuentro del matrimonio. A lo largo del desarrollo de esta trama varias fueron las canciones interpretadas, tanto sea por parte de Lolita, como por María y Marisa Carreras, o incluso las tres juntas, como en el caso de `Banderita española´. A dúo con Luis Medina Castro hicieron una deliciosa versión de “Cheeck to cheeck”, pero el tema principal de aquella comedia fue “Mi canción”, una pieza musical traída de su último viaje a Rusia. Estando allí, y en ocasión de asistir a un espectáculo, Lolita escuchó ese tema interpretado por la cantante rusa Alla Pugacheva, y sintiéndose profundamente conmovida por la melodía, manifestó el deseo de incorporarla a su repertorio, por lo que rápidamente le hicieron entrega de la partitura. La versión en castellano pertenece a Nolo Gildo y su letra es un fiel reflejo de la vida del artista. El acompañamiento musical de todos los temas que se entonaron en “Mundo de Candilejas” estuvo a cargo, exclusivamente, de Mike Ribas y su piano, ya que Lolita pidió de manera expresa ser acompañada por un solo músico antes que hacerlo con pistas grabadas, por considerar que lo que se hace en directo es mucho más apreciado por el público. Obviamente, no se equivocó, ya que fue ovacionada en cada una de sus interpretaciones, en las que no sólo cantaba en vivo, sino también sin micrófono y, por momentos, a capella.
La comedia tuvo momentos de humor y momentos dramáticos en los que, sobre todo los dos protagonistas principales, alcanzaban intenso vuelo interpretativo. Algunas de sus escenas se registraban frente a un imaginario espejo de camarín, sin embargo, la experiencia y el dominio escénico de ambos hacían pensar al espectador que ese espejo existía realmente. El vestuario diseñado por Horace Lannes gozó también de la aprobación de la crítica especializada. La última función se realizó el 29 de marzo siguiente.

En enero de 1981, junto a Ariel Ramírez, se presenta por segunda vez en el escenario del Festival de Cosquín. En mayo ofrece un recital en el Teatro Municipal José de San Martín, de Merlo, en la provincia de Buenos Aires que generó los mejores comentarios, sobretodo por el acertado y renovado repertorio que desplegó. Un mes después recibió el premio San Gabriel, otorgado por el episcopado, en el Teatro General San Martín de Capital Federal.
En homenaje a Martín Miguel de Güemes, hace una participación junto a Ariel Ramírez y su grupo de músicos en la que interpretan “Agua y sol del Paraná”. También realiza un recital en el entonces llamado Teatro de las Provincias a beneficio de la Asociación Cooperadora de la Escuela de Recuperación nº 14.
Habían transcurrido dos años desde su última aparición televisiva, para el ciclo “Veladas de Gala”, que contaba con producción y conducción de Horacio Carballal, en Canal 9. Y justamente dentro del mismo ciclo, tuvo la oportunidad de volver presentando un especial que se llamó “Todo Lolita”. Tres de sus galanes fueron invitados al programa y bailaron con la cantante, al tiempo que ésta entonaba “Fascinación”. Ellos fueron: Luis Dávila, Luis Medina Castro y Carlos Estrada. Otros invitados al especial fueron Ariel Ramírez y el cuerpo de baile del Centro de Galicia. En el programa la artista lució el traje que le habían regalado en Rusia en su gira de 1978, en momentos de interpretar temas folklóricos rusos, para los que además el escenógrafo Mario Ferro hizo una extraordinaria recreación de la ciudad de Leningrado con sus cúpulas y sus peculiares características. El show mostró las distintas etapas de su carrera artística y el repertorio fue desde lo español hasta lo moderno, pasando además por el bolero, el folklore y el tango. La emisión del programa generó gran expectativa y alcanzó mucho más rating que el esperado por el canal y por el propio Horacio Carballal.
Por entonces Lolita renovaba la ilusión de hacer la gran comedia musical, con una adaptación musicalizada de la pieza “Así es la vida”, el clásico argentino de Arnaldo Malfatti y Nicolás de las Llanderas. La adaptación caería en manos de Wilfredo Ferrán y la música en las de Víctor Buchino. El título propuesto era el de “Dulce, dulce vida”, y su productor, Alejandro Romay, pensaba montarla sobre el escenario del teatro El Nacional. Lolita estaba muy feliz con este proyecto: “Estará el actor Raúl Rossi junto a mí, como protagonista. Y tendré oportunidad de hacer un papel muy importante, que es el de la `madre´. Será algo hermoso, sobre todo si tengo en cuenta que el próximo año cumpliré cuatro décadas de actuación ininterrumpida en el medio artístico. El reconocimiento del público es lo que más me alienta a progresar, a aprender más y a demostrar mi madurez como actriz y cantante”. Sin embargo el hermoso sueño no llegaría a ser más que eso: un sueño. El proyecto se cayó sin remedio y cuando se le preguntaron las razones, dijo: “Resulta que ahora hacer teatro no es tan fácil como la gente ajena al medio puede suponer. Existe un problema de índole económica muy serio para afrontar una comedia musical. Los costos son elevadísimos. La posibilidad de recuperar la inversión se ha convertido en algo muy difícil de determinar. Esa es la razón por la cual el productor Alejandro Romay no siguió con el proyecto”.
Realizó un recital en el Auditorio del Colegio Nuestra Señora de la Misericordia, en Belgrano, a total beneficio del Hogar de Ancianos, y también una actuación en la 4ta. Feria de las Naciones, en el Predio Ferial de Palermo.
A lo largo de los tres últimos meses del año, concretó una experiencia que resultaba diferente a lo que venía realizando en su trayectoria artística. Alberto Aguiar, productor de “Castello Vecchio”, un local de espectáculos internacionales, ubicado en la Boca, junto al Riachuelo, le ofreció a Lolita cantar en él, incluyendo las fechas de la Nochebuena y Fin de Año. Para el suplemento Así, Lolita expresaba. “Siempre le tuve una especie de aprensión a esta clase de lugares donde la gente cena y luego hace la digestión viendo el espectáculo, o simplemente toma una copa y charla. Sin embargo me llevé una gratísima sorpresa. Pude comprobar que los presentes me siguieron con absoluta atención en temas que eran muy difíciles, porque para captarlos en su totalidad no hay que desviar la atención ni por un instante. Además me agradó la respuesta del público que fue la que yo había previsto para el espectáculo: se alegró cuando debía alegrarse, me acompañó batiendo palmas cuando había que hacerlo y guardó un respetuoso silencio durante toda mi actuación". El cronista le preguntaba qué recuerdos le trajo de sus actuaciones en `Goyescas´ y `El Tronío´, a lo que la artista respondía: “Hay que remontarse muchos años atrás, retroceder casi una vida. A mis comienzos, dada la poca edad que yo tenía, todo era una especie de juego para mí. Salía a cantar y bailar porque me gustaba estar en un escenario. Era una nena. Era la inconsciencia de la adolescencia. Eran los años de las ilusiones. Es muy difícil comparar. Ahora estoy –o por lo menos lo siento así- en la plenitud total. Y me siento realmente muy feliz”. El diario Clarín, en su crónica del espectáculo señalaba que “Lo importante es que sin pretensiones llamativas, sin exageraciones interpretativas, con llaneza que sabe conservar su tradicional sencillez, Lolita Torres sabe qué es lo que desea lograr en su espectáculo y lo consigue”. El show se completaba con las destacadas actuaciones de Fernando de Soria, Gabriel Reynal, Oscar Parry y el Tango Folk Ballet



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